Partidarios de Bolsonaro cerraron las carreteras y las calles brasileñas rechazando el resultado de las elecciones presidensiales.
Lula tuvo 60 millones de votos y Bolsonaro 58, de 156 millones de votantes. Por primera vez, después de la redemocratización y de instituirse la reelección, un presidente no es reelegido. Lula llega a su tercer mandato
Lula en una ilustración artística elaborada por Elson Rezende |
Luis Inacio Lula da Silva, del PT-Partido de los Trabajadores, ganó la Presidencia de Brasil el 30 de octubre, en segunda vuelta. La diferencia de votos para el presidente Jair Messias Bolsonaro, PL-Partido Liberal, que buscaba la reelección, fue de solo 2 millones de votos.
La disputa electoral en Brasil fue reñida y muy polarizada, en torno a estos dos candidatos. Lula terminó adelante en la primera vuelta. Jair Bolsonaro, en el gobierno, utilizó todos los recursos a mano legales e ilegales, para buscar la reelección. En torno a Lula se formó un amplio frente, con apoyo diverso del espectro político y económico, preocupado principalmente por defender la democracia y evitar el golpismo representado por Bolsonaro, cuya reelección agudizaría su autoritarismo y podría llevar al país a la autocracia.
En la polarización entre estas dos fuerzas electorales, Lula pudo contar con un antibolsonarismo que solo creció durante el gobierno de Bolsonaro. Antes el antipetismo llevaba a Bolsonaro al Planalto, ahora el antibolsonarismo trae de vuelta a Lula.
Bolsonaro fue un político inexpresivo, diputado federal durante 28 años, en 2018 fue elegido presidente en las aguas fuertes del antipetismo, fortalecido por gobiernos del PT en los que había mucha corrupción. Incluso en 2018 Lula estaba en prisión, condenado en la llamada operación Lava Jato, y no pudo ser candidato. Más tarde salió de la cárcel y sus procesos fueron invalidados, por tecnicismos legales, por el máximo tribunal de justicia del país, el Supremo Tribunal Federal, y tuvo procesos también caducados debido a su edad. El desmantelamiento de la operación Lava Jato también contó con el apoyo del gobierno de Bolsonaro que, contradictoriamente, había sido elegido con el tema anticorrupción y apoyo a la operación.
Para muchos Bolsonaro era casi reelegido, pero Brasil estaba cansado de su mala conducción y la tensión de todos los días. Fueron cuatro años de retrocesos en prácticamente todos los campos. La economía no se sostuvo bajo la dirección del ultraliberal Paulo Guedes, al frente del Ministerio de Economía, y en los últimos tiempos tomó medidas para facilitar la reelección del jefe. En términos ambientales, fue un desastre conocido internacionalmente. Bolsonaro, sin ningún apetito administrativo, de notoria incompetencia, nombró en sus ministerios a figuras contrarias a lo que defendían sus carteras de Medio Ambiente, Educación, Salud, Cultura.
Bolsonaro no actuó según la liturgia del cargo, sin distinguir lo privado y lo público. Su principal preocupación era defender a sus tres hijos que también tienen carreras políticas, con las que se enriquecieron, por expedientes mal explicados, y deben ser investigados severamente cuando su padre deje la Presidencia. Llevó sus valores a la dirección del país: homofobia, misoginia, intolerancia, violencia, autoritarismo, racismo, machismo. Tomó medidas para liberar las armas, incluso predicó que la población tenía que armarse. Se inspiró en Trump en los Estados Unidos.
Tuvo actitudes infames durante la pandemia del Covid-19, predicando el uso de la Cloroquina, medicación comprobadamente sin ninguna eficacia contra el virus, fue contra la vacunación (retrasó el inicio de la vacunación con sus actitudes), incluso imitó a alguien que sufría de dificultad para respirar, y dijo que no era un sepulturero cuando le preguntaron por las muertes.
Peleas con otros poderes
Bolsonaro dio razones para el impeachment desde el principio y solo se libró porque los aliados en la dirección del Congreso no tramitaron las solicitudes. Y en los últimos dos años se rindió a un grupo de parlamentarios que se aglutinó en torno al llamado Centrão, que le dio apoyo y se apropió del presupuesto nacional, en el llamado “presupuesto secreto”, en el que eran diputados y senadores quienes decidían donde el gobierno invirtiera los recursos provenientes de sus enmiendas. El gobierno simplemente delegó la administración a ese grupo, mientras el presidente recorría el país, siempre en campaña electoral, en jet ski, en motos (en los llamadas motociatas).
Bolsonaro se dedicó a atacar a los demás poderes de la República, principalmente al judicial, representado por los ministros del Supremo Tribunal Federal, encargados de hacer respetar la Constitución. En tiempo de elecciones, atacó mucho al Tribunal Electoral, diciendo que la urna electrónica no era confiable. Incitó a sus partidarios contra estos poderes.
Tras las elecciones del día 30, tardó 45 horas en pronunciarse; lo hizo en dos minutos, sin reconocer explícitamente el resultado ni felicitar al ganador, al tiempo que reconoció la justicia de las protestas que ya proliferaban por todo el país. Solo confirmó tu estatura política, pequeña, de quien siempre ha apostado en la disputa, la tensión, la violencia.
El bolsonarismo sigue
Jair Messias Bolsonaro es considerado el peor presidente que ha tenido Brasil. Haber sido presidente se considera un accidente, ya que demostró ser una persona completamente impreparada para ello. Pero todo tipo de gente brotó a su alrededor, una extrema derecha que no se había notado antes. Y él se valió mucho de las sectas neoevangélicas, su núcleo básico de apoyo, mezclando la religión con la política. Los pastores lo apoyaron abiertamente, manipulando a sus fieles.
Deja derrotado el gobierno, pero un bolsonarismo activo en el Congreso y en el país, una fuerza política considerable, con gobernadores, senadores y diputados electos en las últimas elecciones, que deben oponerse al próximo gobierno. Tendremos un bolsonarismo sin Bolsonaro, que en la realidad será la extrema derecha ocupando espacios.
Un bolsonarismo que mostró aún más su cara con el resultado adverso de la elección presidencial. Mucha gente fue a manifestarse a las puertas de los cuarteles pidiendo una dictadura militar con Bolsonaro en la presidencia. Como se apropiaron de los símbolos patrios, salen vestidos con los colores de la bandera, verde y amarillo, cuando no envueltos en la misma bandera. Con bloqueos de carreteras en todo el país realizados por camioneros. Un movimiento que puede parecer espontáneo, pero es evidente que se organizó desde antes. Y el propio Bolsonaro alentaba estas actitudes, ya que venía predicando en contra de las urnas electrónicas, amenazando con no aceptar el resultado electoral adverso.
Delirios colectivos
Desde la derrota de Bolsonaro, sus partidarios han difundido noticias falsas para deslegitimar e ignorar los resultados de las elecciones presidenciales. Las manifestaciones ridículas están siendo ignoradas en el país. Se extinguen a medida que pierden la motivación. Son ampliamente burladas en las redes sociales. Hay escenas grotescas de bolsonaristas en las calles, en las carreteras, en verde y amarillo, envueltos en la bandera brasileña, frente a los cuarteles, marchando, rezando, pidiendo la intervención militar, no aceptando la elección de Lula, gritando contra un comunismo hipotético y otras tonterías. Parece un delirio colectivo, alimentado por la desinformación, teorías de la conspiración y las fake news que proliferan en los grupos de WhatApps. Un estallido psicológico de mentes simples e indefensas, desencadenado tras bambalinas por personajes sin escrúpulos e incluso financiado por empresarios. Son manifestaciones antidemocráticas.
Lula prepara su gobierno
Lula tan pronto fue elegido, el mismo domingo por la noche, recibió felicitaciones y reconocimientos del presidente Macron de Francia, el presidente Biden de los EE. UU. y de la mayoría de los países de América Latina y Europa. Pareciera que el mundo respira aliviado menos por la elección de Lula que por la derrota de Bolsonaro, quien se encuentra aislado internacionalmente, lo que se debió principalmente a su mala gestión del tema ambiental en la Amazonía brasileña.
Lula, el PT y sus simpatizantes se preparan para el inicio del gobierno el 1 de enero. Los grupos de transición, coordinados por el vicepresidente electo Geraldo Alckmin, negocian con el gobierno saliente y con el Congreso para conocer la situación real del país y construir qué hacer, la agenda social y política del nuevo gobierno. Dijo Lula, “es como una máquina de resonancia magnética, va a hacer una encuesta basada en la situación del país”.
Y es imperativo a partir de ahora cómo mantener el Auxilio Brasil de 600 reales para familias necesitadas y dar un real reajuste al salario mínimo el próximo año, propuestas de campaña de ambos candidatos, que no están contempladas en el presupuesto del próximo año. Bolsonaro está dejando un déficit de 400.000 millones de reales en las cuentas públicas.
Lula fue invitado a la COP-27, la conferencia climática de la ONU, que se realiza en Sharm El Sheikn, invitado por el presidente de Egipto. Y el presidente saliente no irá. También ha visitado y conversado con los demás poderes de la República, el Congreso y el Supremo Tribunal Federal, para relajar el ambiente, volviendo a la normalidad del respeto mutuo, lo que no ocurría en tiempos de Bolsonaro.
Será difícil que Brasil se recupere en términos institucionales, sociales y políticos. E incluso en valores de la convivencia republicana. Será difícil superar una división ideológica y radical como nunca se ha visto. Sin embargo, es claro que el país ya respira otros aires. Hay que recuperar el tiempo perdido y curar las heridas de tanta división que inspiró e instigó Jair Messias Bolsonaro.
En su primera conferencia de prensa después de las elecciones, Luís Inacio Lula da Silva afirmó: “Me postulé con el compromiso de que es posible rescatar la ciudadanía del pueblo brasileño, que es posible que recuperemos la armonía entre los poderes, que es totalmente posible recuperar la normalidad de la convivencia entre las instituciones brasileñas. Instituciones que fueron atacadas, que fueron violadas por el lenguaje no siempre recomendable de algunas autoridades vinculadas al gobierno”.
Son otros aires en Brasil, un inmenso alivio.