El agua es símbolo de la vida y sangre de la tierra, es frágil y esencial. Nos invita a quererla y defenderla, a poseerla, a regenerarla
El agua es marca de transparencia: hielo, escarcha, gota, nube, todo es agua que evoca a la tierra en su expresión de fertilidad y fecundidad. Su función es sagrada y divina. En la mayoría de las religiones el agua es símbolo de purificación, en los rituales, el agua lava los pecados, limpia el presente para labrar el porvenir.
La función del agua como patrimonio de vida, es poética y vital en todas las simbologías acuáticas. Todas las culturas vernáculas conocían este ritual tejido entre la vida y el agua. Para los incas, el concepto de “Mama Qocha“ significaba ríos, lagos y océanos, las fuentes se interconectaban en los ríos subterráneos, la madre de todas las aguas cuidaba el ciclo hidráulico o el “pacha cuti“.
Las culturas amerindias comprendieron que bajo la tierra todo se une, todo se junta y se mezcla. La creencia de que las almas de los muertos sufren sed alertó a las poblaciones amenazadas por el calor y la sequía. Aún no nos percatamos sobre la ruptura violenta que provocamos con los entornos acuáticos y los efectos actuales y futuros del cambio climático. La sequía se pone en evidencia en muchas regiones del planeta. La polución continúa, y las aguas siguen muriendo. Hemos perdido el vínculo con las aguas. Su función vital y poética peligra. El juego en las aguas, sus poderes curativos, los reflejos del cosmos en las lagunas silenciosas, las aguas sin contaminar, son aspectos de esta fenomenología que sucumbe ante la barbarie de los procesos de industrialización y producción, la explotación minera a cielo abierto, la urbanización incontrolada y la ausencia de la cultura del agua.
Estamos convirtiendo los ríos en cloacas. Los mares son el destino de estos vertederos cargados de inmundicia y despojos plásticos. Las aguas subterráneas son los residuos de tanta contaminación agroquímica e industrial y se pone en peligro el abastecimiento de las futuras generaciones.
De niños soñábamos con el agua y nos percatamos de que el agua es vida, que el agua canta en los arroyos y los ríos. Nos gustaba bañarnos en los ríos, beber el agua fresca de las fuentes, saborear su pureza y su esencia. El contacto con el agua implica regeneración. Hoy hemos perdido esa posibilidad del disfrute con el agua y la naturaleza. El capitalismo mercantiliza los bienes de la naturaleza. El agua se vende en botellas procurando infundir en la opinión pública la idea del agua como mercancía de gran valor económico. Se despoja al agua de su dimensión de derecho humano, de su carácter vital, de su dimensión sagrada.
Desde otro enfoque, el agua es siempre susceptible al dominio de la política, pues no se les da su justo valor a los problemas de acceso a ésta ni a cuidar su cantidad y calidad, lo que provoca que su valor poco a poco vaya siendo más elevado, hasta convertirse en un recurso estratégico para el desarrollo, como el petróleo y otros recursos no renovables.
El agua está vinculada con la pobreza: un tercio de la población mundial no tiene agua potable. 45 millones de personas en Latinoamérica tampoco la tienen. Según la Constitución vigente “el derecho humano al agua es fundamental e irrenunciable. El agua constituye patrimonio nacional estratégico de uso público, inalienable, imprescriptible, inembargable y esencial para la vida“.
En Ecuador, el agua se considera como un sector estratégico y por tanto el Estado será responsable de la provisión de los servicios públicos de agua potable y de riego… La legislación sobre el agua resulta primordial para resolver la problemática del país, sin embargo, la actual en parte no se apega a la realidad de la institución encargada de administrarla.
Poner un tema – como la justicia ambiental por el agua – en la agenda pública no es tan sencillo, ni se diga frente a un tema tan polémico propuesto por el Gobierno Provincial del Azuay y su prefecto Yaku Pérez Guartambel, contra de la minería metálica en fuentes de agua.