Un trío de estudiantes ganó un concurso de iniciativas promovido por la Universidad de Cuenca para estimular emprendimientos productivos de impacto comunitario
Lo moderno no se contrapone con lo antiguo. Es posible acudir a herramientas y productos del pasado para emprendimientos capaces de proyectarse al futuro. Este “descubrimiento” hicieron tres jóvenes próximos a egresar de la facultad de Ingeniería Química de la Universidad de Cuenca.
Andrea Velesaca, Santiago Espejo y Andrés Rosado están entusiasmados con el proyecto de montar una fábrica de pintura con tierras de colores localizadas en el cantón azuayo de Oña y su parroquia Susudel. Lo han bautizado con el nombre quichua Makiruna que, en español, significa La mano de la gente.
No es propiamente un descubrimiento, pues desde tiempos inmemoriales se ha usado en la zona las tierras coloridas para pintar las casas de adobe y hasta trabajar obras de arte, como las que exhiben sus templos. Lo nuevo está en la reutilización, con técnicas modernas, del material desechado desde que irrumpieran en el mercado pinturas fabricadas con procedimientos químicos. Inclusive en la Catedral Vieja de Cuenca y en antiguas viviendas urbanas hay obras pictóricas elaboradas con tierras de colores.
Andrea lidera el trío emprendedor. Ellos participaron en el concurso Impacto 2019 que promoviera en junio la Universidad para estimular emprendimientos juveniles, en coordinación con la Cooperativa de Ahorro y Crédito Alfonso Jaramillo (CAJA). Participaron trece proyectos vinculados al medio ambiente, ingeniería, alimentación, tecnología, etc. y ellos obtuvieron el premio de tres mil dólares de la entidad financiera que, en vez de hacer sorteos entre los clientes, ha optado por premiar la creatividad de jóvenes emprendedores como un mecanismo de promoción.
El requisito del concurso fue que los proyectos tuvieran aplicación social. Andrea, Santiago y Andrés contactaron con la gente de Oña y Susudel, donde más de 160 personas trabajan en ladrillerías artesanales, y se entusiasmaron con la propuesta y la acogieron. También la Municipalidad, con el alcalde a la cabeza, está dispuesta a apoyar la iniciativa, que contribuiría a remediar necesidades sentidas de la población, pues Oña está entre los cantones más pobres del Ecuador.
De la mina de Putushío, en la jurisdicción de Oña, se extraería los materiales para procesarlos y convertirlos en la pintura para las viviendas. Los colores de la tierra son verde, amarillo, blanco, café, salmón, azul y violeta. Con el uso de aglutinantes es posible competir económicamente con productos industriales. El galón del producto valdría tres dólares, equivalentes a la tercera parte del costo del galón de pintura producida con procedimientos ques amigable con el ambientercera parte del costo del galde competir beneiciosamente con productos industrialesímicos. “La pintura de tierra es amigable con el ambiente, no contamina, es absorbida por el material poroso de los adobes y su durabilidad podría llegar a cincuenta años”, asegura Andrea.
Los jóvenes próximos a graduarse de ingenieros químicos han tomado en serio su proyecto. La Universidad, que estimula planes de economía comunitaria, hará el seguimiento de la actividad de los emprendedores y la Cooperativa CAJA les dará asesoría y auspicios financieros.
El concurso universitario en el que participaron tuvo un jurado compuesto por representantes de la Universidad, de CAJA, del Centro de Emprendimiento de la Universidad, de CEDIA y de la Cámara Junior Internacional.
Para inicios de 2020 aspiran a presentar oficialmente su producto. Mientras tanto, tienen reuniones con los pobladores de Oña y Susudel, para capacitarlos, así como con la Municipalidad del cantón y el Gobierno Autónomo Parroquial de Susudel, para trámites organizativos y constitutivos legales, que permitan convertir en realidad la iniciativa estudiantil que va por buen camino.
Las inversiones económicas no son mayores y están en capacidad de afrontarlas, pues lo que necesitan no son más que una mezcladora, palas y herramientas de campo, a más de aglutinantes para mezclas, así como planificar los temas de transporte, envasado, marketing y comercialización.
La pintura de tierra no sólo es para el campo, sino también para las ciudades. Los jóvenes tienen previsto promover el uso del adobe en las construcciones, pues es un material ecológico, conserva el calor, es reciclable y, sobre todo, es más dúctil y barato que el cemento. “Cuando ponemos un clavo en la pared de adobe, el material no se despostilla como el cemento, sino que se hunde y adhiere sin lesionar la superficie, dice Andrea Velesaca, que conoce al dedillo las ventajas de la pintura de tierra de colores, que saldrá al mercado con registros y certificados de calidad.
Cuando en el país es un lugar común hablar –y quejarse- de la escasez de fuentes de empleo, los jóvenes del proyecto demuestran que con iniciativas creadoras es posible aprovechar las oportunidades que se presentan al auspicio de la universidad y de instituciones financieras que escogen y premian a los emprendedores.
Casita rural con paredes cubiertas de pintura de tierras.