Cartel en una movilización contra los feminicidios y toda violencia contra las mujeres, en Lima, como en otras ciudades de América Latina. Sólo en enero en Perú hubo 11 asesinatos de mujeres a causa de su género. Crédito: Mariela Jara/IPS
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe(Cepal) en su último informe sobre los feminicidios en la región, estableció que en 2017 las mujeres asesinadas por razón de su género en 23 países de la región sumaron al menos 2.795. De ese total, 1.133 víctimas fueron de Brasil, pero con la tasa por 100.000 mujeres, El Salvador alcanzó en 2017 un nivel sin parangón de 10,4 feminicidios por cada 100.000 mujeres
LIMA, (IPS) - Perú inició el año con 11 feminicidios en enero, pese a los avances normativos y la movilización ciudadana contra la violencia de género. Una situación que se repite en otros países de América Latina y que coloca sobre el tapete la necesidad de profundizar en las causas del fenómeno.
Gladys Acosta, una de las 23 integrantes del Comité de Expertas que supervisa el cumplimiento de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, en inglés), mostró su preocupación por la mediatización de la violencia hacia las mujeres y el hecho de que ella colabore en su reproducción. “Se difunden las noticias como si fueran un espectáculo, sin explicarlas. Se muestran las imágenes violentas y uno pensaría que eso puede detener el fenómeno al exponer una actitud tan destructiva, pero no es así. Eso me hace pensar que mucha gente mira al agresor como un héroe patriarcal”, señaló en una entrevista la abogada peruana.
En ciertas mentalidades, argumentó, “eso se traduce como: qué valiente es, yo quisiera hacerlo, pero no puedo”. “Hay un deterioro de valores muy fuerte, un irrespeto por la integridad de las mujeres, por sus cuerpos, por lo que somos, y no creo que tenga una respuesta facilista de que te castigan por romper los parámetros de la sociedad tradicional”, dijo Acosta, con larga trayectoria en la defensa regional de los derechos de las mujeres y que por sus funciones ahora reside la mayor parte del tiempo en Nueva York.
A su juicio, la región latinoamericana “adolece de violencias mayores que alimentan la específica contra las mujeres”, como la urgencia de la sobrevivencia cotidiana, una mayor circulación de armas cortas que abona a “la noción de que los problemas se resuelven por la vía de los hechos y no del diálogo”, y la criminalidad transnacional que, así como ha banalizado la política, ha ingresado a la vida social. “De alguna forma influye en que las relaciones entre mujeres y hombres sean de mero poder y no afectivas: si no haces lo que yo quiero, vas a sufrir las consecuencias”, refirió.
En noviembre, el Observatorio de la Igualdad de Género de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe(Cepal) difundió su último informe sobre los feminicidios en la región, que estableció que en 2017 las mujeres asesinadas por razón de su género en 23 países de la región sumaron al menos 2.795.
De ese total, 1.133 víctimas confirmadas fueron de Brasil, pero en cuanto a la tasa por 100.000 mujeres, El Salvador alcanzó en 2017 un nivel sin parangón de 10,4 feminicidios por cada 100.000 mujeres. Esa violencia letal no se detiene y en el primer mes del 2019 colectivos ciudadanos y feministas como el de #NiUnaMenos, informaron de la escalada de feminicidios, también llamados femicidios, en Argentina, Brasil, México y Chile, entre otros países.
Eso ocurre pese a la vigencia de leyes de prevención, atención y sanción de la violencia de género en los ámbitos nacionales, y de la interamericana Convención de Belem do Pará, para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, que desde 1994 da a la región un marco único para luchar contra el flagelo.
Desde 2017, además, surgió en Argentina, Perú, México y otros países un nuevo y creciente movimiento de sensibilización social ante la violencia machista y los feminicidios, que se ha venido expresando en multitudinarias manifestaciones bajo el lema #NiUnaMenos o #NiUnaMás.
Acosta, quien fue la jefa regional del Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer, entre 2008 y 2011, cuando la institución se transformó en ONU Mujeres, destaca la importancia de leyes, tratados, convenciones, pero reconoce que lo legislativo y lo judicial resultan insuficientes. “Se necesita educación, trabajo y oportunidades en la vida para lograr un contexto favorable para modificar la actual pauta de violencia a las mujeres. Lamentablemente en países de la región se desarrollan formas políticas retrógradas que no quieren que la escuela eduque en sexualidad ni dé valores en temas de género”, advirtió. Ella propuso “reconstruir vínculos, una educación accesible a todas las personas y con formación humana, en que niñas y niños tengan noción del respeto de las relaciones de género”, que incluya a las diversas orientaciones sexuales, y del diálogo para resolver los problemas.
“Cuando crezcan podrán generar una forma de hacer vida social que no pase por los cotos de poder como hacen ahora los hombres con las mujeres”, resaltó. Y relevó la necesidad de que los medios de comunicación redefinan sus políticas informativas en relación a la violencia de género. La magnitud del problema que enfrentamos afecta a mujeres y hombres, remarcó, y les toca hacerse responsables de superar su visión inmediatista de ventas y aportar a una reflexión en la sociedad.
Por su parte la abogada peruana Rocío Silva, docente universitaria y activista de derechos humanos, afirmó que las normas no cambian necesariamente la realidad y que, “si bien hay avances en derechos, no están controlando la violencia hacia las mujeres”. “Hay un componente cultural poderoso, un sentido común patriarcal de posesión del cuerpo de las mujeres por parte de los varones. Y lo que toca es trabajar de cara a ellos, sin descuidar a la víctima. De lo contrario, esta violencia no va a parar”, expresó.
Perú es un ejemplo de una situación muy generalizada en la región. Este país con 32 millones de persona, registró 149 feminicidios el año pasado según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, entre los cuales estaban las violaciones seguidas de muerte de niñas a manos de sus padres. Silva subrayó que es urgente debatir el machismo en el espacio público y cambiar la forma en que se construyen las masculinidades. “Toda violación sexual es por poder y no por una sexualidad extrema. Es increíble que un tabú básico de las sociedades humanas como es el del incesto ya no funcione. No hay conciencia del daño que causa la violación sexual y eso se debe a una educación machista y pornográfica”, opinó.
Agregó que otro elemento brutal de las masculinidades peruanas es la hipersexualización, como si el ejercicio del varón solo fuera tener relaciones sexuales. “Estamos en una sociedad y en un patriarcado enfermo en que los límites ya no son posibles, con una masculinidad en crisis de violencia tremenda”, dijo.
Deploró que desde el Estado las políticas no incluyan a los hombres y sugirió como ruta para hacerlo la educación, especialmente a los niños. “Se trata de educar en una camaradería entre hombres y mujeres para que puedan vernos de una manera igual. Hay que enseñar que se solucionan los problemas a través de la palabra y no de los golpes”, manifestó.
Trabajar en nuevas masculinidades
Nancy Palomino, con una maestría en salud pública, coautora del libro “Detrás de la máscara. Valores y violencia sexual en la vida cotidiana”, sostuvo que los hombres han sido descolocados de un sistema de privilegios que los favorecía, no solo por los movimientos de mujeres sino por los avances de género en la sociedad. “En muchos, la violencia es el recurso para imponer su poder frente a las mujeres y la familia. En los feminicidios vemos que se arriesgan a perderlo todo, incluso su libertad y a veces su propia vida”, afirmó la investigadora peruana.
Gladys Acosta, una de las 23 expertas del Comité que supervisa el cumplimiento de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW). Crédito: Mariela Jara/IPS |
La especialista peruana colocó la necesidad e importancia de trabajar con hombres, niños y adolescentes en la deconstrucción de la masculinidad y la prevención de la violencia. “Se debe repensar el currículo escolar, sensibilizar a los docentes en ejercicio e incorporar el enfoque de género y la prevención de la violencia en los centros académicos de pedagogía”, propuso.
Mencionó también como un desafío trabajar en el campo de la subjetividad y las emociones masculinas para hacerlas más empáticas y capaces de ponerse como elemento clave para aportar a una cultura basada en derechos humanos y sin violencia.
“Esto es fundamental teniendo en cuenta que la educación de los varones y su socialización se centra en el control de todo lo que los pueda hacer aparecer como débiles, afectuosos, cuidadores; y en estimular justamente las expresiones de la fuerza, la dominación y la violencia”, concluyó.