El Ecuador está en la antesala de otra campaña electoral por la presidencia de la República y miembros de la Asamblea. Lo que ocurre en Venezuela, a propósito de elecciones, es una advertencia para que el proceso ecuatoriano sea una fiesta democrática o una catástrofe.

Lamentable y oportuna, como lección, la situación del país hermano. Nada más antidemocrático que la ambición del poder a toda costa, con un candidato oficial inmerso en trampas de escrutinio y la complicidad del máximo organismo judicial, para cumplir la amenaza del gobernante vitalicio para ganar por las buenas o las malas. Vaticinó, además, el baño de sangre en caso de derrota, como ha ocurrido.

Es increíble que a estas alturas de la civilización, los avances tecnológicos, la inmediatez de la comunicación, haya sobre la tierra personajes de barbarie vorazmente adictos al oficio de gobernar sin aceptar el triunfo del adversario, con apoyo brutal del militarismo leal al déspota, no por patriotismo, sino por cortesanos privilegios.

El Ecuador ha tenido y tiene personajes de similar calaña, a quienes cala a su medida el espejo venezolano. Sus líderes, mientras más defienden la conducta dictatorial de Nicolás Maduro, más hacen mérito para recibir el rechazo del electorado en defensa de la auténtica democracia, la independencia de las funciones del Estado y el triunfo del bien sobre la maledicencia. Aprendamos las lecciones de esa tragedia ajena, que podría ser nuestra…

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