El episodio de Sri Lanka que ha merecido repudio universal nos recuerda el 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, el 11 de marzo de 2004 en Madrid o el 17 de julio del 2005 en Londres y lo sucedido en París, que dejaron múltiples lecciones que pueden conducir a la búsqueda permanente de explicación sobre las causas del terror

En Sri Lanka, un país isleño vecino de la India, arden iglesias y hoteles en el fuego purificador del fanatismo religioso, se muestran banderas negras y se pisotea con furia emblemas de los países profanadores de Europa y los Estados Unidos que se debaten entre el estupor y el terror, mientras el mundo islámico desafía con cólera a Occidente.

   Antes ya lo había hecho en Francia por unas caricaturas publicadas en un diario danés en una de las cuales el creador del islamismo aparece con una bomba en su turbante, en septiembre de 2006. Este suceso criminal, ya alertó una auténtica confrontación de civilizaciones, que ha hecho sonar las alarmas en la ONU y la Unión Europea, desde donde ahora los diplomáticos se rompen la memoria en el ánimo de apaciguar y buscar las estrategias frente al fundamentalismo.

   La furia del Estado Islámico en Sri Lanka que condena a muerte a centenares de personas inocentes por parte de siete “mártires” con cinturones, chalecos y mochilas con explosivos, no parece obedecer tanto a la vinculación que se ha hecho del dogma islámico con el terrorismo, sino por el contrario, otros motivos que siguen siendo el quebradero de cabeza de toda clase de tiranos, radicales y totalitarios fundamentalistas, políticos y religiosos tanto de Occidente como de Oriente, pues ya sabemos, porque estamos viviendo en carne propia, que la plena libertad de expresión junto con los derechos humanos están muy lejos de convertirse en un valor universalmente aceptado y respetado.

   El episodio de Sri Lanka que ha merecido repudio universal nos recuerda el 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, el 11 de marzo de 2004 en Madrid o el 17 de julio del 2005 en Londres y lo sucedido en París, que dejaron múltiples lecciones que pueden conducir a la búsqueda permanente de explicación sobre las causas del terror. Es posible acudir a la vieja tesis del Estado Islámico donde el tema pasa de lo religioso hasta lo militar, también puede ser oportuno recurrir a las fuentes más autorizadas sobre los efectos del pánico mundial que afecta a Europa y los Estados Unidos. Entre ellas hay que ver una visión geopolítica vinculando los acontecimientos con el fin de la Guerra Fría y algunos relacionados –petróleo de por medio- en el Oriente Medio, entre otras causas de difícil análisis e interpretación.

   No se conoce ni se percibe una estrategia global de Occidente frente a éste magno escenario que tiene a su disposición las tres más letales armas delante de sus manos: la sorpresa, víctimas inocentes escogidas al azar y a actores con voluntad inquebrantable y fanática de inmolarse luego de haber negociado sus vidas por millonarias cantidades de dinero para el disfrute de sus familiares, algo imposible de aceptar y entender frente al terror y la religión con tintes mesiánicos.

   Dicen los entendidos que cuando los vientos anuncian grandes tempestades, hay que alertar el instinto para que éste nos diga de qué lado debemos estar. No vaya a ser que por un despiste político o comercial acabemos en el bando de los malos, pagando facturas ajenas. Que Dios y Alá nos libren de semejante locura y tampoco permitan que los intereses económicos y los odios fundamentalistas y religiosos sigan poniendo en el panorama de la política mundial, una escalada de fricciones y confrontaciones entre el Estado Islámico y el mundo Occidental.

   Bien harían Estados Unidos y sus aliados europeos en revisar cuidadosamente el trasfondo de las confrontaciones en el mapa musulmán, cuya hipersensibilidad a los temas de orden religioso frecuentemente se confunde con fundamentalismo.

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