El Presidente venezolano Nicolás Maduro tambalea y desde que asumió el poder en 2013 nunca ha estado más al borde del colapso. La gota que derramó el vaso fue su posesión, en enero pasado, para un nuevo período de seis años, luego de una burdas elecciones presidenciales manipuladas y amañadas, mientras una crisis política, económica, social y humanitaria, ha sumido al otrora próspero país en una crisis de proporciones insoportables.

   En las calles de las ciudades de América Latina y de varias partes del mundo, miles de hermanos venezolanos que han fugado se dedican a la mendicidad o claman por cualquier forma de empleo. La dimensión de la situación venezolana tiene en ellos el mensaje vívido del fracaso de un gobernante sustentado en la prepotencia derivada del sospechoso apoyo militar que le mantiene a pesar del repudio y la protesta interna y externa que reclaman su alejamiento del poder y la recuperación de la democracia.

   Parecería increíble que la Patria de Bolívar haya llegado a niveles tan bajos de carestía no solamente de posibilidades de vida dignas, sino de carencia de libertades, de respeto a la expresión del pensamiento ajeno, de convivencia fraternal entre venezolanos de pensamiento diverso. Es un país dividido, con futuro incierto.

   Toda voz y pensamiento que alienten cambios emergentes, la recuperación de la democracia, la paz, la convivencia pacífica, sean bienvenidos en defensa del hermano país latinoamericano que no merece semejante postración y desprestigio.

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