por: Carlos Jaramillo Medina

La imagen corresponde a una moderna cárcel de planta arquitectónica octogonal de México.

El principio básico arquitectónico de las prisiones del siglo 19 se mantiene y en estos años se ha abierto el debate para mejorar la seguridad de las cárceles controladas por poderosas mafias internacionales que dirigen el narcotráfico, la extorsión, ordenan asesinatos, siembran el pánico, entre otros delitos

El filósofo e historiador posmoderno francés Michel Foucault en su libro “Vigilar y Castigar”, publicado en 1975, realiza una interpretación de los mecanismos sociales y teóricos que hay detrás de los cambios masivos que se produjeron en los sistemas penales occidentales durante la edad moderna.

Narra cómo la sociedad ha ejercido el derecho a castigar al infractor para convertirlo en un enemigo común. Y como el castigo se ha ejercido como forma de recalificar a los individuos como sujetos de derecho de tal modo que asegure la aceptación universal y la certidumbre de que el delito es castigado.

El filósofo estudia los métodos punitivos y el régimen penitenciario de los siglos 16 al 19 en el contexto de sus relaciones de poder, las tecnologías de control y la microfísica del poder que atraviesa la sociedad occidental. Desarrolla su tesis a través de cuatro categorías: el suplicio (pena del cuerpo al condenado en espacios públicos, hasta el siglo 17), el castigo (pena del alma al condenado con la privación de la libertad, siglos 18 y 19), la disciplina (métodos minuciosos, constantes, discretos, anónimos, invisibles, para obtener cuerpos dóciles y reformados), y la prisión (arquitectura diseñada ex profeso que permite una vigilancia invisible, con funcionarios que continuamente obligan al privado de la libertad al trabajo rítmico en forma de ejercicio).

 “En estos años se ha abierto el debate para mejorar la seguridad de las cárceles que están controladas por poderosas mafias internacionales que dirigen el narcotráfico, la extorsión, ordenan asesinatos, siembran el pánico en la población, entre otros delitos”.

En este sentido la arquitectura de la prisión pretendía favorecer un espacio funcional para el trabajo muldisciplinario en varios sentidos, tales como: la educación física, la aptitud para el trabajo, la conducta cotidiana, la actitud moral y todas las disposiciones disciplinarias emanadas de la autoridad competente. Tenía que ser una maquinaria arquitectónica poderosa diseñada para imponer una nueva forma de vida al individuo pervertido. L. Baltard, en el año 1829, describía que en la prisión el gobierno disponía del tiempo del detenido, no solo en un día sino en la sucesión de los días y hasta de los años; que regulaba el tiempo de vigilia y de sueño, la actividad y el reposo, el número y la duración de las comidas, la calidad y la ración de los alimentos, la índole y el producto del trabajo, el uso de la palabra, la forma de los trayectos del comedor al taller, del taller a la celda, de la celda al patio, etc.

El eje rector arquitectónico de la prisión fue el aislamiento. La soledad fue, imperativamente, con la celda individual y colectiva, un instrumento positivo de reforma. Pero también, a más que tener a los condenados “bajo los cerrojos como la fiera en su jaula”, se permitió reunir en espacios adecuados para hacerlos participar en común en ejercicios útiles, de buenos hábitos, previniendo el contagio moral por medio de una vigilancia activa. Así, en este juego de aislamiento y de reunión, se quería alcanzar la readaptación del criminal como individuo social.

El panóptico (del griego pan, todo; y óptico, mirar; mirar todo de una sola vez) llegó a ser alrededor de la mitad del siglo 19 el principio arquitectónico de los centros de prisión. Era la manera de traducir “en piedra la inteligencia de la disciplina”, de hacer la arquitectura transparente a la gestión del poder para vigilar y castigar y de ordenar el espacio para dar respuesta a la nueva teoría penitenciaria. Se diseñó, bajo este principio, una “prisión-máquina” con celdas visibles desde un punto central desde donde una mirada permanente pueda controlar. Un edificio construido de tal modo que toda su parte interior se pueda ver por la autoridad, sin ser vista, desde un solo punto de vigilancia.

La forma arquitectónica que seguía a la función de vigilar y castigar podía tener algunas variaciones posibles: octogonal, semicircular, cruz, equis, estrella o mixta. Pero siempre la torre central de inspección sería el eje del sistema. El arquitecto debía dirigir toda su atención a este objeto para que los diversos ambientes, mediante la zonificación, permitan que la vigilancia sea más exacta y fácil ante las tentativas de sublevación y evasión. De esta forma la prisión encausó las conductas de los reos y utilizó técnicas específicas del poder. La disciplina precedió a la distribución de los individuos en el espacio y para ello se empleó varias técnicas, entre ellas: la clausura con patios cerrados a sí mismos, controlados tipo convento; y, la división en zonas y espacios definidos, analíticos, muy claros, siempre con el propósito de vigilar y castigar.

Aunque el principio básico arquitectónico de las prisiones del siglo 19 se mantiene hasta hoy (aislamiento, disciplina, vigilar, segmentación adecuada de reos, zonificación), en estos años se ha abierto el debate para mejorar la seguridad de las cárceles que están controladas por poderosas mafias internacionales que dirigen el narcotráfico, la extorsión, ordenan asesinatos, siembran el pánico en la población, entre otros delitos.

Qué modelos arquitectónicos serían los más aconsejados para ejercer un mejor control: ¿Mega-cárceles al estilo Bukele y barcazas-prisión en altamar? ¿Diseños con pabellones de variada seguridad y segmentación para delitos menores como los construidos en México, Israel, Tailandia y Singapur? ¿Qué capacidad es la más recomendada? ¿Qué lugares son propicios para neutralizar la animadversión de las vecindades?

Sin embargo, la inversión para construir prisiones funcionales, o para mejorar las existentes, no es sinónimo de mejor infraestructura. Se debe, además, de modo imprescindible, contar con sistemas de vigilancia de alta tecnología y administradores públicos éticos, capaces y bien entrenados.

Los especialistas advierten que si no se cumplen estos requisitos “es regalarles un hotel de 5 estrellas a los grupos criminales”.

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