Un loco puede hacer más daño que un terremoto. / Dicho popular.
Vayan ustedes con esto…; y aprendan a ser un país. / Reproche del canciller brasileño
Aranha a Tobar Donoso, después de que se firmara el Protocolo de Río de Janeiro.
En la unión, está el bien de todos. Nunca promovamos la discordia; nunca separemos; siempre juntemos; siempre colaboremos. En definitiva, seamos buenos prójimos y buenos ciudadanos. Nos conviene. En el Ecuador poscorreista, estas reflexiones son muy necesarias, y, en verdad, casi inevitables e ineludibles
El Correísmo fue, para nuestro país, una catástrofe social. Un setenta por ciento de los ecuatorianos apoya esta afirmación (No la apoya, el restante treinta por ciento: la izquierda dura y un grupo de sus simpatizantes centristas). Y es que la sola y mera lista de imposiciones, desaguisados, arbitrariedades, disparates y boberas -- que cometió tal régimen -- ocuparía varios folios. Nos acordamos, en este punto, de una señora, quién, – después de sufrir una seguidilla de hechos desgraciados – se lamentaba: ¡Dios, mío!, ¿qué culpa estamos pagando, para merecer tantos castigos? Bueno, su Dios lo sabría… Nosotros – mortales ordinarios, en cambio, – tendremos que averiguar, aquí y ahora, si, de verdad, merecimos el Correísmo. (A propósito: Con anticipación, ya nos temíamos algo como eso; sobre todo, después de que Borja, chambonamente, perdiera la excelente oportunidad, que tuvo, de reformar la sociedad ecuatoriana. ¿Y por qué? Pues, porque un pueblo no puede andar, mucho tiempo, erráticamente y sin objetivos. Tal cosa equivale a llamar a los demagogos y a los dictadores…) Así que, veámoslo. Y, para ello, comencemos con el suceso que abrió nuestro siglo XX histórico: la Revolución Juliana. Un acontecer curioso y sobrevalorado; y, a pesar suyo, inesperadamente trascendental.
Cuando cae el Presidente Gonzalo Córdova, -- el 9 de Julio de 1925 – ya el Liberalismo había perdido, prácticamente, toda su fuerza transformadora. Después de un largo y desgastador enfrentamiento, los liberales revolucionarios y los conservadores reaccionarios terminaron, más o menos, en un empate. Se neutralizaron, mutuamente; pero no acordaron la necesaria convivencia; como debieron hacer, para lograr una continuidad política civilizada. (El Partido Liberal Radical se había reorganizado en la convención de 1923; el Partido Conservador se reconstituyó en la convención de 1925; una asamblea de intelectuales fundó, en 1926, el Partido Socialista.)
Tales agrupaciones, sin embargo, no estaban ni a la altura de los tiempos, ni al nivel de las circunstancias. La revuelta popular de 1922, en Guayaquil, -- aquella, famosa, de las cruces sobre el agua – mostró unas nuevas fuerzas sociales.
Y, aquí, justamente, está la clave del asunto: De pronto, unos militares jóvenes las identifican. Y empiezan a conspirar, en secreto; para aprovechar la oportunidad que presentan. Poco después, a su tiempo, ellos se manifestarían en Guayaquil y Quito. A grandes rasgos, esto fue la Juliana. (Más allá de los detalles y los entreveros.) ¿Y, luego, qué pasó? Pues, que dichos oficiales, – llenos de una fuerte mística social – asumieron un rol casi mesiánico; se creyeron iluminados… Bueno… Pero, ¿llegaron a tener efectivamente el poder? No. Y esta carencia es importante… Porque, debido a ella, fueron incapaces de gobernar. (La razón muy simple: Nunca supieron, en forma precisa, lo que querían, ni cómo realizarlo.)
Imaginemos la vida cuartelera de ese entonces. El pentavirato. (Sí: ¡Siete miembros! ¡La sorprendente jefatura grupal!) Reuniones interminables; colmadas de especulaciones, conjeturas y buenas intenciones… ¿El camino del infierno? Claro, algo de eso…Tanto que – cuando los oficiales debieron reconocer su incompetencia – llamaron a dos personajes prestigiosos: Primero a Napoleón Dillon y, luego, a Isidro Ayora; para que se hicieran cargo del gobierno. El segundo – un conocido médico lojano -- aceptó, con una prepotente y ambiciosa condición: Sus mandantes no debían intervenir…; y debían dejarle gobernar a él, con muy amplias facultades.
Así, -- ya cuasidictador – buscó la ayuda de Edwin Kemmerer; académico y consultor estadounidense, por entonces internacionalmente famoso. Éste ordenó la economía ecuatoriana: presupuesto, tributos, pago de la deuda; fundación del Banco Central y la Contraloría. Y, de tal modo tecnocrático, la “revolución” militar terminó en la escueta modernización administrativa; que los liberales no hicieron… Bueno… El experimento juliano termina en 1931; cuando se cae Ayora.
¿Y a qué nos lleva todo esto? Pues, a concluir que -- en forma muy significativa -- los julianos inauguraron el populismo del Ecuador. A ver. Si se dedicaban a la política – y descuidaban sus tareas específicas -- ¿qué estaban haciendo? Pues, militarismo. (Muy irresponsable, si pensamos que el tratado Salomón-Lozano implicaba graves amenazas para el país. Y que, por ello, se necesitaba, más que nunca, un ejército fuerte; que los liberales, tampoco, habían sabido formar.) Si tomaban unas posiciones socialistoides, ¿qué estaban haciendo? Pues, populismo.
Entonces, ¿cuál fue el resultado? Pues, populismo militar. (En el fondo, ese mismo fenómeno distorsivo, que – en forma tan extraña y trágica – culmina, en el siglo XXI, con Rafael Correa.) Sigamos. Como los militares no tenían ni un caudillo, ni una organización política, a la caída de Ayora, se produce un enorme vacío de poder. (Que inicia la gran crisis de la década de los treinta; la segunda, de las tres, en las cuales, el Ecuador casi termina siendo un estado fallido.) Hay varias líneas importantes en este proceso. A ellas.
Una. El populismo militar. El ejército “julianizado” seguía mal. Ya el Presidente Tamayo, había traído unos asesores – la Misión Militar Italiana – para mejorarlo. Pero la tarea quedó sólo en sus inicios. Dieciocho años después, en 1940, la misión se marchó. (Los italianos eran consultores e instructores; pero no eran magos… Queremos decir – con esta exageración – que no podían formar un ejército fuerte y aguerrido, con unos militares despistados y faltos de interés profesional; y dentro de una matriz social inadecuada para ello. Lo de la matriz es, más o menos, la misma conclusión a la que llega el general Patricio Lloret, historiador militar.) Y, así, la derrota del 41 resultaba ser una tragedia anunciable… El proceso continúa con Enríquez Gallo, Mancheno Cajas, las juntas militares, Rodríguez Lara y Lucio Gutiérrez.
(2) Los gobiernos democráticos – salvo los de Galo Plaza y Camilo Ponce – son mediocres o intrascendentes. Y algunos de ellos – Roldós, Hurtado, Rosalía Arteaga, Alfredo Palacio – están también ligados al populismo.
(3) El populismo civil. Es el más significativo de todos. Velasco Ibarra, el populismo de la derecha; Guevara Moreno, el populismo seudoproletario; Calderón Muñoz, el populismo liberal; los Bucaram, el populismo suburbano; Febres Cordero, el populismo oligárquico. (4) Ciertas instituciones también se “populizan”. Las universidades públicas, populismo académico; la Federación de Estudiantes, FEUE, populismo estudiantil; los maestros, UNE, populismo educativo; la Casa de la Cultura, populismo de los intelectuales.
Y, así y de este modo, gran parte del conjunto político del país se dirigió al terreno de la confusión y de la demagogia. Y, en la penosa marcha, fuimos cometiendo los pecados; que hemos pagado, tan caros, con Correa. Y no sabemos, aún, si el proceso se ha terminado. Es decir, si el ambiguo Morenismo – continuación anómala del Correísmo -- podrá ser una verdadera transición; si no retrocederemos; o si, con bastante suerte, tomaremos, al fin, un buen camino.