por: Ángel Pacífico Guerra

El sistema vial que conecta a Cuenca con el resto del país es precario. Las carreteras sólo sirven en verano y los inviernos las mantienen en destrucción por años y por años.  ¿Y quién reclama?

Cuenca conmemora en este abril 466 años de su fundación bajo circunstancias que tornan irónico hablar de celebraciones festivas. Aislada por la destrucción de las carreteras que le conectan al país, más que por el invierno por la precariedad de sus características, la ciudad no ha podido recibir las romerías turísticas que suelen visitarla en esta temporada.

Son gente que a más de llenar las plazas hoteleras, dejan réditos en las más diversas opciones de compras, consumos, distracciones. Son tradicionales e inevitables las sesiones conmemorativas solemnes, pero de los discursos que allí se pronuncian –con elogios a la “gesta histórica” y promesas oficiales que nunca se cumplen-, pero lo que Cuenca necesita, reclama y protesta, es la indolencia gubernamental ante sus necesidades, que no son sólo las de la vialidad: la inseguridad acosa, causa pérdidas materiales y muertes, no hay medicinas en los hospitales del IESS, la pobreza acumula sus miserias, la aviación ha retrocedido y los costos de los pasajes de avión son arbitrarios y elevados. En fin…

Pero en vedad al momento lo severamente crítico es el tema vial. No es tema de hoy, sino de décadas en el pasado. No hay gobierno que haya atendido lo que Azuay y el austro necesitan. Las carreteras de la región son precarias y de tercer orden. La Panamericana a su paso por el Azuay es una calamitosa ironía para despertar rabia y humor de cualquier pasajero extraño que la recorra.

No es justo, razonable, comprensible, que a estas alturas del tercer milenio el Azuay sufra el aislamiento que soporta en los actuales momentos, porque las carreteras que le conectan con el país no sirven para nada. Son vías construidas en décadas del pasado que no tienen mantenimiento. Los parches y arreglos sobre los tramos críticos que se vienen abajo con las lluvias, están en peores condiciones de las que tuvieron cuando fueron recién construidas.

De nada han servido los altos funcionarios azuayos y del austro que van a los círculos gubernamentales más elevados, los ministros de Obras Públicas cuencanos que han trabajado por otras provincias ecuatorianas y han olvidado la propia. No hay derecho para semejante dejadez y abandono.

Azuay y el austro son territorio aparte del país en materia de conexión por carreteras. Lo peor de todo es la indolencia de las autoridades locales y provinciales que representan a Cuenca y al Azuay, que parecerían ignorar la realidad, que no les importa, ni duele, ni la lamentan. La sumisión al poder público centralizado ofende y molesta a los habitantes perjudicados por semejante vía crucis cuaresmal de tiempo completo, de años corridos, en materia de la vialidad azuaya.

Cuenca y el Azuay tienen motivos y razones para saludar el cambio indispensable en la forma indiscriminada de hacer gobierno. Y tienen razones para protestar, con toda energía, por la inacción de los funcionarios que en esta provincia representan al gobierno que tiene los pies al estribo… ¿Esperaremos algo de quienes vengan luego?

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