El dolor de La Josefina recorre también por las calles de Cuenca, por las que deambulan campesinos que perdieron sus casas y propiedades y buscan socorro.
Mariana Pizarro, una mujer de cuarenta años, se acerca al periodista mientras el semáforo está con luz roja. Ella es el ejemplo de centenares de familias que sobrevivieron a la catástrofe y no saben cómo rehacer su vida.
“Ayúdeme, caballero”, dice entrecortadamente por la opresión de un nudo que seguramente le aprieta la garganta.
- ¿Qué busca, qué desea, cómo puedo ayudarla?
- Yo vivía en Tamuga, en el mismo sitio que ahora está desaparecido bajo la tierra. En la Defensa Civil me mandaron al Ministerio de Bienestar y no lo encuentro.
- Vamos, la llevo donde usted quiera...
La campesina se siente aliviada dentro del vehículo y en el trayecto cuenta su historia.
- ¿Perdió un familiar por el desastre?
- No, por milagro. Mi esposo trabaja en la mutualista, como albañil, y yo y mis siete hijos vinimos a pasar con él el domingo, la víspera. El se llama Alfonso Guapisaca y me pidió que nos quedáramos un día más para lavarle la ropa. Así hicimos.
- ¿Y después?
- “Entonce” me hice tarde el lunes y el martes fui para mi casa, pero ya no pude llegar más. Nada había, ni vecinos tampoco. Perdí todo, todito: la casa de vivir, los cuyes, las gallinas y mis animalitos. Solo quedé vestida, como me ve. ¡Qué desgracia, señor!
- Aquí es el Ministerio de Bienestar, ¿qué va a pedir?
- Una vez me dieron un poco de arroz, azúcar, manteca y otras cositas que duraron dos días. Cuando fui a pedir por segunda vez, me mostraron mala cara: era en un albergue del municipio. Quizá aquí me ayuden.
La mujer desapareció por el zaguán del edificio donde funciona el Ministerio de Bienestar Social, pero retorna de inmediato, desalentada: es domingo, la burocracia no trabaja en los días feriados aunque haya catástrofes.
Abril 19 de 1993