A través de su poesía y relatos lo entiendo y lo comprendo mejor que en mi primera juventud, como que lo siento caminando y encendiéndose y apagándose. Todo él era como una esotérica alma de niño, quemándose en las llamas del Purgatorio. Ahora lo admiro más y lo siento retratado en uno de sus cuentos con fidelidad de asombro: “El Niño que está en el Purgatorio”
Registra la historia de la cultura ecuatoriana, de tiempo en tiempo, la aparición de individualidades peculiares –de grandeza acumulada, pudiera decirse- integradas por una suma feliz de cualidades extraordinarias marcadas con la señal del genio creador, destinadas a vencer el esquema de las cosas y a constituirse en la propia llama interior después de haber alimentado el camino de las letras.
A esta singular categoría humana pertenece César Dávila Andrade, nacido para orgullo del Ecuador y América y gloria legítima en Cuenca el 8 de octubre de 1918, hace justamente un siglo, impar suceso que las letras ecuatorianas se aprestan a celebrar y levantar su voz junto al espontáneo coro de voces del pueblo del Ecuador.
Arribamos, por fortuna, a este primer centenario, cuando ya la crítica más rigurosa –nacional y extranjera- ha fijado casi de modo exhaustivo, en lo fundamental, el sitio que le corresponde en la literatura a César Dávila Andrade. Menester ha sido y sobre todo laborioso el proceso para llegar al poeta y narrador Dávila Andrade y de hurgar en lo hondo la singular y admirable personalidad y en grado eminente, por las más variadas facetas de su existencia.
Los críticos y estudiosos de su obra literaria han logrado conjugar, de modo armónico, la pura calidad humana del hombre con alma de niño –gran poeta- y la eminencia de intelectual, uno de los más notables escritores de nuestro país.
Descubrir al narrador original, o al poeta mayor e innovador, al moralista de honradez insobornable, al pensador esotérico de vuelo alto y raíz profunda, atisbó y quiso la justicia social para los que nunca olvidó, vale decir, todo el pueblo a través de uno de los poemas mejores de todos los tiempos: “Boletín y Elegía de las Mitas”, que llegó a los escenarios nacionales como llegan las buenas nuevas, trayendo un mensaje de protesta y de comprensión.
Ahora a través de su poesía y relatos lo entiendo y lo comprendo mejor que en mi primera juventud, como que lo siento caminando y encendiéndose y apagándose. Todo él era como una esotérica alma de niño, quemándose en las llamas del Purgatorio. Ahora lo admiro más y lo siento retratado en uno de sus cuentos con fidelidad de asombro: “El Niño que está en el Purgatorio”: “Ahora ya es un hombre. Delgado, bondadoso y triste. Por amor a la justicia es sobrio. Escribe con lejanía, pero con viva amargura. Mira el fin de las cosas y ama la exactitud. Cuando ingresó en el Purgatorio tenía doce años. Allí permanece aún con esta edad entre las llamas y los lamentos de las otras almas. Sin embargo, no murió cuando niño. Su alma infantil bajó al Purgatorio reflejada en una llama, y aunque no abandonó el cuerpo padece solo” …
Así era César Dávila Andrade, exactamente: bondadoso y triste, sobrio por amor a la justicia, sobriedad que a veces se volvía triste y se reflejaba en una llama padeciendo sólo.
Murió en vísperas del medio siglo de su humano tránsito, allá en las tierras del Ávila, donde levantó, aquerenciado y casi solo, su bandera y su poesía, su alto canto de alucinado y enfebrecido, bajo un arco de instantes, nimbándole en la pluma de las canciones, la voz de los altos profetas bíblicos y de los esotéricos misterios de los iniciados, a quienes él tanto amaba. Por ello es que ni su poesía ni su nombre se apagarán nunca, ni lo apagarán aquellos que a su sombra se enriquecieron ajenamente con el pretexto de llevarle en la palma de la mano.