El parque central con el templo, un espacio de riqueza patrimonial y de belleza paisajística.
La floreciente ciudad azuaya embellecida por el río Santa Bárbara festeja alborozada, con la voluntad de progreso de sus habitantes, dos siglos de vida cantonal. Un pueblo cuya historia se enlaza con la historia de Cuenca
La historia de Gualaceo es anterior a la fundación de Cuenca y a la fundación de la República del Ecuador. Hacia 1534 Sebastián de Benalcázar habría instalado allí una colonia española para explotar el oro del río Santa Bárbara.
Por esos tiempos, doctrineros de la orden de San Francisco habrían empezado a predicar las primeras nociones cristianas a los vecinos de sus cofradías y desde 1547 el cura Gómez de la Tapia, capellán de los mineros, extendió sus oficios a la ciudad que una década después se llamaría Cuenca.
Gil Ramírez Dávalos, Guarda Mayor de la Cuenca española, visitó a comienzos de abril de 1557 el pueblecito Santa Ana de los Ríos, fundado hacia 1534 por el encomendero Rodrigo Núñez de Bonilla. Su propósito era cumplir la orden del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza de fundar una ciudad en el valle regado por ríos, de tierras fértiles y clima benigno. Y eso hizo el 12 de abril de 1557.
La misa fundacional se habría oficiado en el antiguo templo inca de El Usno, en el sitio Pumapungo, futuro Todos Santos. Hay quienes afirman que celebró la ceremonia Gómez de la Tapia, párroco de Gualaceo, pero Gonzáles Suárez dice que la oficiaron el presbítero Gómez de Moscoso y fray Tomás Calvo, pues el párroco gualaceño se hallaba en Quito.
Al fundar Cuenca, Ramírez Dávalos pregunta a los jefes caciques indígenas si la nueva ciudad les ocasiona perjuicios y todos aceptan sin reparos la decisión. Ellos son Hernando Leopulla, del centro de la ciudad; Juan Duma, de Paccha, Don Luis y Don Diego, de Pomallacta el primero y el segundo de Togtesí, nombre primitivo de Gualaceo.
La explotación minera en el río Santa Bárbara y en las montañas próximas fue una ambiciosa fiebre para los españoles, a costa de esclavizar sin piedad a los mitayos. Según Cieza de León de los ríos cañaris en 1544 se obtuvo más de ochocientos mil pesos de oro y era tanto el metal que salía en las bateas más oro que tierra.
Fundada Cuenca en 1557 los españoles explotan las minas auríferas del Espíritu Santo, en la zona de aguas termales de Baños. La minería de Santa Bárbara es de mayor magnitud y como los indígenas de Baños son vendidos por centenares a los empresarios de Gualaceo, escasea la mano de obra en Cuenca. Por sacar oro compiten las minerías de Baños y Santa Bárbara. El abuso a los indígenas, a extremos crueles, causa reacciones que llegan hasta los jíbaros de la amazonia. En Logroño miles de ellos se sublevan movidos por el cacique Quiruba y asesinan a los explotadores, incluido el gobernador español, a quien, según Juan de Velasco, “… ya cerca del amanecer, lo desnudaron y amarraron en una silla y le abrieron la boca con un hueso, luego comenzaron a darle en la boca, de poco en poco pepitas de oro, aquel noble metal que era el símbolo de la Gran Vida, que era también sinónimo de demasiadas Muertes, increpándole, durante esta dramática acción, lo de la codicia: ¿quieres más?, ¿quieres más oro?, ¿será suficiente?”. Luego le meten oro fundido por la boca quemándole las entrañas.
Esa rebelión tendría eco en el siglo XX, cuando indígenas de San Juan, Quingeo, Nallig, Lalcote, San Bartolomé y otros sitios rurales de Gualaceo y pueblos vecinos, en 1920 invadieron la cabecera cantonal en protestas contra los impuestos del gobierno. Ese año, y después, por la carestía de la sal, los ataques llegaron a Cuenca, causando pavor y muerte. El historiador Antonio Lloret Bastidas en su libro Cuencanerías narra estos hechos al detalle, en el capítulo La Huelga de los Indios.
El poeta César Dávila Andrade, en 1967, en un poema estremecedor, se refiere a los martirios de los mineros. Es el Boletín y Elegía de las Mitas, patética historia y denuncia de la crueldad contra los indígenas.
Hermoso paisaje del río y sus orillas a la izquierda; una vista del portal del parque central, a la derecha.
En julio de 1757 el asiento minero de Gualaceo es ascendido a parroquia eclesiástica, bajo el patronato de Santiago Mayor y primer vicario es Vicente Balderrama. El patrón Santiago, aún hoy admirado por los gualaceños, recuerda la hazaña del pueblo español que derrotó a sesenta mil infieles en la batalla de Clavijo, entre moros y cristianos.
Las historia de Gualaceo es paralela a la de Cuenca, independizada de España el 3 de noviembre de 1820, pero con riesgo de perder el logro libertario en los años inmediatos. Cuando el 8 de septiembre de 1822 llega Simón Bolívar a Cuenca, el Dean Fausto Sodupe, para no reconocer la autoridad del Libertador, se fue al campo, como hicieron varios sacerdotes refugiados en sus haciendas en Quingeo, Nabón, caseríos de Gualaceo, o propiedades de las monjas conceptas, leales al Rey.
El gobernador Ignacio Torres se las vio en aprietos al descubrir un movimiento realista planeado en Delegsol, caserío gualaceño, por adictos realistas y sacerdotes adversos a la gesta de 1820. Pudientes españoles y cuencanos pretendían secretamente revertir el nuevo orden establecido. El Jefe Político de Gualaceo, en diciembre de 1823, avisó al gobernador Ignacio Torres que Antonia Sevilla, hermana del oficial José María Sevilla, muerto en la batalla de Ayacucho, le contó del reparto de armas y dinero para una campaña a favor del Rey Fernando VII. Similares acciones planeaban en Loja y Alausí.
Las gráficas de estas páginas son un muestrario de sitios emblemáticos del cantón, muestras de sus destrezas culinarias, artesanales, paisajes y atracciones turísticas.
El gobernador Torres, otrora edecán del Libertador Bolívar, promovido a Intendente de Guayaquil el 14 de enero de 1824, afectado de salud, aplazó el viaje 15 días, lo que tampoco ocurrió, pues llegaron a sus manos panfletos subversivos cuyo origen era urgente encontrarlo. La investigación dio como autores al sacerdote José María Molineros y su hermano Mariano, que fueron detenidos, el primero en una celda del convento de San Agustín, por su estado religioso. Esos días, simultáneamente, los alumnos del Colegio Seminario, secundados por sus superiores, causaban incidentes sediciosos contra las instituciones republicanas.
El 15 de marzo el gobernador Torres había partido a Guayaquil, pero a días seguidos un apresurado expreso le alcanzó en Naranjal con la disposición de que regresara a Cuenca por la crisis. Antes de su retorno, el 22 de marzo, reventó la insurrección en Delegsol, con vivas al Rey, que acabó sofocada en un combate rápido que dejó un rebelde muerto y varios heridos. Triunfó la causa independentista.
Al volver Ignacio Torres regía la Ley Marcial y una tensa calma vivía Cuenca. En bandos se llamó a los cabecillas de la sedición de Delegsol a acogerse al indulto. Lo que planeó con prudencia la autoridad fue la pacificación. El religioso Molineros y su hermano fueron condenados a prisión en el Castillo de Bocachica, en la provincia colombiana de Icuandé, para no aplicarles la pena de muerte “por haber resultado pruebas nada equívocas de ser autores de dos anónimos subversivos contra el sistema de la República”, según el Tribunal.
El Cabildo de Icuandé pidió al Gobernador Torres revocar la prisión de los Molineros y la autoridad acogió, aclarando que en la causa “constaba el cuerpo del delito, por el cual nada menos merecía el religioso que el ser decapitado. Mi natural inclinación a la humanidad y al sacerdocio le evitaron esta pena, conmutándola con el presidio en Bocachica”, respondió, pidiendo que los reos no pasaran los límites de su Departamento.
El papel del gobernador Ignacio Torres fue exitoso contra la sedición de Gualaceo que pretendía recuperar la corona real. Para asegurar el apoyo al gobierno republicano, al día siguiente del triunfo en Delegsol, emitió una proclama, cuyo contenido vale evocarlo:
PROCLAMA
Ciudadanos del cantón de Gualaceo:
El dulce placer que recibió mi corazón al pisar la bella Cuenca, ha sido amargado con la odiosa noticia del suceso de los habitantes de Delegsol. Jamás pude imaginarme que los hijos del honor prostituyesen sus deberes. Los criminales han querido manchar vuestra fidelidad, haciéndola trascendental; pero yo sabré separar la virtud del vicio.
Ciudadanos de Delegsol: vuestro delito es muy grande: ha penetrado lo más sagrado, porque habéis roto el juramento que hicisteis con todo vuestro corazón. Las armas vengadoras de la República y el bien merecido concepto de vuestros compatriotas, claman por el castigo que merecéis; mas yo soy vuestro Padre y ofrezco miraros con indulgencia. Deponed vuestra insensatez.
Ciudadanos de Gualaceo, con mi llegada a Cuenca va a disiparse todo nublado. Y estoy aquí para repetiros las pruebas de mi adhesión. Volved al reposo, mirad con horror el delito; temed el peso de la Ley y unidos todos ayudadme a salvar la Patria. Yo espero de vuestra docilidad la confirmación de las muchas pruebas que habéis dado de fidelidad. Parece que no se equivoca el Coronel I. Torres.- Cuenca, Marzo 23 de 1824.
En Bogotá, el Senado y la Cámara de Representantes de la República de Colombia, el 25 de junio de 1824, elevaron a Gualaceo a la categoría de cantón y estos días se celebra con entusiasmo dos siglos de la efemérides.
Un artesano en el telar para elaborar los tejidos de Ikat
Bocaditos gualaceños
Treinta y cinco kilómetros al oriente de Cuenca, Gualaceo es un primor por el encanto de sus paisajes, el clima tibio, los potajes culinarios, la hospitalidad, las tradiciones y artesanías.
Ideal para el paseo de los cuencanos, atrae a los turistas en tiendas de joyas y artesanías, en hermosas hosterías y restaurantes o en el mercado, para saborear los típicos cuyes, el chancho horneado, tortillas, rosero y empanadas. El calzado de cuero, fabricado en el lugar, tiene prestigio de calidad y estética, como la joyería, los tejidos de ikat y los bordados.
Según el censo de población de 2023 tiene 20 mil habitantes la ciudad y diez mil más sus parroquias San Juan, Remigio Crespo, Daniel Córdova, Mariano Moreno, Zhidmad, Jadán, Luis Cordero y Simón Bolívar, de la ruralidad cantonal.
Varias teorías comentan la toponimia. Gualaceo vendría de las voces Hual y Axiu (agua-dormido) que aludirían al apacible río Santa Bárbara. Max Uhle cree que el vocablo Guay, que en guaraní significa agua, le daría el nombre, como en Guayas, Guayllabamba, Gualaquiza. Otros aluden a un antiguo cacique, Guaylacela, o a las guacamayas de la leyenda, sobre el origen de la población cañari.
Los carnavales y las fiestas del Patrón Santiago atraen a turistas del país y del exterior. La teatralización de la guerra entre moros y cristianos, en la que actúan grupos artísticos con vestimentas y armas de la época, es un espectáculo siempre novedoso.
Cuando el 29 de marzo de 1993 ocurrió el episodio hidrogeológico de La Josefina, en la vía Descanso-Gualaceo, este cantón fue de los pueblos más afectados por la catástrofe, con pérdidas de vidas y bienes. La desconexión con Cuenca le aisló, pero provocó una reacción colectiva que recuperó la vía, cuando los políticos creían imposible hacerlo.
Ahora es urgente la construcción de una vía rápida desde El Descanso, pues la actual data de hace noventa años y no abastece el tráfico de cada día y peor en los fines de semana. En 2017, el gobierno de Moreno anunció la nueva vía, incluyendo un túnel para atravesar las montañas y acortar la distancia, tema engañoso, olvidado.
Gualaceo tiene locales de hospedaje de refinado gusto y calidad. El buen clima facilita la profusión de jardines y vegetación ornamental. En el año del bicentenario, el alcalde Marco Tapia preside los festejos. La plantación de orquídeas Ecuagenera, que exporta sus flores al mundo, confirma la vocación jardinera y de emprendimiento que identifica al bicentenario cantón azuayo.
Río Santa Bárbara, visto desde el viejo puente de madera.
BOLETÍN Y ELEGÍA DE LAS MITAS
César Dávila Andrade
(Fragmento)
Minero fui, por dos años, ocho meses.
Nada de comer. Nada de amar. Nunca vida.
La bocamina, fue mi cielo y mi tumba.
Yo, que usé el oro para las fiestas de mi Emperador,
supe padecer con su luz,
por la codicia y la crueldad de otros.
Dormimos miles de mitayos, a pura mosca, látigo, fiebres, en
galpones,
custodiados con un amo que sólo daba muerte.
Pero, después de dos años, ocho meses, salí.
Salimos seiscientos mitayos,
de veinte mil que entramos.
……
Regreso desde los cerros, donde moríamos
a la luz del frío.
Desde los ríos, donde moríamos en cuadrillas.
Desde las minas, donde moríamos en rosarios.
Desde la Muerte, donde moríamos en grano…
N. del D.: Para elaborar este texto se consultó publicaciones de Ricardo Márquez Tapia, Antonio Lloret Bastidas, Juan Chacón Zhapán, Índice Histórico de la Diócesis de Cuenca (1947) y archivos de la revista Avance.