Por: Rolando Tello Espinoza

El personaje centenario en su infaltable sitio de trabajo cotidiano

José Simón Astudillo Quintanilla celebró el 20 de mayo un siglo de haber nacido. Aplaudido por sus descendientes y familiares, estuvo en el centro de los oleajes de generaciones agitadas como un torbellino a su alrededor

Celebrar cien años en condiciones físicas y mentales saludables es privilegio de pocos. José Simón Astudillo guarda una gran colección de recuerdos que valen como tesoros para conocer de fuente viva personajes, episodios y expresiones culturales de su tiempo y de su mundo.

Su abuelo José María Astudillo Regalado (1869-1953) y su padre José María Astudillo Ortega (1896-1961), médico, hicieron periodismo, cultura y arte. Un recuerdo muy antiguo de ellos es cuando de cuatro o cinco años, le llevaron a una celebración religiosa en el templo de San Alfonso, donde ofrecieron un concierto.

 El padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo

Pero no es la música lo que trae a la memoria, sino el susto cuando perdido entre la gente, lloraba a gritos, hasta que se vació el templo y no asomaron el padre ni el abuelo, pues al parecer se olvidaron del niño al que llevaron consigo. Alguien, al fin, le devolvió a casa de los padres, en la plaza San Francisco.

Primogénito, acompañaba al padre a sus menesteres. Recuerda la visita a Remigio Crespo Toral en su casa en la Calle Larga. Su esposa, Elvira Crespo, les hizo pasar al estudio donde el poeta coronado en 1917 compartía con un hombre distinguido, Honorato Vázquez: en la mesita central había una botella y el charol con dos copas servidas. Ellos quisieron brindarle, “pero mi padre se excusó, pues estaba con el niño, que era yo, y el poeta me palmoteó a la espalda”, recuerda sonriente. Remigio Crespo, su padrino de bautizo, murió en 1939.

En la infancia de Simón, Cuenca era un pueblo pequeñito de calles empedradas, con acequias al costado, por donde rara vez rodaba un automóvil. En el parque central paraban carros de alquiler y si se los necesitaba había que ir a buscarlos porque no había teléfonos. Una curiosidad era ir a Machángara a ver el aterrizaje de aviones en la pista de El Tablón.

 El doctor José Simón con su uniforme en la fábrica

actual aeropuerto de Cuenca se inauguró en 1941. En 1920, casi tres años antes de que él naciera, había aterrizado el primer avión en Cuenca, llamado El Telégrafo, piloteado por el italiano Elia Liut, en un terraplén preparado en el sector de Jericó, lejos de Cuenca, ahora barrio de casas modernas y avenidas muy traficadas. “Cuando era niño –dice riendo- la gente aludía al pionero de la aviación ecuatoriana como Elías Luz”.

El hombre centenario fue testigo de transformaciones urbanas, los avances sociales, los logros del desarrollo y la vida de su ciudad y el mundo, hasta niveles insospechados de fantasías que se hicieron realidad. Cuando nació aún no había el diario El Mercurio, que el próximo año cumplirá un siglo. Tampoco había una emisora de radio y la televisión aparecería casi medio siglo después. José Simón asistió de tres años al Asilo de las Madres de la Caridad, en el barrio San Sebastián, centro infantil que hoy es un geriátrico que acaso acoja a niños convertidos en ancianos desamparados. Dora Canelos y Francisco Estrella Carrión fueron allí sus compañeros y los recuerda porque llegaron a ser personajes notables de la educación y la cultura de Cuenca.

La primaria siguió donde los Hermanos Cristianos, de los que escapó furioso lanzándole un tintero al lego Dositeo, por golpearle con una varilla. Siempre rebelde, fue a la escuela Luis Cordero y terminó la instrucción básica en la escuela Federico Proaño, para pasar luego al colegio Benigno Malo, junto al templo de Santo Domingo y la Universidad.

Del segundo curso en el Benigno Malo, de trece años, fue a Quito a la Escuela Militar Eloy Alfaro, donde un amigo lojano de su padre, Max Witt, fue su apoderado, a quien no olvida, pues fue tío de Jamil Mahahuad Witt, político que en el año 2000 sería derrocado de la presidencia de la República, con el apellido reducido a Mahuad.

Tampoco en la escuela militar sentó raíces, pese a sus altas calificaciones y dotes deportivas. Se presentó a pruebas para la Marina y obtuvo el cupo, logrando con sus aptitudes de liderazgo la calificación de brigadier mayor, que despertaría recelos de algunos profesores, especialmente uno de apellido Andrade, nativo de Cuenca, que le sometió a ejercicios forzados hasta despecharle.

Entonces regresó a Cuenca y continuó la secundaria en el Benigno Malo, donde se graduó de bachiller en 1942. De los 43 compañeros que terminaron el colegio, él y José Neira Carrión aún están con vida.

Vendría luego la carrera universitaria, en la Escuela de Química y Farmacia de la facultad de Medicina, donde como alumno ya fue Jefe de Laboratorio, para alcanzar en 1948 el doctorado al que accedió con el premio Benigno Malo que asigna la Universidad a los egresados de más altas calificaciones.

Cuando estudiante universitario, José Simón promovió la creación de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE), con apoyo de Hugo Ordóñez Espinosa, alumno de Derecho, que luego sobresalió en el periodismo y la cátedra universitaria y fue Contralor del Estado, de ejemplar desempeño.

La profesión farmacéutica alternó el doctor Astudillo Quintanilla con otras actividades, relacionadas con la cultura, el deporte y el arte. Su padre tenía la imprenta Alianza Obrera y allí editó la revista Pulso, en la que hizo periodismo deportivo. También incursionó en la música, desde la infancia. En la Universidad participó en la creación de la Liga Deportiva Universitaria y ya graduado fundó el Colegio de Químicos y Farmacéuticos del Ecuador e integró el directorio de la Federación Deportiva del Azuay. En los años 50 del siglo pasado instaló la primera lavandería automática de Cuenca, que llamó La Química y funcionó hasta la primera década del siglo XX. Los viejos equipos los guarda de recuerdo, pues las nuevas tecnologías los han convertido en piezas de museo.

En 1968 instaló la empresa alimentaria Fruveca (Frutas, Vegetales y Cárnicos), a la que asiste todos los días, sin importarle el siglo de años que lleva encima, pues es el emprendimiento al que entregó los mejores esfuerzos de su profesión. De la empresa salen los productos marca Parrish, presentes en el mercado nacional y reconocidos por la alta calidad de sus procesos de elaboración.

Al llegar a los cien años, el doctor Simón cree haber cumplido sus metas y con responsabilidad piensa que en su empresa en plena operación alguien de la familia deberá relevarle, para continuar su desarrollo y el prestigio de la marca industrial sujeta a rigurosos cánones sanitarios y de calidad.

En la celebración centenaria estuvieron los diez hijos y familiares radicados en Cuenca y los que vinieron del exterior. De los ocho hermanos Astudillo Quintanilla quedan vivos él y Rosario. Rubén, Jaime, Eulalia, Maris y Cecilia han muerto. Dolores, que vivía en Estados Unidos, falleció el 31 de mayo, de 93 años.

 

Termina el diálogo agradeciendo a la vida, a su familia y amigos que le apoyaron en sus iniciativas. Pero lamenta que el gobierno de Rafael Correa sustituyó al Instituto Sanitario Leopoldo Izquieta Pérez con la Agencia de Regulación y Control Sanitario (ARCSA). “Entonces volvió a cero el control sanitario en la elaboración de productos alimenticios y militantes políticos sucedieron a los técnicos y científicos”. Y añade con énfasis: “desde entonces hay una competencia malsana que coincide con la expulsión de la Base de Estados Unidos en Manta que controlaba el narcotráfico y con los vuelos sin pasajeros del avión presidencial a los paraísos fiscales. Son cosas públicas, notorias, que no escapan a la conciencia de los ecuatorianos”, expresa con la autoridad del hombre lúcido que ha vivido un siglo.

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