El establecimiento de relaciones de reciprocidad entre los términos “aperturar” y “cerradurar” permitiría a los señores jueces, a las señoras juezas, a fiscales y fiscalas, que tan diariamente anuncian que “han aperturado” un juicio, apresurar sus fallos para informar que ya lo “han cerradurado”. ¿Es justo que tanto fugitivo no pueda volver al aprisco solo por falta de un verbo?
Un extraño personaje se le apareció en el sueño y le lanzó a boca de jarro este reclamo:
-Con que has vuelto a escribir sobre el uso del verbo “aperturar”.
-Así es –contestó, sin poder esquivarlo-. Hallé casi por encanto ese verbo, al cabo de tanta humareda –añadió-, al que califiqué mal o bien de abogadil.
- ¡Mal hecho! –le increpó subiendo el tono de voz y agarrándolo de la solapa.
-La palabra abogadil tiene entre nosotros un matiz peyorativo, pero es en el ejercicio de la noble profesión a la que pertenece, donde se ha gestado el empleo de “aperturar” en vez de abrir, en sentido de iniciar una acción.
- ¿Crees que es incorrecto usarlo en el área de los despachos judiciales?
-Es lo que he querido explicar, aunque no lo he logrado. En otros ámbitos del diario convivir, no ha prosperado el término, censurable porque no da nombre a ningún concepto nuevo, requisito que se apunta indispensable para justificar la existencia de un neologismo. Por suerte, a ningún agente policial se le habrá ocurrido todavía exigirle al sospechoso que le “aperture” la puerta, ni a un odontólogo pedirle a su cliente que “aperture” la boca.
-De acuerdo, mi querido.
-Resulta previsible que a tan vulgar engendro se le intente enjuagar su origen espurio –a semejanza de algunas buenas familias-, apelando a que pertenece al antiguo linaje de “apertura”, que –tú bien sabes- proviene del latín “apertus”, participio pasivo de “aperire” (abrir), seguido del sufijo “ura”, igual que en abertura.
-Por lo visto, tu aversión procede de la oscura resonancia de la terminación “ura”.
-De ningún modo. Según los entendidos, tal sufijo enriquece a varios nombres femeninos, formados de esta manera, agregándoles el sentido de proceso o de resultado, verbi gratia, amargura, escritura. Sería esta una buena explicación para salir bien librado del aprieto al estilo nebuloso de ciertos ofrecimientos gubernamentales.
-Por supuesto, no has comprobado que “aperturar” sea palabra censurable.
-Si consideraras tú que el sistema de la lengua es modelo de precisión, de equilibrio, tanto como de oposiciones y contrastes, te propondría recordar que en el idioma existe asimismo el vocablo “cerradura”, sin duda de menor prosapia porque proviene del latín vulgar y está prosaicamente emparentado con el sustantivo “cerrojo”. Si bien con cerradura hoy se nombra el mecanismo que sirve para asegurar una puerta u otro artilugio, también se refiere, en una acepción un tanto desusada, a la acción de cerrar.
-Ya adivino tu maligna intención de irte por las ramas y proponer un antónimo.
- ¡Exacto! Sería razonable que de la acepción un tanto desusada de “cerradura” surja tarde o temprano en la praxis judicial el verbo “cerradurar” como antónimo, según tú dices o, con más propiedad, como término recíproco de “aperturar”, del mismo modo que entreabrir posee al otro lado de la percepción sensorial el verbo entrecerrar, cuyo prefijo “entre” aporta, en ambos casos, el sentido de “no totalmente”, “a medias”.
-Comprendo; pero ¿no te parece que “cerradurar” tendría un sonido apocalíptico?
-Tanto como “aperturar”. De eso se trata, porque en materia de lenguaje, si tú pecas por un lado puedes también hacerlo por el otro.
- ¿Ganaríamos algo con este doble artificio? –preguntó entre risas, soltando la solapa.
-Pues, claro. Habría sido un diálogo de sordos si cuanto llevamos discutido no contribuyera en estos tiempos de incertidumbre a la tranquilidad pública, a la paz de la República. En el presente caso, el establecimiento de relaciones de reciprocidad entre los términos “aperturar” y “cerradurar” permitiría a los señores jueces, a las señoras juezas, a fiscales y fiscalas, que tan diariamente anuncian que “han aperturado” un juicio, apresurar sus fallos para informar que ya lo “han cerradurado”. ¿Te parece justo que tanto fugitivo no pueda volver al aprisco solo por falta de un verbo?
-Al fin me has convencido. ¡Caso cerradurado! –exclamó el extraño personaje mientras se esfumaba-. ¡Anden por la sombrita, señores, y que Dios los acompañe!