Muchas formas de pensar han permanecido en el tiempo. Por supuesto las nuevas generaciones tienen ideas propias pero, en esencia, hay temas muy de la ciudad que siguen siendo parte de la idiosincrasia cuencana y que no se modifican

Alo largo de mi relación con mi muy querida abuela, la señora Luz Palacios, he tenido la suerte de poder escuchar de su boca cómo ha visto a Cuenca cambiar; estamos hablando de una mujer que tiene ya 94 años y aún recuerda con lucidez lo que era la Cuenca de su adolescencia, allá por el año 1940.

En una de mis visitas a la ciudad, aproveché hace unos años atrás para preguntarle qué es lo que más recuerda. Grabé nuestra conversación por motivos personales y, ahora que retomo esa grabación, no me sorprende escucharle decir que de su época de la adolescencia, recuerda cómo la gente del barrio que había hecho una amistad estrecha, se reunía alrededor de lo que los vecinos llamaban la ‘caja de música’, que no era más que el aparato de radio de la época y que permitía escuchar música y algunas noticias; esta era una forma de entretenerse durante el día y de solidificar las relaciones entre personas del barrio. Muy pocas personas en Cuenca contaban con el aparato en cuestión y ella recuerda que ya por aquel entonces, Radio La Voz del Tomebamba se encargaba de difundir información.

Cuenta en dicho contexto que lo que recuerda, no con detalles, pero con una sensación de sorpresa, era escuchar las notas de prensa que llegaban (seguramente con retraso) acerca de lo que ocurría en el mundo en el marco de la II Guerra Mundial. Dice que la gente escuchaba esas noticias con temor pero, a la vez, con la certeza de que era algo muy lejano. Le parecía increíble oír hablar de bombardeos y de soldados muriendo en trincheras.
También, cuenta mi abuela, que otra forma de entretenerse era ir a escuchar la música que salía de un aparato ubicado en el Parque Calderón. Esto, solían hacerlo las familias al salir de misa, a la que se asistía con la ropa más elegante con la que se contaba y siempre cuidando de que fuera lo más conservadora posible. De hecho, cuenta ella que las mujeres asistían a misa con un velo generalmente de encaje blanco; éste cubría la cabeza hasta el cuello, enmarcando el rostro y cubriendo el cabello. La costumbre, seguramente traída desde Europa como parte de la herencia religiosa, era una forma de demostrar respeto y recogimiento dentro de ‘’la casa de Dios’’, como suele referirse aún a la iglesia cuando recuerda su época de juventud.

Las calles las recuerda de tierra y cuando llovía, los zapatos se enlodaban de manera que la limpieza posterior no era cosa fácil. Además, por esas calles transitaban muy pocos vehículos… calcula que quizá había unos catorce en total en toda la ciudad, conducidos por supuesto por dueños que todos conocían por nombre y apellido dado el limitado número.

 
 Luz Palacios atestiguó el desarrollo urbano de Cuenca desde la mitad del siglo pasado.

En el pequeño mundo comercial de la Cuenca de entonces, que giraba alrededor de los pocos almacenes con que contaba el centro alrededor del Parque Calderón, se podía apreciar objetos traídos desde Europa y que estaban vedados, por su costo, a las familias más acomodadas. Recuerda con dulzura las muñecas de celuloide de las que se enamoraba y que, más tarde, serían el juguete favorito de sus hijas. La ropa exhibida en los escaparates era siempre de traje y sombrero para los hombres y faldas largas para las mujeres y siempre de colores conservadores.
El barrio de la zona Corazón de Jesús era, en aquel entonces, ya bastante alejado del Parque Calderón y, más allá, el bosque era denso y era sitio para ir de paseo los fines de semana a una zona que ya se consideraba alejada. En el barrio, se escuchaban leyendas sobre el cura sin cabeza, los gagones, el chuzalongo y otros mitos tétricos que aterraban a la gente y que, por cierto, son de gran riqueza literaria y de tradición de orden cultural.

Agradezco a mi abuela por haberme hecho ver a Cuenca desde sus ojos. Como toda persona que ve cambios grandes en su ciudad natal, mi abuela recuerda ya con cierta incredulidad lo que Cuenca era y, aunque para ella hay grandes cambios en la estructura física de la ciudad y en la gente, nuestra visión difiere un poco. Cuando me mudé fuera del país hace muchos años, pensé que Cuenca cambiaría y al visitarla cada año, esos cambios saltan a la vista: son, sobre todo, de población y arquitectura, pero veo que muchas formas de pensar han permanecido en el tiempo. Por supuesto, las nuevas generaciones tienen ideas propias pero, en esencia, hay temas muy de la ciudad que siguen siendo parte de la idiosincrasia cuencana y que no se modifican.

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