Una pareja de patos en el remanso de las aguas bloqueadas con la gran piedra, el 11 de noviembre, ya no volverá a su amoroso paseo acuático por el paradisíaco paraje.
La piedra gigantesca llamaba la atención en el río, como un monumento de la Naturaleza, pero se la eliminó del paisaje junto al parque más grande de Cuenca, con explosivos. En cientos, miles o millones de años fue un referente de los caudales y en semanas se abrió un vacío ornamental irrecuperable, para siempre
El parque de El Paraíso, entre los ríos Tomebamba y Yanuncay que se unen al sureste de la ciudad, cubre diez y seis hectáreas de prados verdes con caminerías, bosques de eucalipto, sauce, arbustos y plantas florecientes. Los paisajes orilleros regalan felicidad de contemplación y descanso. Por eso llevan ese bíblico nombre.
Así estaba el 9 de noviembre, cuando recién había empezado la destrucción.
En miles o millones de años una piedra gigante en medio del Yanuncay marcaba su aproximación al cauce del Tomebamba. Era el límite oriental del parque más encantador de Cuenca. Desde siempre la mole de alrededor de cinco metros de largo y más de dos de altura atestiguó el tránsito del agua, las crecidas o las sequías, como un referente de caudales que en riguroso invierno la cubrían por entero. También, el paso de cientos y miles de generaciones de seres vivos.
La poderosa mano humana acabó con ella a fuerza de taladros y explosivos entre noviembre y diciembre de 2023. Fue el triunfo de la inteligencia artificial sobre la sabiduría de la Naturaleza, la extinción de una huella de glaciares, de períodos milenarios y torrentes arrolladores incontenibles. ¿Por qué se quedó, precisamente ahí, tan gigantesca mole, imponente, sobre las normales piedras redondas de río? Acaso en la llanura más grande que el cielo –según las leyendas tomebambinas- el torrente perdió fuerza y semejante peso acabó por pararse, junto a El Paraíso, hasta ser despedazada, para siempre, sin contemplación, en estos días.
Un recuerdo lítico de épocas inmemoriales ha desaparecido. La inteligencia municipal en tiempos de vergüenza y bochorno, sin explicación, ni racional “socialización” de sus decisiones alteradoras del paisaje, ha terminado por suprimir del lecho acuático un monumento con destino eterno, del que los hoy vivientes fuimos últimos testigos. Destajos de esa masa pétrea majestuosa fueron empujados con tractor a la orilla, como fácil recurso para reencauzar el río estropeado por intervenciones anteriores cuyo ejemplo no debía repetirse.
Por su tamaño descomunal, la piedra tenía atractivo singular para los paseantes de los hermosos senderos de El Paraíso. Si el caudal no amenazaba peligro, jóvenes y aún niños se esforzaban por trepar a su cúpula y contemplar desde lo alto la belleza paradisíaca del río y del entorno. ¡Cuántos privilegiados paseantes posarían para sus fotos del recuerdo sobre ese púlpito con el rumor de las prédicas incesantes del agua, donde se ha inaugurado un vacío imposible de volverlo a llenar en siglos o milenios!
Apenas ha quedado ahora un pedazo mutilado de la piedra gigante, sobresaliendo del cauce. Al fondo los fragmentos acarreados a la orilla para controlar el río.
Acaso oficialmente se intente justificar la malhechora intervención en el paisaje, pero no habrá inteligencia ni razón que la acepte. La enorme piedra próxima a El Paraíso tenía inofensiva permanencia y es absurdo, quizá delictivo, que en dos por tres, como en asalto, se la haya eliminado, mutilando algo tan familiar y hermoso del paisaje.