Palabra de hombre, palabra de mujer; ni en una, ni en otra, hay que creer.
Dicho popular
Eso del género inclusivo es, en el fondo, una ingenuidad; o, hasta, una bobería. Un usual error humano: pelearse por pequeñeces… O una exageración palmaria: Lo que no se nombra, no existe… O la magnificación caprichosa de un detalle: la gota de agua vista con lupa… O una pretensión extravagante: La causa femenina es tan importante que hay que atreverse a desafiarle a la Gramática…
Un cura francés les aclaraba a sus fieles: Cuando yo digo el hombre, incluyo a todas las mujeres… (Lo leímos – si recordamos bien – en el DIARIO DE UN CURA DE ALDEA, de Georges Bernanos.) En un lejano ayer, nosotros sonreíamos ante la ingenuidad y la obviedad de tal aclaración. Hoy, en cambio, ya no podemos hacer lo mismo. ¿Por qué? Pues, porque el bizantinismo y las arbitrariedades de los llamados “géneros” han tachado de “machismo lingüístico” a los plurales masculinos no marcados. ¿Hay suficientes razones para semejante planteamiento? No. Razones, no hay. Hay, solamente, conjeturas, embustes, suspicacias y dislates. Hablemos de todo esto. Sigue haciendo falta.
Partamos del sexo. Porque, ante todo, debemos diferenciarlo del género. Bien. El sexo es una condición biológica; que divide a los humanos, en mitades, a partir del mismo nacimiento. (En el folclore: Varón – dijo la partera. Chancleta, muñeca. Único caso dudoso: Los hermafroditas; quienes – para su determinación sexual – deberán esperar ciertos informes médicos y jurídicos.) Con el respectivo certificado profesional, alguien irá al Registro Civil, e inscribirá al niño. Ya está: M o F, para toda la vida. En la cédula de identidad, una de las dos letras se pondrá dentro de una casillita cuadrada. (¿Cédula? No, hombre; no sea anticuado… Aunque su lengüita deba trabajar un poco más, diga DNI, documento nacional de identidad.) El sexo -- ya así distinguido y consignado – resultó, pues, por otra parte, un básico dato civil. Sólo eso. Bastante simple… Se vuelve, sin embargo, complejo, variable, y muy significativo, cuando avanza en su desarrollo personal y social. Y eso es, precisamente, lo que, hoy día, se ha dado en llamar género. (El que – se podría suponer, razonablemente-- no necesita consignarse en el tal registro; salvo en los casos especiales, y comprobados, del cambio de sexo.)
En otras palabras, los géneros son las formas concretas, y distintas, que asume la sexualidad humana. Todas naturales y explicables; y -- por principio humanista -- legítimas. Entonces, – si somos comprensivos y solidarios – deberemos respetarlas a todas. Y, así, en la práctica, las varias opciones quedarán abiertas: Que cada cual responda, a su modo y gana, al llamamiento, o a la imposición, de su intimidad o sus hormonas. Listos. Y, ahora, adelante. Pasemos, con un gran salto, de la Biología a la Gramática.
En realidad, el género gramatical tiene muy poco que ver con el sexo. Salvo, quizás, en sus remotos orígenes o en unos cuantos contactos periféricos: el papá, la mamá… En el resto de los casos, la ocasión – más o menos azarosa – parece haber determinado a aquel. A ver. ¿Por qué, en italiano, la nariz es masculino: il naso? Pues, por nada que sea ni muy necesario, ni muy específico. (No vengan a decirnos que es porque un buen número de italianos son narigones; y un buen número de españoles tienen una nariz recta y regular.) Y tampoco es cierto que, siempre, el masculino no marcado haga el plural. En bastantes casos, es el femenino no marcado el que lo hace: La tortuga, la serpiente, la ballena… Para hacer, en estos casos, el masculino marcado, hay que usar el artículo correspondiente o el adjetivo macho. (El tortugo, la tortuga macho. Nótese, en este último ejemplo, la expresión inevitable: paradójica o absurda…) Y hay, también, cierto número de palabras que admiten, indistintamente, el masculino y el femenino: mar, lente, calor; artista, poeta, demócrata. En éstas, el uso – también más o menos casual -- señala el género. (Pasaremos las vacaciones en el mar. El barco se hizo a la mar…)
Al grano. Eso del género inclusivo es, en el fondo, una ingenuidad; o, hasta, una bobería. Un usual error humano: pelearse por pequeñeces… O una exageración palmaria: Lo que no se nombra, no existe (¿nominalismo barato?) … O la magnificación caprichosa de un detalle: la gota de agua vista con lupa… O una pretensión extravagante: La causa femenina es tan importante que, incluso, hay que atreverse a desafiarle a la Gramática… ¿Desafiarle a la Gramática? ¿Cómo? ¡Caray…! O la magia desiderativa: convertir un instrumento de la dominación machista en un instrumento de la liberación femenina…
Hay que ser liberal, en la política, porque la libertad es el principal valor civil; socialdemócrata, en la economía, porque el estado debe regularla; y conservador, en la cultura. Entonces, en el último sector: Conservemos lo bueno y sumemos lo nuevo. Eliminemos sólo lo vetusto, lo inservible y lo malo. Y dejemos que la cultura marche libremente y a sus anchas… Nada de forzarla, ni trabarla, ni desviarla. Así, nos enriqueceremos todos. |
Bueno… Sigamos. La lucha por la igualdad de los sexos no puede hacerse en el reducido campito de lenguaje, sino en las grandes áreas de las realidades civiles y sociales. Allí se hace, de hecho; y allí se están decidiendo hoy día, casi siempre a su favor, las reivindicaciones de ellas. Y ¡ojo!: No nos equivoquemos. El leguaje no es ni la fuerza, ni la coacción; es decir, no es, realmente, un medio de la dominación machista. Es una muy otra y diferente cosa: un medio de las comunicaciones humanas. Y, por ello, -- nótese, muy importante -- debe ser claro, flexible, adecuado y funcional. No podemos manipularlo… No debemos distorsionarlo… Debemos mejorarlo… Ergo: Si le ponemos los símbolos postizos o los plurales reiterados, -- @, x, e; todos, todas – le estaremos volviendo difícil y desmañado. Ejemplo:
Formulación tradicional: Los niños salen al patio de recreo. (Ellos y ellas.) Variante diferenciadora: Los niños y las niñas salen al patio de recreo. (Si – por alguna razón – hay que señalar la alternancia o la simultaneidad de las salidas.)
Variante inclusiva: L@s niñ@s salen al patio de recreo. (Feo, torcido e incómodo.) Otra variante inclusiva propuesta: La niñez sale al patio de recreo. (Muy incorrecto. Porque la niñez no es un conjunto de niños, sino una etapa del desarrollo de las personas.)
¿Complicado? ¿Arbitrario? Ciertamente. Y, lo que es peor, innecesario. Y, ahora, pongamos aquí, por último, un clásico ejemplo de Sancho Panza: Formulación tradicional: Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo. Formulación inclusiva; para nombrar a los diablos y a las diablas: Más sabe l@ diabl@ por viej@ que por diabl@. ¿Qué tal? Sobran los comentarios. Mejor, sonriamos. Y detengámonos.
Conclusión. Nos acordamos de una fórmula ecléctica y sabia, que circulaba hace un tiempo. Hay que ser liberal, en la política, porque la libertad es el principal valor civil; socialdemócrata, en la economía, porque el estado debe regularla; y conservador, en la cultura. Entonces, en el último sector: Conservemos lo bueno y sumemos lo nuevo. (Eliminemos sólo lo vetusto, lo inservible y lo malo. Y dejemos que la cultura marche libremente y a sus anchas… Nada de forzarla, ni trabarla, ni desviarla.) Así, nos enriqueceremos todos.
Y – volviendo al caso del buen cura francés del inicio – repitamos con él: Cuando nosotros decimos todos, estamos incluyendo, también, a todas. Claro y desde luego: atendiendo a la debida lógica, una necesidad cierta de todos; y con el debido respeto para todas, todas ellas; esa mitad más una de nuestra humanidad.