Quizá habría la posibilidad de que el factor desencadenante para hechos antisociales dentro de manifestaciones pasivas, con programas y demandas, se deba a la profunda desazón, desorientación y desesperación de jóvenes que en el mundo actual no ven en su futuro otra cosa que una tanda de frustraciones.
"Los vientos y las brisas” a los que aludía un dirigente venezolano en relación a las protestas violentas suscitadas en Ecuador, primero, luego en Chile, en Bolivia, aunque en este último país con otro signo, y unos intentos en Colombia, muestra que el ambiente latinoamericano está caldeado, con e nefasto y peligros ingrediente del vandalismo que “debutó”, por así decirlo, durante las jornadas de octubre en nuestro país, pero que se enraizó en Chile, como razón o pretexto de la elevación del pasaje del metro de Santiago.
Sin creer en la “teoría de las conspiraciones” ni mucho menos, es evidente que existe un parentesco común dentro de las machas, que en los diferentes estados en los que han tenido lugar, comienzan con un razonable y hasta legítimo motivo, pero de inmediato se desbordan, aparecen los encapuchados violentos que se dedican a caotizar y vandalizar las calles, con ataques a edificios públicos y privados, incendios y destrucción en general.
Aquella estrategia, si así puede llamársela, no resulta espontánea, pero tampoco habría que atribuirla a supuestos poder rusos, cubanos o venezolanos para en un santiamén generar violencia y caos. Algo de eso hay, si tomamos en cuenta que en el Ecuador, los escudos de combate callejero estaban listos en alguna bodega, para aparecer en manos de ciertos manifestantes, pero eso no agota el preocupante fenómeno de la violencia irracional. Quizá habría la posibilidad de que el factor desencadenante para estos hechos antisociales dentro de manifestaciones pasivas, con programas y demandas, se deba a la profunda desazón, desorientación y desesperación de muchos jóvenes, que en el mundo actual no ven en su futuro otra cosa que una tanda de frustraciones. De allí que reaccionen destruyendo lo que hallan a su paso, vandalismo puro, aunque algunas minúsculas organizaciones neo anarquistas pretendan justificar estos desmanes.
Sin embargo, como los tiempos han cambiado, estas “guerras callejeras” de mediana intensidad, que han dejado víctimas, por supuesto pudieran eventualmente formar parte de estrategias globales, si tomamos en cuenta de que los fundamentalismos islámicos, o inclusive las protestas de Hong Kong, tienen patrones similares a lo ocurrido en Ecuador, Chile Bolivia, con violencia demencial y destructiva como patrón común. Se puede atribuir también este frenesí destructivo, y por lo tanto irresponsable, al efecto de las “redes sociales” en las conductas, en especial juveniles, que han demostrado su capacidad de congregar multitudes, y hasta de guiarlas a la violencia sin otro propósito que en vandalismo y la destrucción. Una demanda, un proyecto social, no pueden basarse en lo vandálico, por lo tanto estos hechos más bien deslegitiman las protesta.
Como fuese, se trata de un fenómeno social (o antisocial, si se quiere ver así), que al parecer no va a desaparecer con las marchas de protesta, hoy rotos los diques que permitían diferenciar las marchas políticas y sociales del gamberrismo y la caotización.
Queda para los investigadores sociales serios, no para los activistas camuflados de intérpretes de los fenómenos de la sociedad, la tarea de explicar este nuevo fenómeno destructivo que recorre el mundo entero, y que a diferencia del “fantasma” del “Manifiesto Comunista” de Marx, carece de propósito aparente, como no sea parte de una perversa estrategia global, compartida por las superpotencias.