por: Ivet González
La creciente capacidad de convocatoria de los movimientos de mujeres a favor del derecho al aborto y contra la violencia de género reafirma la impronta del feminismo en la región, pero siguen a la sombra sus diversidades internas y las luchas de las negras y mestizas en una región con 133 millones de afrodescendientes
LA HABANA (IPS) - Dentro de las marchas con pañuelos verdes por el derecho al aborto o contra los feminicidios, las mujeres afrodescendientes de América Latina alzan cada vez más sus voces para resaltar su situación de desventaja e invisibilidad.
La creciente capacidad de convocatoria de los movimientos de mujeres a favor del derecho al aborto y contra la violencia de género reafirma la impronta del feminismo en la región, pero siguen a la sombra sus diversidades internas como las luchas propias de las negras y mestizas en una región con 133 millones de afrodescendientes.
“En Brasil, luchamos por la visibilidad de las feministas afro, nuestra representatividad en la gobernanza y la universidad”, dijo la demógrafa brasileña Jackeline A. Ferreira, integrante de una red afrofeminista vinculada al Grupo de Trabajo Afrodescendencia y Propuestas Contrahegemónicas.
Creado en 2017 y único de su tipo dentro del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, este grupo de trabajo permanente, con investigadores, activistas y referentes de políticas públicas de más de 20 países, prioriza la integración en red, capacitación y visibilidad de las mujeres afro de la región, con 33 Estados. La red se enfoca a trabajar más allá del Decenio Internacional para los Afrodescendientes, declarado por las Naciones Unidas desde 2015 a 2024, y realizó una escuela en La Habana, donde IPS conversó y contactó con varias de sus integrantes.
“La marcha de las mujeres negras es por el buen vivir y contra la violencia, que incide de manera más acentuada en nosotras”, remarcó Ferreira, para quien el reconocimiento es un asunto pendiente en Brasil, pese a tener la mayor concentración afrodescendiente, con más de la mitad de sus 210 millones de habitantes.
“Es doble el impacto del feminicidio en las negras y mestizas”, lamentó la también activista. El Mapa de la Violencia 2015, de la Facultad Latino-Americana de Estudios Sociales, encontró que, de 2003 a 2013, estos asesinatos por razón de su género de mujeres negras brasileñas crecieron 54 por ciento mientras los de mujeres blancas bajaron 10 por ciento. En América Latina y el Caribe están 14 de los 25 países del mundo más peligrosos para las mujeres, según la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal), que reportó 3 527 feminicidios en 2018 registrados en los 24 países que aportan algún tipo de cifras.
Así surgió en 2015 en Argentina la marcha y campaña en redes sociales Ni una Menos, que con ese grito, el de Ni una Más o “Vivas nos queremos”, además del uso distintivo de pañuelos verdes, se expandió por la región y alcanzó otros continentes.
Pero a lo interno de los países, activistas e investigadoras señalan que las mujeres afro se reconocen menos como víctimas. “Para los garífunas, nuestra mayor lucha es por la tierra y territorio”, dijo la activista Keldy Odeth Bermúdez sobre la situación en Honduras de este grupo étnico distribuido también por Belice, Guatemala y Nicaragua. “Hay mucha persecución hacia los líderes garífunas y hay feminicidios contra las defensoras del pueblo”, que aporta 10 por ciento de los 8,5 millones de hondureños, lamentó.
Integrante de la Asociación Honduras Negra, Bermúdez puso como ejemplo el asesinato a balazos de Mirna Suazo, presidenta del Patronato de Masca, el 8 de septiembre, que elevó a cuatro las mujeres muertas de forma violenta en tres días en el territorio costero garífuna. Herederos del mestizaje entre pueblos indígenas caribes y arawakas con africanos traídos como esclavos a la costa de hondureña, los garífunas alcanzan 10 por ciento de los 8,5 millones de habitantes del país centroamericano, con medio centenar de comunidades.
Derecho al aborto, batalla común
“También estamos incursionando en los espacios de toma de decisión”, amplió Bermúdez. “Trabajamos por retomar la lucha por el aborto para poder decidir sobre nuestros cuerpos, hablar sobre la píldora del día siguiente. Aún falta mucho por hacer”, dijo, sobre un tema duro en un país donde el aborto es ilegal en todas sus variantes. El derecho al aborto legal y seguro representa la gran deuda de la región con las mujeres, donde también existen brechas más profundas en el segmento afro. Está totalmente prohibido en seis países, otros nueve lo permiten solo para salvar la vida de la mujer y otros pocos ofrecen excepciones en casos de violación y/o anormalidad fetal grave.
Uruguay y Cuba son hasta ahora los únicos países con aborto libre, seguro y gratuito en todo su territorio.
“Nos interesa mucho posicionar al aborto como un tema de salud pública”, indicó Lorena Álvarez, de la Asociación de Mujeres Afrocolombianas, en un país que desde 2006 permite la interrupción del embarazo en caso de violación, malformación del feto y peligro para la vida o salud física y mental de la madre.
“Por el lado de considerar la afectación de la salud mental de la madre, seguimos ampliando las compuertas que tiene la legislación en la práctica”, explicó la activista, que identifica “también muchos elementos particulares para las mujeres negras y mestizas”.
Un estudio de 2017 del estadounidense no gubernamental Instituto Guttmacher reveló que, de 2010 a 2014, solo uno de cuatro abortos en América Latina y el Caribe fue seguro. Y señaló que las mujeres que viven en condiciones de pobreza y en áreas rurales tienen mayor probabilidad de experimentar abortos inseguros y graves complicaciones. “Las mujeres negras viven en general en los sectores más empobrecidos y también hay muchas prácticas de sus propias comunidades relacionadas con el aborto”, puso como ejemplo, sobre brechas en el acceso en Colombia. “Se trata de reconocer esas prácticas y cómo hacer que sean seguras para las mujeres”, dijo.
En Cuba, con un panorama diferente en la región en materia de sociedad civil debido a restricciones en el registro legal de las oenegés, la cuestión del reconocimiento y la visibilidad de la situación de las mujeres afro encabezan las prioridades. “El tema negro como pensamiento y movimiento en Cuba tiende al desfase con respecto a América Latina y el Caribe”, evaluó la socióloga Rosa Campoalegre, una de las coordinadoras de la red. “Hemos tenido siempre feminismos negros aunque con una trayectoria azarosa, difusa e invisibilizada”, amplió.
“Las estadísticas cubanas tienen el desafío de vestirse de negro”, añadió. “No sabemos cómo se inserta el patrón racial en la matriz de desigualdad”, subrayó sobre las consecuencias de carecer de más datos desagregados de la población de 11,2 millones de habitantes, de los cuales 36 por ciento es negra y mestiza, según el último censo, de 2012.
En el informe “Mujeres afrodescendientes en América Latina y el Caribe. Deudas de igualdad” 2018, la Cepal señaló “las persistentes desigualdades que experimentan las mujeres afrodescendientes en diferentes ámbitos”, el problema pendiente de la visibilidad estadística y las aún insuficientes políticas públicas impulsadas por los Estados.