El cuchillo, herramienta que pueden usar con igual destreza las damas en la cocina o en el dormitorio, enriqueció ultimamente las ciencias penales del Ecuador y del mundo.
El caso Bobbit actualizó aquel otro episodio del 11 de mayo de 1990 cuando doña Otilia, atormentada por los celos y cuchillo en ristre, inventó el método más eficaz para prevenir el Sida y los embarazos: cortó el órgano sexual al cónyuge, tras inyectarle a traición un anestésico, mientras dormía.
El método Criollo cobró fama en el mundo y lleva ese nombre en homenaje a la víctima, cuyo penoso sacrificio hizo el gran descubrimiento.
Sergio Criollo Paute, de 36 años, se acostó aquella vez a descansar placenteramente con su esposa, Otilia Zúñiga, como acostumbraba hacerlo desde una década atrás cuando contrajo matrimonio, pero despertó al día siguiente en el hospital regional de Cuenca con un enorme vacío entre las piernas.
Enfermera de profesión y ofuscada por los celos, porque llegó sobrio a medianoche, ella le ensartó de improviso una ampolla de Sistalgina por la nalga y puso en práctica en el esposo inconsciente la increíble amenaza con la que solía hacerlo reir con picardía: "la próxima vez te corto..."
Y no solamente que cometió la venganza abominable y criminal con el cercenamiento, sino que se cuidó de echar la pieza por el retrete, para que no quedase rastro del trofeo que la regaló frecuentes instantes de felicidad y también horas lamentables de desdicha.
El hecho fue comentado inicialmente en Cuenca a media voz, hasta cuando apareció en un periódico y a más de acabar con la integridad del afectado, mutiló al cuerpo médico local, porque el doctor Criollo, con diez años de ejercicio profesional y de matrimonio, es miembro del Colegio Médico.
"La lesión es de tipo cortante, definitiva, incurable, produce pérdida de la función reproductora", consignaron los peritos tras hacer la vista de ojos al doctor Criollo para los fines consiguientes del proceso jurídico que instauró un hermano de la víctima en contra de la cuñada rapiñezca.
Otilia, ayudada por dos hermanas, llevó sangrante e inconsciente al esposo al hospital, pero negó luego ante los jueces la autoría del hecho y sostuvo que encontró al marido semiagónico a la puerta de casa, por lo que lo condujo de inmediato al local de salud.
Durante el proceso incurrió en contradicciones que la incriminaron cada vez más y al fin la imputación de amputación quedó demostrada por médicos y jueces: todas las pruebas introducidas en el proceso penal establecieron la horrenda culpa de Otilia, sentenciada el 12 de diciembre de 1990 como "autora responsable del delito de mutilación perpetrado en la persona de su cónyuge, doctor Sergio Criollo Paute, incriminado y reprimido en el artículo 467 del Código Penal... y se le impone la pena de cinco años de reclusión menor y multa de mil sucres".
Los mil sucres, en aquel tiempo, alcanzaban para comprar un medio kilo de carne, peso apenas para desnivelar el fiel de la balanza que sostiene esa señora ciega que simboliza la justicia y acaso por falta de visibilidad no distinguió el tamaño físico, sicológico y moral del daño a un hombre al que la esposa desgajó el tronco aún robusto de su árbol genealógico, por lo que debió aprender a sentarse como las mujeres al retrete.
A la víctima del artero cuchillazo conyugal queda la costosa e incierta posibilidad de someterse en los Estados Unidos a un tratamiento de alta especialidad, pero la operación no garantiza la reconstrucción ni el funcionamiento del complejo sistema reproductor. El precio supera los mil sucres de multa con los que contribuyó Otilia al erario nacional: veinte y cuatro mil dólares.
Otilia Zúñiga se convirtió en pionera mundial de la lucha contra los maridos opresores y un caso similar solamente ocurriría tres años después en los Estados Unidos, con la intervención quirúrgica de otra ecuatoriana, oriunda de Bucay, que desarmó de un tajo, dejándolo indefenso como un buey, al valiente infante de marina norteamericano al que había prometido amor eterno.
El hecho de Cuenca no tuvo la resonancia de aquel ocurrido en Estados Unidos, lo que se explica por el gran discrimen con el que trata ese imperio superdesarrollado a los países latinoamericanos, aunque fuesen, como el nuestro, principal productor mundial del banano.
Crímenes de gran envergadura, los dos, estremecieron las fibras masculinas más profundas y desde entonces los maridos infieles no duermen antes de un disimulado registro por si hubiera un cuchillo oculto en la alcoba. No hay peor riesgo que acostarse con una mujer rabiosamente en celo.
Otilia cumplió la condena impuesta en nombre de la República y por autoridad de la Ley y con las rebajas de la pena -además del pene- por buena conducta, goza de libertad condicional desde mayo pasado, transcurridas las tres quintas partes del período para el que fue sentenciada a permanecer detrás de las rejas.
Los celos femeninos de aquella noche de mayo de 1990 fueron injustos, pues el médico retornó tarde a casa de una reunión de trabajo sobre el Sida, después de la cual hubo un moderado brindis de copas entre colegas.
Años antes, Otilia había ingresado a un convento como postulante a monja, pero abandonó el retiro al parecer por hallarse embarazada de su primogénita, concebida antes de conocer al futuro esposo, con quien tendría tres niños más. Al tiempo del crimen ella era enfermera del hospital del Seguro Social de Cuenca.
Los casos de Otilia y de Lorena Bobbit, la inocente dama de Bucay, causaron revuelo internacional, tratados muy en serio o muy en broma, a veces grotescamente, mientras los apenados esposos vivirán con el horrendo trauma físico y sicológico infligido a cuchilladas por quienes supuestamente les entregaron alma, corazón y vida.
Febrero de 1994