Por: Rolando Tello Espinoza

Silvino Gonzáles Fontaneda, nacido en Sandoval de la Reina, bucólico pueblo cerca de Burgos, tenía 31 años cuando en 1952 otro español, Francisco Álvarez González, le invitó a la aventura de fundar la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, intentando evitar la proliferación de “bárbaros especialistas”

Este 12 de septiembre cumple cien años, último vivo de la creación del centro universitario, donde se jubiló en 1990 para liberado de horarios obligatorios dedicarse al ocio placentero, la lectura y la vida intelectual, pasiones aplazadas por la docencia. Viejos alumnos le recuerdan con afecto, profesor de Latín, Griego, Gramática Histórica y otras materias que las renovaciones académicas las hicieron obsoletas, pero les enseñaron a pensar con humanismo y a realizarse decorosamente en la literatura, la historia, el magisterio, la filosofía.

La Universidad no recuerda del longevo que entregó a Cuenca los mejores años de su madurez académica y aportó para, junto a destacados maestros de antaño, orientar el pensamiento de discípulos que descollarían en varias expresiones de la cultura, el arte y la vida pública. En una entrevista para Avance hace veinte años, recordaba entre sus primeros alumnos a Dora Canelos, Alejandro Serrano Aguilar, Efraín Jara y Hernán Cordero, que no huyeron, como muchos, del rigor académico traído de Europa.

 Los extremos del siglo: el centenario personaje feliz con Sara Toral González en brazos, la sexta bisnieta, nacida hace pocas semanas.

También fue fundador del colegio universitario concebido para formar bachilleres que pasarían a la Universidad y para prácticas de alumnos de Filosofía, cuyos profesores también lo fueron del plantel secundario. Gabriel Cevallos García, Rector universitario, propuso bautizar al colegio como Minerva, diosa de la Sabiduría, lo que le causó gracia a Francisco Estrella –hombre de humor-, quien gritó que se llamaría Fray Vicente Solano, y punto!. Y así quedó nominado el revoltoso colegio que en 1970 lo clausuró el dictador Velasco y se reabriría, como fiscal, hasta hoy.

Enseñar la asignatura de Botánica ocupó buen tiempo del trabajo del doctor Silvino en el Fray Vicente, aunque le molestase la indisciplina del alumnado consentido bajo nuevas normas pedagógicas basadas en el albedrío juvenil. Aceptó el recargo para redondear los ingresos siempre esquivos ante las exigencias vitales del entorno familiar en crecimiento.

El maestro español cada vez fue más ecuatoriano y más cuencano y se asimiló a la nueva querencia, donde acabó contrayendo matrimonio por dos veces y dos veces quedándose viudo, con una pareja de hijos la primera vez y dos varones la segunda, quienes le dieron siete nietos y seis bisnietos. Nunca se sintió extraño en Cuenca, pues participó en las experiencias vitales con amigos cordiales, como Francisco Estrella – hombre de chispeante humor- que le matriculó en La Escuelita, una cantina de las calles Luis Cordero y Sangurima, donde se reunían los “discípulos” para repasar las lecciones de la vida. “Alguna vez Luis Fradejas –otro español fundador de la Facultad- me llamó al orden por mis confianzas con los alumnos, y yo le pedí que se dejara de pendejadas”, recordaría, con su burlona risa, años y años después.

 Francisco Olmedo Llorente, Gorky Abad y Carlos Pérez Agustí, festejan al maestro y compañero en la docencia universitaria. Los de los extremos son españoles afincados por vida en Cuenca.

También gustaba de las excursiones andinistas y nunca olvidaría de los recorridos, a lomo de mula, por la ruta de Sígsig-Chigüinda-Gualaquiza, atravesando el helado paraje de Matanga, donde muchos morían congelándose por el frío. Los viajes por los países de América, en tiempo de vacaciones, fueron enriquecedoras experiencias para el europeo que vino a redescubrir geografías remotas con historias aprendidas en la infancia.

Un paréntesis educativo de cinco años le alejó, cuando en 1965 contratado por una universidad de los Estados Unidos fue a enseñar a unos alumnos distintos de los ecuatorianos: aquí aceptó ser pródigo en la calificación de los estudiantes, pero en USA los jóvenes protestaban por su tolerancia al valorar el rendimiento. Doctor en Filosofía por la Universidad de Cuenca, luego de la licenciatura en Filología Clásica en España, sus cátedras eran semiótica y etimología latina y griega, gramática histórica, literatura clásica, idiomas francés e italiano.

De regreso al Ecuador volvió a la facultad de Filosofía de Cuenca, hasta jubilarse en 1990. La España, a donde poco fue por visitas familiares, le era cada vez más distante y quizá extraña, pues la población envejecía con pocos hijos. Pese a que sintió temporadas tormentosas de agitación política ecuatoriana, no podía comparar el ambiente con el del dictador Franco que aterrorizaba en su país.

 Con los hijos: a la izquierda Catalina y Fernando; a la derecha Pablo y James.

Integrado a la realidad cuencana, como ocurre siempre con los migrantes en el mundo, dejó atrás Europa y con la familia creada en el nuevo mundo, vio con gusto a sus hijos y descendientes incorporados a la vida social, cultural y económica de Cuenca y del Ecuador, sabiendo que su sangre mestiza viene de vertientes y raíces entroncadas en lejanas tierras.

Envejecido, pero lúcido y robusto hasta hace algunos años, a Silvino le agradaba caminar a orillas del río Tomebamba, en las cercanías de su residencia en el barrio de Monay, entre sus jornadas de reflexión y lecturas, o la travesura de navegar por el mundo a través de la internet.
Fue entonces la oportunidad de dialogar con el maestro de conocimientos añejados en sabiduría con el tiempo.

¿Le teme a la muerte?
-A la muerte, no: a la nada. La percepción de la nada provoca una angustia existencial. La nada es algo terrible, es nada. Prefiero mil infiernos antes que la nada. Estas ideas atacan cuando menos se piensa mientras se acortan los días y falta el tiempo para no hacer nada.

¿Es usted religioso?
-Soy blasfemo, pero católico. Católico por mi origen familiar, porque me bautizaron, pero no lo practico, ni asisto a las ceremonias sino por circunstancias familiares o presión social.

¿Y qué de la política?
-Soy hombre de izquierda. Nunca acepté la represión franquista en España, aunque no me gradué de héroe en ninguna cárcel. Aborrezco la doble moral de las oligarquías: no olvido cuando apenas me radiqué en Cuenca de los usurpadores de lo ajeno repartiendo limosna los sábados en los sitios públicos y pidiendo el cambio a los mendigos. Yo pregono la justicia social y la teoría de la revolución social, sin extremismos.

Y del futuro. ¿qué piensa del futuro?
-Cuidar del jardín, beber del vaso chiquito que es mío. No tengo angustias económicas, pero sí miedo del futuro: ¡qué paradoja: miedo del futuro, que no existe!

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