Más de dos años es rutina diaria de los ecuatorianos conocer episodios sobre la corrupción que había cundido por todos los ámbitos del sector público durante el gobierno de diez años correístas. Alguna gente honrada vinculada a aquel régimen lleva sobre sí el estigma de haber colaborado, de buena fe, pero seguramente ahora lamentará aquella vinculación.
De tanto ver y oír las incesantes novedades de la corruptela, los ecuatorianos se han habituado a esta situación, como si se hubiese vaciado su capacidad de asombro. Ya nada les coge de nuevo, ni les asusta, ni reaccionan, como acaso debería esperarse, para reclamar resultados en la aplicación de la Justicia en contra de quienes esquilmaron los fondos públicos. Mientras no haya sanciones y culpables condenados, mientras no se recupere el dinero robado, nada sirven los escándalos conocidos gracias a los medios de comunicación.
La gravedad de tales hechos, que ocupan casi todos los espacios informativos y de opinión, deja de lado temas importantes. Nos referimos solo a uno –como ejemplo- como el que tiene que ve con la Casa dela Cultura de Cuenca, institución septuagenaria, a la que no llega la distribución equitativa de los recursos del estado, por el centralismo que acapara, decide y administra todo desde la Capital del país. No es justo, ni debe permitirse, que se trate de semejante manera a una institución representativa de la ciudad, ciudad, precisamente, Patrimonio Cultural de la Humanidad.