A la larga va a imponerse en la mayor parte de legislaciones del mundo, pero no impedirá que las iglesias cristianas y de otros signos se opongan, pues para su criterio y convicciones resultan una abominación, un pecado. Que lo aceptaran significaría renuncia a la esencia de sus creencias, que se basan en la Biblia y libros que proclaman sagrados

     La Corte Constitucional abrió una verdadera “Caja de Pandora” cuando, por mayoría de votos, resolvió que el denominado Matrimonio Igualitario era un derecho constitucional, y por lo tanto podía realizarse. El júbilo y gozo de los llamados colectivos LBGTI fue inmediato, con desfiles y otras manifestaciones de triunfo. Pero el problema recién había comenzado, puesto que la opinión de las iglesias cristinas, católica y evangélicas, no se hizo esperar en la forma de censuras de parte de la Conferencia Episcopal y de los pastores de las diferentes confesiones evangélicas, a más de los grupos llamados Pro Familia, que unánimemente han condenado esta puerta abierta para las uniones matrimoniales de individuos del mismo sexo.

    La lucha de  las llamada ”Ideología de Género” por el matrimonio igualitario y demás la adopción de menores por parte de parejas gays o lesbianas, es de ya larga data, y en el ínterin sus demandas se han fortalecido. Una ideología, según Marx, sería “falsa conciencia”, puesto que se trataría de una visión del todo exclusiva y favorable a la clase o grupo que la preconiza. Esta “Ideología de Género”, llegado al momento, tampoco suele tener la tolerancia que procura para sus demandas, ya que en Argentina, por ejemplo, donde sus colectivos son más agresivos, no han vacilado en cometer actos de ofensa para los fieles católicos con imágenes,  o ingresando a templos para retar a los creyentes. Algo que no está bien, como tampoco lo está que una persona religiosa ofenda a gays, lesbianas, transexuales, transgénero o intersexuales.

   De hecho, a la larga, el matrimonio igualitario va a imponerse en la mayor parte de las legislaciones del mundo, pero ello no impedirá que las iglesias cristianas y de otros signos, se opongan a esos lazos matrimoniales que para su criterio y convicciones resultan una abominación, un pecado. Que las confesiones religiosas aceptaran el matrimonio igualitario, significaría que renuncien a la esencia de sus creencias, ya que se basan en la Biblia y otros libros que proclaman sagrados.

    El problemas más espinoso no está en el matrimonio de personas de idéntico sexo pero de diferentes preferencias sexuales, sino en el paso ulterior e inevitable, es decir la adopción de hijos o hijas por parte de aquellas parejas matrimoniales. “No te metas con mis hijos”, reza la consigna implacable de los movimientos Pro Familia, que rechazan esa adopción. Las militantes feministas y los activistas gays responden que ellos no por serlo no pueden tener hijos propios, sea mediante fertilizaciones In Vitro o la entrega de esperma del homosexual para que se una a un óvulo y así se procree un hijo. La tecnología genética hace posible aquello en estos días.

   El asunto también estriba en un aspecto que no es solamente los posibles riesgos que asuman niños o niñas de un mismo sexo, puesto que los peligros para los menores vienen de la pederastia, inclusive por parte de miembros de la Iglesia Católica y de iglesias evangélicas. Por lo tanto, la protección a los niños y niñas de las acechanzas de depravados sexuales no pasa solo por defenderlos de un matrimonio gay, sino de tantos otros individuos.

   En definitiva, la batalla está dada en el Ecuador y la tolerancia debería primar en el Estado, ya que no en las confesiones religiosas. Pero también, los colectivos LBGTI deberían practicar aquel respeto a las opiniones ajenas que reclaman, y no provocar innecesariamente a los creyentes, también amparados por la Constitución en sus derechos.

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