En este mes ciertas culturas celebran el Día de los Muertos con mucho dolor, incluyendo en esta revista por la partida del querido amigo Eliécer Cárdenas.Nos consuela pensar que el mundo sin la muerte perdería mayor equilibrio del que pierde día a día.

La Recoleta es un barrio muy exclusivo de la bella ciudad de Buenos Aires, capital argentina. Ese nombre se debe a que allí se ubicaba antes el convento de los monjes recoletos. Al ser un barrio exclusivo ya desde el siglo XIX, cuando fue construido en 1822, las familias acomodadas que se mudaban a la zona no solamente se limitaban a vivir de manera ostentosa, sino que su muerte también tenía que serlo. Así pues, cuenta la historia del cementerio que había una suerte de competencia entre los habitantes y se traducía en el hecho de construir pomposos mausoleos y tumbas. Este hecho es el que hizo este cementerio tan famoso, convirtiéndolo en el más visitado de la capital.


No se debe dudar pues de que la visita a este bello cementerio es obligada cuando se tiene la dicha de conocer Buenos Aires. Como dato, noventa de sus tumbas han sido declaradas como Monumento Histórico Nacional; encierran historia pero igualmente son el testimonio claro de la habilidad de escultores propios de la ciudad.

Por eso, no es raro que el Cementerio de la Recoleta tenga la capacidad de contar historias a través de sus mausoleos. Una de las tumbas que más llama la atención es la de una joven llamada Liliana Crociati, quien falleció -según datos recogidos de la familia- durante su luna de miel cuando se encontraba con su esposo en un ski resort en Europa. Hubo una avalancha a la que la joven no sobrevivió y, al ser su cuerpo recuperado y repatriado a Argentina, sus padres le construyeron una bóveda que representa su habitación y colocaron su escultura en la entrada. La escultura viste con su traje de novia, con el cual además fue sepultada. A la escultura le acompaña su fiel mascota, un perro que, cabe aclarar, no estuvo en el viaje que hizo la pareja.
Yace también en el cementerio gente famosa como Eva Perón, el escritor Adolfo Bioy Casares, entre otros. Y alguien no tan famoso pero cuya historia conmueve: se trata de David Alleno, cuidador del cementerio por toda su vida laboral, quien ahorró para poder construir en este bello lugar su propia tumba, que tiene su figura en relieve. Cuando ya estuvo lista, se suicidó a los 35 años de edad con el fin de yacer por fin en su tumba.

Estas historias objetivas se encuentran con otras más difíciles de creer. Está, por ejemplo, la de la ‘Dama de Blanco’. Luz María, hija de un dramaturgo llamado Enrique García Velloso, murió de leucemia a los 15 años. Una noche, un joven del barrio que regresaba de su trabajo vio a una chica vestida de blanco llorando en la parte trasera del cementerio. Se acercó para ver si necesitaba ayuda y le invitó a tomar un café en un sitio ubicado frente al cementerio. De repente, la joven salió apurada diciendo que ya era muy tarde; en su apuro, regó café en el saco que él le había prestado para que se abrigara. Él corrió tras ella y la vio entrar a través de la puerta cerrada del cementerio. Golpeó el portón hasta que el cuidador le permitió entrar. En la primera calle a la entrada, vio en una tumba su saco manchado de café. Al acercarse, vio en la tumba la foto de quien yacía allí y reconoció a la muchacha con quien había estado. Se dice que la joven se aparecía llorando porque su madre, inconsolable, logró sacar un permiso especial para pasar las noches junto a la tumba de su hija.

Cierto o no, una tras otra, las diferentes bóvedas de este cementerio se mantienen bien cuidadas, impecables, de manera que quienes visitan el lugar descubren bajo la tétrica idea de la muerte, la belleza en esculturas que dan cuenta de hábiles manos existentes hasta hoy en la capital argentina.

Si este mes que en ciertas culturas se celebra el Día de los Muertos hay mucho dolor, incluyendo en esta revista por la partida del querido amigo Eliécer Cárdenas, nos consuela pensar que el mundo sin la muerte perdería mayor equilibrio del que pierde día a día. En ‘Las Intermitencias de la Muerte’, del Nobel José Saramago, el autor nos hace caer en la cuenta que si la gente dejara de morirse, la humanidad estaría condenada a vivir en una eterna vejez. Como bien narra Saramago cuando se refiere a quien padece frente a la pérdida de un ser querido… ‘’entonces podrá preguntar, Muerte dónde está tu victoria, sabiendo no obstante que no recibirá respuesta, porque la muerte nunca responde, y no es porque no quiera, es sólo porque no sabe lo que ha de decir delante del mayor dolor humano.’’.

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