por: Catalina León Pesántez *

El Covid-19 ha removido la pregunta planteada en épocas de globalización, ¿qué es el conocimiento en la sociedad del conocimiento? Al parecer, su finalidad se desplazó a la gestión del conocimiento, a un proceso relacionado con la producción de máquinas que recogen, guardan y procesan información

Desde hace algún tiempo, las universidades ecuatorianas han manifestado su propósito de formar profesionales y “científicos” comprometidos con el bienestar de los sectores sociales, en armonía con la naturaleza, el respeto a principios esenciales: humanismo, libertad de expresión y no discriminación. Forma parte de sus enunciados el apoyo al desarrollo del conocimiento, la ciencia y la tecnología para que el país y sus regiones respondan a los desafíos de una sociedad moderno-global y a las demandas sociales.

Los objetivos que pretenden alcanzar no pueden soslayar su relación con la modernización del capital y el mercado; y se complican porque el proceso de incorporación de América Latina es sinuoso dada la constitución históricamente heterogénea; en consecuencia, los ritmos del desarrollo del capital son diferentes. Sin embargo, la globalización nos ha lanzado al mundo de lo vertiginoso: innovación, renovación, aceleración y velocidad; es decir, a la “modernidad líquida” (Baumann, 2003), en la cual, sin duda, nos sorprenden los cambios ocurridos en la concepción de las ciencias, los conocimientos y las tecnologías.

Las universidades, incluyendo las de América Latina, están hoy ante otras condiciones de producción del conocimiento, muy lejos de lo que otrora fue su interés por explicar y comprender la realidad social, la naturaleza y a nosotros mismos como seres en el mundo. La pandemia, ocasionada por el COVID-19, ha removido la pregunta siempre planteada en épocas de globalización, ¿qué es el conocimiento en la sociedad del conocimiento? Al parecer, su finalidad se desplazó a la gestión del conocimiento, esto es, a un proceso relacionado con la producción de máquinas que recogen, guardan y procesan información.

La tragedia humana, que hoy estamos viviendo, nos conduce a pensar que el desplazamiento del contenido humano del conocimiento se produce en el momento en que se ha transformado la condición humana en una máquina programada y controlada por las tecnologías: la biotecnología, la biopolítica estatal, la opulencia, la enajenación producto del consumo de las tecnologías. La naturaleza, un horizonte descifrable a través de mitos y creencias, un lugar de armonía con los seres humanos, se ha trastocado en dominio científico-técnico, a tal punto que hemos llegado a su devastación, cuyas consecuencias son irrepresentables e inimaginables.

La educación en línea no podría sustituir al diálogo y el contacto directo entre docentes y estudiantes en la formación y aprendizaje.

La actual pandemia nos impone, primero, repensar la hybris –soberbia– del ser humano agazapado en la imagen del progreso al infinito, en el impulso desmedido de las ciencias y las tecnologías; segundo, develar su contradicción manifiesta en la generación, al mismo tiempo, de civilización y barbarie; tercero, mostrar su descrédito al no poder responder ni resolver la crisis ocasionada por el COVID-19. Este momento, asistimos a la expresión de lo irracional de la razón moderno-global, en donde está en juego el futuro de la especie humana y de la naturaleza; y del conocimiento como amenaza de sí mismo y de su propio desastre.

Probablemente, estamos ante el punto de ruptura del conocimiento que se alejó de la condición humana de los seres vivos, de carne y hueso, enfrentados a la necesidad, a la escasez, al dolor; razón suficiente para recuperar ese conocimiento que hace suya la preocupación por la vida de los seres humanos y la naturaleza.

Al hablar de universidad y conocimiento, debemos plantear un aquí y un ahora; un lugar y un momento para ubicar los espacios de nuestra práctica social. Los intentos de la universidad ecuatoriana por concretar sus objetivos se han realizado a través de algunas reformas universitarias, como la decretada a partir del año 2010. Esta reforma evidencia una clara tendencia hacia el ideal de modernización del sistema de educación superior, en un afán por la internacionalización, estandarización de modelos extranjeros, acreditación, innovación tecnológica, inserción en los rankings, posible formación de clusters tecnológicos, alianzas entre universidades e industria. Todo esto fue institucionalizado en un conjunto de políticas gubernamentales.

Mas allá de las buenas intenciones y más cerca de la realidad, se ha evidenciado, a lo largo de estos años, que el “colonialismo académico” (Villavicencio, 2014) a través de la imitación de este modelo, no es pertinente ante universidades cuya infraestructura tecnológica de punta es deficiente; la inclusión en las grandes corporaciones industriales genera dudas más que certezas; el desarrollo del conocimiento, ciencia y tecnología es incipiente y tiene muy poca incidencia en la producción de las grandes transnacionales de la industria del conocimiento. Esta perspectiva ha desconocido la sólida formación de científicos y técnicos profesionales egresados de las universidades públicas del país, antes de la aplicación de esas buenas intenciones.

Desde la política pública gubernamental, se implementó el andamiaje jurídico por el cual las universidades públicas debían transitar. Esto implicó para la planta docente una política de disciplinamiento y control, en la medida en que, obligatoriamente, los profesores tuvieron que buscar el mercado académico de los doctorados; los estudiantes someterse a los exámenes estandarizados en el interior de una realidad heterogénea. En el contexto de una educación eficientista, mercantilista y de una retórica de la modernización-racionalización-globalización, se escondió la subvaloración de una educación humanista y la tecnologización de la pedagogía, en detrimento de los contenidos provenientes de una epistemología crítica de los fundamentos de la filosofía hegemónica de Occidente.

El Sistema de Educación Superior en el Ecuador, con tropiezos e intentos forzados, y a fuerza de probar, ha alcanzado un porcentaje de digitalización de sus procesos administrativos y, en menor medida, de los entornos virtuales de aprendizaje. Sin embargo, los retos que hemos enfrentado ante la pandemia del Covid-19 nos han obligado a incluir, momentáneamente, la modalidad virtual en las aulas de clase para no romper con el aprendizaje presencial de los estudiantes.

La primera mirada de esta realidad obliga a tomar conciencia –quiérase o no– de una inevitable agravante: la desconexión que sufren miles de estudiantes de estos centros educativos. La tragedia redobla el dolor de quienes están en situación de pobreza. En estos tiempos de pandemia, se observa un “optimismo ingenuo”, al creer que la educación en línea va a sustituir a la presencial, y que las herramientas informáticas en las aulas universitarias reemplazarán al potencial semántico, crítico y comprensivo del mundo. Tal posición no reflexiona en los posibles efectos que puede acarrear al ser humano y a la realidad social del país. Sin embargo, esto no significa desconocer a la educación virtual como un instrumento positivo de apoyo a la formación y el aprendizaje de estudiantes y docentes, un apoyo que debe estar presente en las actividades del currículo, aún más, cuando el planeta está en riesgo de sufrir nuevas mutaciones, con la amenaza consiguiente contra la vida de los seres humanos.

Probablemente, el límite radica en que lo virtual no sustituye a la interacción humana y dialógica entre los actores del aprendizaje. Si bien la imagen es portadora de sentido, no facilita la práctica del lenguaje ni recupera el potencial dialéctico de las palabras. La imagen no dialoga con ella misma sino a través del acto de hablar para provocar una interlocución crítica, que se expresa en la creación de pensamientos. No sustituye la conflictiva relación entre palabra y realidades sociales ni el mundo complejo de las re-presentaciones humanas.

El punto de encuentro entre universidad y conocimiento es, quizá, la apuesta por la vida de los seres humanos y la naturaleza, el esfuerzo por mantener la capacidad de generar pensamiento crítico: “La vida universitaria no solamente debería ser liberadora para todos sus participantes sino también para la sociedad en general. Sobre todo, el papel social e intelectual de la Universidad debería ser subversivo en una sociedad sana” (Noam Chomsky, 1998).

 

* Vice Rectora de la Universidad de Cuenca.

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