Pequeños pueblitos de entonces, ahora son ciudades estratégicas de enlace del austro con el país. Linda en la leyenda el entusiasmo con el que sus habitantes vieron los primeros carros anunciadores de una etapa insospechada de progreso –aunque siempre insuficiente- en casi un siglo
El 1 de enero de 1934 –noventa años atrás- la inauguración de la carretera Cuenca-Girón fue algo histórico: los 46 kilómetros se los cubría en dos horas y media, en contraste con una jornada entera sobre acémila en verano, y dos días en invierno. La prolongación hasta Yunguilla y Pasaje era el nuevo sueño azuayo, que se realizaría hasta muy pasada la guerra del 41 con Perú.
A comienzos de 1933 otro hito de vialidad regional había sido la conexión entre Cuenca y Tambo, permitiendo enlazar el viaje a la costa y la sierra del norte con el servicio ferroviario de Sibambe.
La revista semanal Morlaquía, de inquietos jóvenes que entonces hacían periodismo, atesora temas de cultura, obras públicas, humor y vida cuencana, material admirable hoy, para valorar los trayectos corridos desde cuando nadie sospechaba que la ciencia, la tecnología, la comunicación y otros adelantos, reducirían el mundo al tamaño de un artefacto de bolsillo.
La edición Nro. 6 de Morlaquía, de 5 de febrero de 1933, tiene el reportaje sobre un espectacular viaje de ida y vuelta de Cuenca a Tambo, en “apenas” seis horas. Vale disfrutar del vertiginoso paseo, rescatado del olvido. Su autor firma con seudónimo, como todos los redactores de la publicación, que desde el anonimato dejaron testimonios sin nombre…
Nuestras zonas del sur, tan pródigas en bellezas naturales, ricas en filones mineros aún inexplotados y habitadas por gente hospitalaria y pacífica, están llamadas a convertirse en un futuro no lejano en los lugares del turismo por excelencia, brindando a propios y extraños una bella oportunidad para la expansión del espíritu y descanso a las sofocaciones del diario bregar.
En poco tiempo, y desde cuando comenzó el tráfico por la carretera Tambo-Cuenca, hemos tenido ocasión de recibir la visita de varias distinguida familias tanto de la Costa como de la Sierra, y se anuncia la venida de otras muchas a pasar la temporada invernal, lo que es un buen augurio para nuestras actividades turísticas, que mejorarán en tanto las condiciones económicas, realizándose como si dijéramos un intercambio cultual, puesto que de aquí también, dadas las facilidades que brinda la vía recientemente inaugurada, comenzarán a salir los turistas ávidos de gozar del placer de lo desconocido.
Amante de las peripecias que proporcionan los viajes, en una mañana húmeda y sombría, tomé asiento en la cabina de un coupé, casi propio –porque es de un chofer amigo mío, experto recordman del carretero Cuenca-Biblián-, lanzándome en busca de emociones de las bondades de ese inmenso tendón arterial de 78 kilómetros, destinado a dar existencia vigorosa y savia fecunda a los pueblos de austro.
Nada queda por hablar del sector comprendido entre Cuenca y Biblián, muy conocido y admirado por la policromía de sus paisajes vastísimos, eternamente humedecidos por sinnúmero de ríos. La mañana nublada oscurece el horizonte. El Cojitambo hunde su azulado puñal en el vientre de una nube preñada de agua.
Desde Biblián la ascensión comienza a ser marcada. La máquina jadeante respira fuertemente por su caldeado radiador. Gratísima impresión de la subida en tirabuzón hasta las montañas más elevadas, así como el descenso a las playas verde-malva de los sembríos exuberantes. No hay duda que Cañar es la despensa o granero sin medida que perennemente provee de tantas mieses sabrosas.
Mosquera, Aguarongo, Curiquinga, Burgay, son trasmontados con la mayor facilidad. La vista se deleita en la inmensidad sin fin de las llanuras ribeteadas por enormes picachos y bordados por ríos de platina.
Cinco automóviles nos preceden dándonos la ilusión de pequeños escarabajos siguiéndose con el ánimo de superarse. El nuestro entra en una curva cerradísima y cual perro que siente picazones en la cola, casi toca su trompa con los asientos traseros. La pavimentación de la carretera, pese a su reciente construcción, es magnífica. Los neumáticos ruedan plácidamente sin la menor dificultad.
La inclemencia del tiempo lluvioso y frío no es un obstáculo a los jornaleros que se ocupan en abrir esa senda para el progreso y la civilización. Vistiendo típicos ropajes están allí firmes, hiriendo con su acerado pico las rocas graníticas que proporcionan material necesario para la mejor cimentación del lastrado.
Hemos llegado a Cañar. Qué satisfacción sienten sus habitantes al ver coronados sus anhelos. Ellos, con patriotismo sin nombre tomaron a su cargo el trabajo de gran parte de la vía que es ahora halagadora realidad que un tiempo fue tan combatida. En esta senda ha quedado grabado el recuerdo de la alianza entre la pala y el fusil, porque haciendo justicia al mérito, corresponde al Batallón de Ingenieros “Montúfar” la realización primordial de empresa tan ardua.
Por fin estamos en el Tambo o estación ferroviaria de Baquerizo Moreno. Nuestro carrito se empequeñece ante el inmenso dragón de acero que está lanzando fuego y humo por sus fauces como resentido de no poder avanzar unos kilómetros más…
Luego de tomar una opípara comida en uno de los mejores hoteles que allí están instalados para auxilio del caminante, emprendemos el regreso.
Apenas seis horas se han derrochado en el viaje de ida y vuelta. Recorrido lleno de emociones múltiples, por una arteria vial magnífica que ha resuelto el problema de locomoción y facilitado enormemente el turismo que necesitamos para nuestro mejoramiento social y económico. Así sea.