por: Antonio Borrero Vega
Es fácil imaginar la situación catastrófica que afectaría a la población si en las condiciones de aislamiento hubiese fallado el suministro de energía a los hogares, a los hospitales a los sistemas de comunicación o a las instituciones que prestan servicios emergentes que operan con impulso eléctrico
Todos los sectores de la economía son importantes y en su momento toman su rol en la sociedad, pero hay sectores críticos y esenciales, que son el pilar para sostener las crisis y se han tornado fundamentales en la vida cotidiana. Sin ellos no tendríamos visos de continuar en pie. La energía eléctrica es un servicio esencial, tan así que nuestra Constitución la describe como una obligación del estado para todos sus ciudadanos, no es un bien, un bien puede ser transable, vendible (en el más burdo sentido), un servicio se constituye en un pilar fundamental que debe llegar a todos.
Su significado lo apreciamos rápidamente cuando no lo tenemos, y así sintieron nuestros compatriotas en el terremoto de abril de 2016. Cuando éste se produjo recién iniciaba la noche, se dañaron las redes de distribución eléctrica, las líneas de transmisión y las centrales se vieron afectadas. Lo primero en apagarse fueron las luces de las calles y viviendas, se desconectaron las antenas de comunicación, los celulares ya no conectaban, más adelante se quedaron sin batería, la desesperación de la incomunicación con sus seres queridos y el pánico se vino enseguida.
Más adelante, y en especial en zonas planas de la costa donde los sistemas de suministro de agua potable se dan por bombeo (movidos por electricidad) dejo de haber agua, se calentaba todo, pues no había aire acondicionado, las refrigeradoras y grandes frigoríficos se descongelaron y se empezaron a dañar los alimentos.
Lo más crítico, los sistemas de respaldo (generación a diessel) de los centros de salud se quedaron sin combustible, y el servicio ahora sí crítico para atender a las víctimas, colapsó. De esta experiencia muy dura aprendimos que el Servicio de Energía Eléctrica se torna esencial, incluso más importante que otros, aunque a la par está el servicio de agua potable, pero incluso éste puede depender de la electricidad.
Durante la pandemia del COVID-19 que estamos enfrentando a nivel mundial, el servicio de energía eléctrica está en la mira de lo esencial. Sabemos que esta energía limpia, veloz, inmediata, fácil de usar (on/off) mueve todos los elementos de la vida moderna. Si no la tenemos, ¿cómo actuamos?, preguntemos a los “call centers” de las distribuidoras. ¿Qué está detrás de su presencia? El esfuerzo de todos los actores que generan las 24 horas, los 7 días de la semana, quienes trasmiten y supervisan que el flujo se reparta en todo el país con la oportunidad y calidad debida, los que distribuyen y atienden a la ciudadanía.
En resumen, el Sector Eléctrico es un Sector Estratégico, cohesionado, integrado, pendiente los 365 días del año en cumplir su cometido: “dar un servicio oportuno y de calidad a todos los ciudadanos”.
Desde el inicio de la Emergencia Sanitaria, el Ministerio de Energía y Recursos Naturales No Renovables a través del Viceministerio de Electricidad y Energía Renovable, dio las directrices para que quienes laboran en el campo eléctrico estén pendientes y mantengan un riguroso Protocolo Sanitario COVID-19 para bajar la exposición al riesgo, y no dejen de brindar el servicio de calidad que se requiere.
El 1 de abril celebramos el día del Ingeniero Eléctrico, en conmemoración a la primera planta eléctrica instalada en Loja en 1899 y el 23 de abril fue el día del Trabajador Eléctrico Ecuatoriano, que engloba a cerca de 15.000 servidores que cumplen a cabalidad su trabajo para beneficio del país. Ante este desafío de salir de la pandemia y de la crisis, el Sector Eléctrico se constituye en un bastión para que los hogares, los hospitales, y los productores puedan resistir, superar y salir de esta dura situación.
¡Gracias al Trabajador Eléctrico!