por: Ramiro Urgilés Córdova

Pareciera que la incertidumbre de estos tiempos es tanta que ni siquiera el entusiasmo pujante de la juventud de otrora se salva. Es preciso realizar una intervención de carácter urgente no solo en el tejido institucional universitario sino en la sociedad misma

Gratuidad y justicia no son sinónimas. El igualitarismo ha fracasado, fracasó irremediablemente durante diez años, y lo seguirá haciendo. La gratuidad es un medio, y no un fin populista llamado a agradar a las masas votantes.

La contradicción social fundamental se encuentra en la interpretación de la gratuidad que forjó —como es propio en los populismos Keynesianos latinoamericanos— el anterior régimen, y que implantó en el imaginario colectivo ecuatoriano —como semilla que ha erosionado la economía nacional—, a través de una agresiva maquinaria estatal que festivamente buscó legitimar los hechos de la década pasada. Los ecuatorianos asocian la gratuidad con lo bueno, lo bueno con el éxito del gobierno, y la apariencia de éxito permite absolutizar el estado, como lamentablemente ocurrió por tanto tiempo. Si se mantiene una conversación con un grupo promedio de ecuatorianos, se puede evidenciar después de un sencillo análisis que la mayoría (78% de la población) concibe a la gratuidad como un bien supremo de la sociedad, así se legitima el silencio de quienes día a día entregan su esfuerzo en las aulas y en la sociedad entera, y se premia la opulencia y desfachatez de los aventajados de siempre.

Lamentablemente el pensamiento universitario —del que tantos recuerdos existen, y que hoy provoca un simple sabor amargo y un olvido forzoso—, ya no quiere emprender la tarea de razonar, simplemente reproduce las condiciones del medio en el que se desenvuelve. En este sentido las cifras revelan una relativa conformidad con el modelo de gestión de los recursos universitarios, sin duda los golpeados siempre aparentan ser menos.

Se puede tener la certeza de que la injusticia, los méritos no reconocidos, y el desperdicio de los recursos estatales permanecerán como males propios del tejido social ecuatoriano mientras no se realice una oportuna intervención en la ingeniería constitucional y por ende en la forma de pensar la vida en comunidad. En este contexto de miedo y apatía generalizada, el anterior régimen, instauró un complejo mecanismo de dominación ideológico-estatal —un monstruo llamado SENECYT— que ha dejado a miles de jóvenes (más del 51% de la población juvenil no ha podido acceder a la universidad) sin la posibilidad de alcanzar estudios de tercer nivel. Teniendo en cuenta que el modelo económico de nuestro país, depende en más del 60% de la profesionalización, y que alrededor del 21% de los alumnos abandonan sus carreras durante los primeros años esta problemática parece todavía más grave.

Las acciones que se tomen no pueden provenir del propio poder, porque la raíz de los males no puede curar al desahuciado, ni tampoco pueden ser impulsadas por los viejos o nuevos actores políticos, ya que si dejamos todo en sus manos terminarán —voluntaria o involuntariamente— reproduciendo los patrones heredados; las medidas deben ser gestadas en el espíritu de los hombres a los cuales es ajeno el poder y cuya única arma es el despertar de la conciencia.

Las posibles soluciones pueden encontrarse por lo menos en dos niveles. El primero corresponde al imperativo de la disidencia, es decir la capacidad innata del ser humano para cuestionar las condiciones de su entorno, en este caso corresponde al lector y especialmente a las mentes en formación la obligación de construir cambios en el tejido institucional de nuestro país, desde luego a partir de sus circunstancias y habilidades concretas. El segundo nivel se encuentra en la posibilidad de impulsar cambios normativos dentro de los reglamentos internos de las universidades, sin olvidar que uno de los pilares de esta problemática es la vigente Ley Orgánica de Educación Superior y el proceso de acceso a la educación de tercer nivel, pese a ello reformas y políticas internas bien encaminadas constituyen una opción viable en esta situación.

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