La austeridad en los festejos de independencia política viene no solo del Coronavirus, sino de la falta de recursos y del ánimo decaído de autoridades y ciudadanía, a los cuales la efemérides ha pillado con pocas ganas de celebraciones. Historiadores y analistas tendrán sus materiales de referencia al Tres de Noviembre, pero como las presentaciones se han reducido y se las hace en fantasmales reuniones virtuales, pierde gran parte de su lucimiento cualquier acto conmemorativo.
Cuando Cuenca y gran parte del Ecuador se aprestaban a conmemorar “por todo lo alto” el Bicentenario de los gritos independentistas del dominio español, que precisamente se celebran en este año, aparte de nuestra ciudad, Guayaquil, Azogues, Portoviejo, Loja, Riobamba, Ambato, y un largo etcétera, la pandemia provocada por el Coronavirus, paralizó y congeló estos preparativos, a tal punto que en la mayoría de los casos, las celebraciones se reducen a ceremonias altamente sanitizadas “y con los debidos protocolos”, según la jerga sanitaria al uso.
Guayaquil, que en muchos casos suele ser la excepción, sí celebró con cierta solemnidad su Bicentenario del Nueve de Octubre, a tal punto que, mirando en las pantallas la aglomeración de gentes en ciertas vías del Puerto Principal, parecía que no existía la pandemia, o que por lo menos esta, en homenaje a la solemne fecha cívica, había dado una tregua a la Urbe Huancavilca.
En Cuenca, la austeridad en los festejos Bicentenarios de su Independencia Política, viene no solamente del Coronavirus, sino de la falta de recursos, y por qué no decirlo, del ánimo decaído de autoridades y ciudadanía en general, a los cuales la Efemérides les ha pillado con pocas ganas de celebraciones. Historiadores y analistas, de hecho, tendrán sus materiales de referencia al Tres de Noviembre, pero como ahora las presentaciones públicas se han reducido al máximo, y se las hace en las fantasmales reuniones virtuales, lógicamente pierde gran parte de su lucimiento cualquier acto conmemorativo.
Y ni hablar de desfiles, ferias artesanales, circos y parques de diversiones. Todo ello es cosa del pasado, y como nadie sabe cuando concluirá la llamada “Nueva Normalidad”, que en realidad es una espantosa anomalía para los humanos, cualquier festejo es de hecho prohibido en su carácter público. Por algo se persigue a los jóvenes que arman fiestas clandestinas, “chupes”, encuentros deportivos obviamente no autorizados. El más grande perdedor del melancólico feriado, es el turismo y sus actividades conexas, ya que Cuenca al estar lejos del mar y rodeada de montañas, no representa para el imaginario colectivo una opción favorita a visitar en estos tiempos de pandemia.
Así nos quedaría, cuando menos, repasar la historia a fin de no repetir los errores garrafales que hemos cometido en estos doscientos años que median entre la asonada patriótica del Tres de Noviembre en las coloniales calles y plazas de la Cuenca de antaño. Sin embargo, como no acostumbramos volver la mirada al pasado, sino a lo más, dadas las circunstancias del Coronavirus, mirar el estrecho presente que tenemos ahora, los errores fatalmente se repetirán. Como ya lo dijo Bolívar, algunos caudillos que gritan libertad, suelen devenir en tiranuelos o cuando menos en pésimos gobernantes, de los cuales hemos tenido tantos que ya se ha perdido la cuenta, siendo los buenos gobiernos ecuatorianos una excepción, que puede contarse apenas con los dedos de una mano, y a lo mejor sobra un dedo.
En todo caso, cabe rendir un silencioso y sincero homenaje a quienes, hombres y mujeres, soñaron hace dos siglos con una Cuenca libre de cadenas. Pero quizá olvidaron que las peores cadenas son las que nosotros las llevamos dentro.