Por: Rolando Tello Espinoza

En su estudio, el escritor, en la máquina familiar de su trayectoria de literato e investigador de la cultura cuencana.

Antonio Lloret Bastidas (1921-2000) no llegó a publicar Los Signos de la Llama. Maestro, periodista, autor de libros de historia, crítica literaria y poesía, fue Cronista Vitalicio y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

La UNE de Azuay debería auspiciar su publicación.

Un ejemplar mecanografiado guardan los familiares. En 1975 fue reconocida por Jorge Luis Borges como la mejor novela en un concurso de la Casa de la Cultura. Ha sido un privilegio leer el texto que al mérito literario suma rigor histórico sobre la política nacional y el magisterio desde las primeras décadas del siglo XX hasta 1961, cuando la penúltima caída del presidente Velasco Ibarra, que volvió en 1968 y fue derrocado en 1972, ya fuera del tiempo de la obra.

Es la historia del país administrado desde la capital, con las penurias del profesorado, especialmente rural, en escuelas precarias de difícil acceso, el abandono, los palanqueos, la lucha entre confesionalismo y laicismo, cuyos protagonistas son curas y políticos conservadores de un lado y, del otro, idealistas denunciando a los clérigos o a funcionarios del palanqueo o de favores no siempre gratuitos.

Hernando Sáenz, el protagonista, se inicia en una escuela de Villaloma, remoto caserío, con haciendas de una comunidad religiosa. Allí palpa la injusticia contra los campesinos y nace su rebeldía. Luego le cambian a otros sitios donde también la explotación al habitante rural, la ignorancia, la ausencia de obra pública y el discrimen son cosa habitual. Las letras del alfabeto simbolizan los signos de la llama que robó Prometeo a los dioses y da significado ilustrador al magisterio.

El regreso a la ciudad, por las sesiones mensuales del Centro Pedagógico, es ocasión para relacionarse con compañeros inquietos por el cambio, obreros y gente inconforme con el predominio tradicional conservador, así como con personajes de tendencia socialista coincidente con sus inquietudes: Carlos Cueva Tamariz, Luis Monsalve Pozo, Rafael Galarza Arízaga.

 Página inicial de la novela mecanografiada e inédita, con el seudónimo Luis Felipe, para el concurso nacional de 1975.

Episodios de la vida del campo, las tradiciones populares, alternan con las crisis del magisterio, el viaje sobre acémilas, los cambios al inicio de cada año por maledicencia o capricho de autoridades educativas o supervisores, a veces en castigo por no acceder a más que sospechosas pretensiones, especialmente con las maestras. El mundo del profesorado está expuesto a chismes y decires que a veces dejan frutos de amoríos públicos o clandestinos.

Merceditas Jaén, ayudada por su tío Juan Jaén, apodado El Refusilo, adquiere un título docente para profesora en un lejano caserío. Ella muere al volcarse el carro en el que los ocupantes, discípulos de un jesuita, le avientan hasta el camino de herradura de la escuela y, ebrios, pretenden abusarla. Manuel Rivera, conviviente apodado Lagartija, síndico del caserío, la vengará años después al topar con los pupilos del clérigo en la cantina de Luisa Lojano, mujer de vida alegre del barrio de El Vado, y destroza con los filos de una botella la yugular de un tal Matovelle.

Hernando Sáenz al retornar de un seminario de capacitación en Quito trae inquietudes políticas que pretende plasmarlas en Cuenca y crea células del Partido de Pedro Saad, el político comunista más antiguo del Ecuador. La revolución es su inquietud suprema y alterna las tareas docentes con la militancia política, el estudio del materialismo dialéctico y la concepción materialista de la historia.

Pero su lucha siempre va contra corriente y le castigan con un cambio injusto que le obliga a renunciar al magisterio. Entonces un cuñado, residente en Concepción, Chile, le invita a que fuera con Mireya, su esposa, a visitarle. Y allá contacta con miembros del Frente Popular de Salvador Allende y se empapa de la vida y la obra del poeta Pablo Neruda, para regresar con nuevos bríos al ajetreo político en Cuenca.

En 1961, en noviembre, es derrocado Velasco Ibarra, cuatro veces presidente. Cuenca tuvo papel protagónico en la caída, cuando el empedernido político quiso rendirla homenaje en sus fiestas cívicas y fue recibido por multitudes enfurecidas en su contra. El Gobernador, Roberto Calderón, había reportado la víspera a Quito que en Cuenca el pueblo le esperaba para celebrar las festividades del 3 de noviembre.

Hubo balas, gases lacrimógenos, policías y militares disolviendo las marchas contra Velasco, que el 7 de noviembre fue derrocado ante la violencia que cundió por el país. El profesor Hernando Sáenz, entonces, decidió retomar la docencia, convencido de que los signos de la llama avizoraban cambios revolucionarios en el Ecuador.

Con estilo literario enriquecido con realismo periodístico, Lloret Bastidas describe el ingreso de Velasco a Cuenca, una de las escenas estelares de la novela, de la siguiente manera:

“Entró José Velasco caminando a trancos largos y esquivando la silbatina y el griterío. Allá, por el sector de la Calle Larga avanzaba la multitud que logró al fin situarse al pie de la Municipalidad. Las metrallas, disparadas al azar, herían de muerte. Cayó un muchacho, cayó en seguida un hombre que agitaba con denuedo una bandera, cayó un estudiante. Cayó en la esquina del Cenáculo Galo Macías Moreira con una bala en la cabeza y otra en los pulmones.

“Cuando José Velasco entró en la Gobernación afilaba como un puñal un discurso y no tuvo a quién dárselo, aparte de sus ministros, los generales y los cocotas. Montó en furia: la boca grande se movió con un gesto de estar enfermo, como si fuera a erupcionar. Y explosionó:

-¿Dónde está el Gobernador? ¿Quién es?

Los ojos rufianescos de los empresarios se clavaron en el gobernador.

-¡¿………?!

-¿Se atreve usted a llamarme para que se me ultraje?... ¡Cállese usted! ¡Retírese!

De la calle se alzaban los gritos de la multitud en coro:

¡El pueblo unido, jamás será vencido!

¡El pueblo unido, jamás será vencido!

¡El pueblo unido, jamás será vencido!

- ¡Cayó José Velasco!

- ¡Cayó José Velasco!

-¡Muera la dictadura!

-¡Viva la libertad!


Episodios y gentes de entonces

 Muestra de una página mecanografiada de la novela inédita, que debería darse a luz.

En Los Signos de la Llama Lloret domina una técnica narrativa ágil, transparente. En la prosa agradable y sencilla hay espontaneidad, especialmente en los diálogos. Decires y nombres identificados de políticos, funcionarios y gentes populares, le dan realismo, así como las experiencias personales del autor, maestro que empezó en escuelas rurales.

La obra es la historia del magisterio azuayo, enriquecida con episodios de la política, las costumbres, tradiciones, frustraciones de los idealistas y las alegrías pueblerinas. De trasfondo está el abuso de las clases opresoras, la traición de los políticos, la injusticia social enérgicamente denunciada.

El argumento incluye hechos y personas del tiempo, como la Señorita Dolores, profesora laica perseguida por el clero, los conservadores y el periodista Juventino Vélez, a través de su diario El Progreso. La Señorita es, sin duda, Dolores J. Torres, educadora admirada hasta hoy por su posición liberal y combativa. Los orígenes gremiales de la Unión Nacional de Educadores (UNE) tienen su historia.

Cuando el 28 de mayo de 1944 se produce la gesta nominada La Gloriosa que derroca al presidente Arroyo y trae del exilio a Velasco Ibarra, en Cuenca hay desmanes y violencia. El ataque a la Gobernación y a la casa de los Neira, donde el populacho incendió muebles y echó un piano del balcón a la calle, es descrito con minucia que revive el furor del acontecimiento.

El humor está también presente: Luisa Lojano es mujer pintada con lenguaje colorido, por cuya cantina La Flor del Vado pasan clientes importantes para quienes tiene, en el piso de arriba, un altillo con una cama de dos plazas para sus ardientes citas pasajeras. Por gestión de un cliente casó con Refusilo, vejete vecino al que aceptó a condición de la escritura de su casa y de que no pisara el altillo.

 El periodista (izquierda), en un recorrido de obras del Centro de Reconversión Económica (CREA) en los años 80 del siglo pasado. Enrique Serrano, con casco, era Director del CREA.

El Director de Educción Aurelio Vargas sigue al pie de la letra el manual “Estadística y Escalafón” escrito por un burócrata ministerial de Quito, como guía para nombrar o cambiar a docentes según las conveniencias. El funcionario se apasiona por el libraco cuya aplicación trae descontentos y reclamos por los que le renuncian, pero lo que lamenta son los pavos que recibía de obsequio a domicilio.

En Los Signos de la Llama destellan episodios que evocan el pasado de Cuenca, con el ingenio y prolijidad del autor que, a lo largo de su vida, fue cronista curioso y documentado de la ciudad y de su gente. Es semillero de los tomos de sus Cuencanerías, de tanto valor histórico y patrimonial de la ciudad nativa amada por el autor.

Las instituciones culturales del país podrían rescatar, con la publicación de Los Signos de la Llama, una joya literaria e histórica, a cuya elaboración dedicó el autor apasionada entrega para enriquecer el conocimiento de un pasado que no debería perderse para siempre .

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