El segundo presidente más joven desde la fundación de la República en 1830, asumirá el mandato del Ecuador este mes. Es expresión evidente de que los ecuatorianos votaron por la renovación del hacer político deteriorado ininterrumpidamente en los últimos cuarenta años.

Es la carta que el país ha echado a jugar frustrado por dolorosas experiencias que le llevaron por extravíos que parecían sin salida y han hallado una luz al final, confiada a manos del presidente Daniel Noboa, para refundar la institucionalidad desbaratada por gobernantes que actuaron en función de intereses partidarios o personales, sin propósitos de bien común.


Será un gobierno corto, que debe ser lo mejor aprovechado. Su éxito dependerá de que los líderes políticos de todos los colores ideológicos le dejen recuperar la paz, lograr la seguridad tan atrofiada y dar empleo a miles de ecuatorianos sin ocupación que emigran por desesperación.


El trabajo responsable de la Asamblea será básico para que el período gubernamental por empezar rinda los frutos esperados. Es de clamar porque no se repitan las escaramuzas y patanerías del anterior período legislativo, los ingredientes para el fracaso del gobierno que termina y para el descalabro moral y económico de los ecuatorianos.

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