Las toneladas de material extraído del Istmo fueron utilizadas de manera inteligente para construir el camino que hoy se conoce como Amador y se extiende por seis kilómetros a lo largo del Pacífico, uniendo a tres islas que hoy se pueden visitar sin tener que tomar una embarcación

Se escucha decir a menudo que el Canal de Panamá es una de las maravillas del mundo moderno, pero tal calificativo adquiere su real dimensión solamente cuando se lo cruza. Mas allá de que el Canal de Panamá haya unido a dos océanos a partir de 1914, cambiando la dinámica mundial del comercio para siempre, está primero el hecho de que su construcción misma es un proyecto monumental. Lo monumental radica en el desafío geográfico, los riesgos para la vida de los obreros y el mecanismo que lo hace funcionar.

En cuanto a la parte geográfica y a la de riesgos, las dos se juntaron; para ilustrar, la empresa francesa que intentó construir el canal inicialmente, abandonó el proyecto debido a problemas financieros y convencida de que la construcción era imposible porque no implicaba abrirse paso solamente a través de vegetación; de por medio estaba la Cordillera Occidental. Sumado a ello, estaban las enfermedades tropicales transmitidas por mosquitos, principalmente la malaria.

Cuando Estados Unidos tomó la posta para la construcción, nadie creyó que la obra tomaría 10 años y concluiría siendo una verdadera maravilla. Para comenzar, el mismo Lago Gatún -que es la entrada al Canal- es un prodigio de la ingeniería. Como se trata de un lago artificial creado para represar el agua que sería necesaria para tener un paso de entrada, sus dimensiones están bien pensadas; así, las aguas del río Chagres, que fueron las que se desbordaron para crear el lago, ocupan hoy 425 km2 con casi ocho metros sobre el nivel del mar. La construcción de la presa y el lago resuelven la primera parte de la navegación que deben ejecutar los barcos cargueros; luego viene el paso por el Canal como tal.

En el recorrido desde el lado del Atlántico, se llega a las esclusas Pedro Miguel, y luego las esclusas más famosas, que son las llamadas ‘Miraflores’. El canal en este punto se extiende a un ancho de poco más de 33 metros; esto da una idea de la estrechez por la que deben pasar barcos de carga cuyos bordes quedan a una distancia de medio metro a un metro de las paredes de cada estanque. Una vez allí, la embarcación se apaga porque conducirla prendida implicaría tratar de lidiar con las corrientes que los estanques forman. Por eso, un capitán especializado en dirigir la embarcación por el canal toma mando de la misma; su trabajo es en conjunto con aquel que hacen los encargados de atar la embarcación a las llamadas mulas, que son locomotoras. El precio de cada locomotora asciende a 2.3 millones de dólares, pues son vehículos con la increíble capacidad de mover un total de 311.8 kilonewtons, que es lo que 290 caballos de fuerza pueden acarrear. Cada locomotora se mueve a una velocidad de 3.5 kilómetros por hora mediante un sistema de rieles que le permite estabilidad; una vez que las locomotoras están unidas a la embarcación mediante un grueso cable de acero, su función es pues remolcar la embarcación con tanta precisión que impida que sus paredes rocen siquiera las del canal.

Poco a poco, las locomotoras hacen el trabajo de remolque hasta que la embarcación se acerca a las compuertas, desde donde es visible la altura sobre el nivel del mar en el que está ubicado el canal. Sin usar ni sistemas de bombeo ni electricidad, sino por pura fuerza de gravedad, el agua del estanque es liberada por las esclusas: en ocho minutos el agua baja un nivel de aproximadamente 15 metros. Una vez que el nivel de agua es adecuado, se abren las compuertas, y la embarcación es dirigida por las locomotoras hacia el siguiente estanque, donde el mismo proceso se repite hasta lograr que la embarcación alcanza el nivel del océano.

Al hacer este recorrido, se está observando pues todo un concepto en acción: el que permitió no sólo atravesar una tierra que parecía imposible sino que halló una perspicaz manera de acortar una travesía que hubiese tomado de un mes y medio a dos meses más sin el canal.

Las toneladas de material extraído del Istmo fueron utilizadas de manera inteligente para construir el camino que hoy se conoce como Amador y que se extiende por seis kilómetros a lo largo del Pacífico, uniendo a tres islas que hoy se pueden visitar sin tener que tomar una embarcación.

Creo que el Canal de Panamá es algo que hay que ver si se puede; despierta la posibilidad de maravillarse con una obra humana sin que la naturaleza quede de lado.

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