El ingenio, la picardía, la crítica, la broma o la protesta hallan asidero en las redes sociales en forma cada vez más cotidiana. Y eso se intensifica en situaciones de trascendente actualidad, como en la campaña política reciente
El aislamiento por la pandemia del Covid aceleró el uso de las nuevas formas de comunicación por internet. Se avanzó en lo que podía demorar más de una década para volver popular el uso de los teléfonos celulares para divulgar opiniones, videos, bromas o posiciones políticas del ciudadano común, de los candidatos y hasta de partidarios o religiosos que encontraron un nuevo púlpito, el minúsculo aparatito celular, para “orientar” a los feligreses sobre cómo decidir sí o no con su voto.
Los medios tradicionales de comunicación van perdiendo espacio en el ámbito masivo de informar al gran público, frente a los modernos sistemas que permiten un contacto directo, inmediato y efectivo con las comunidades. Lo malo, que a través de estos métodos se puede decir impunemente cualquier cosa, alterar la verdad o mentir, para lograr un fin político: alcanzar el poder, en cualquier forma o medida, sin importar si se cumplirán o no las ofertas electorales. Hasta la demagogia se ha vuelto electrónica.
Los aparatitos celulares ganan cada vez más terreno. Acaso no estará lejano el día en el que inclusive remplazarán con el voto informático a las urnas de los tribunales electorales, para cumplir con la obligación del sufragio desde el dormitorio, la cocina o el retrete de los domicilios.
A modo de ejemplo de lo dicho y de todo lo que pueda decirse sobre la novísima irrupción informática en la cotidianidad de la vida privada, de la vida pública, de la cultura, de la religión y de todo, las ilustraciones de esta página presentan muestras de humor, de promoción política, de frustración o de las moderna tendencias políticas de curas de parroquia capaces de “orientar” la voluntad de los católicos en beneficio de sus personales inclinaciones.
¿No hay un ente público que sancione la infiltración religiosa en temas políticos? ¿No hay autoridades eclesiásticas que sancionen estos pecados de sus representantes en pueblos o ciudades? Hace mucho se creyó que pasaron los tiempos en los que desde los templos se mandaba a pensar y actuar sin libre albedrío a los fieles cristianos.