De su historia se han ocupado y de manera loable historiadores y docentes estrechamente vinculados con la UDA. Una historia que subraya la esencia misma de la universidad: pluralismo de ideas, visiones de los hechos, aun de aquellos en que ellos han sido sus autores y actores
Construir una universidad es una labor de creación y recreación de cultura. Es un fruto del espíritu. De aquel que late en las entrañas de un pueblo y se expresa en multitud de formas, que compendian la rica morfología humana. Es, sobre todo, prolongar y no dejar morir una de nuestras instituciones más antiguas en el terreno de la cultura universal.
La universidad es resultado histórico de tradiciones grecolatinas, elucubración de ideas medievales, descubrimiento de conciencia y racionalidad de la modernidad. Por tal motivo, escribir una historia de la universidad, en nuestro caso de la UDA, no es empresa fácil. Conlleva la decisión de cargar una tarea histórica compleja que tendría que describir y valorar, precisamente, toda esa relación histórico -cultural que se ha llamado, ya desde sus primeros años, universitas, o sea ese sentido de universalidad del espíritu del hombre. Y, por lo tanto, con multitud de dudas, de certezas, de opiniones diversas y, por su puesto, opuestas y variadas confrontaciones.
De su historia se han ocupado y de manera loable historiadores y docentes estrechamente vinculados con la UDA. Una historia que subraya la esencia misma de la universidad: pluralismo de ideas, visiones de los hechos, aun de aquellos en que ellos han sido sus autores y actores .
Y a 50 años de vida ya se puede escribir una biografía humana. Biografía de institución joven, se entiende. Pero ya vivida con intensidad, con entusiasmo en el vértigo de los acontecimientos de los años 60, dentro ya de las crisis muy claras de nuestro sistema político.
Escribir hoy sobre una universidad, sobre la génesis de sus estructuras, la evolución de sus funciones y estructuras, los sueños, ideales, luchas y conquistas de los que han colaborado a la construcción de una institución educativa, es la mejor forma de rendirle tributo, de ponerle carne y huesos a ese viejo proyecto humanístico que naciendo en los claustros medievales, prosigue en el Renacimiento y continúa, a veces en azarosas aventuras y conflictos políticos, en la edad moderna.
Pero esa universitas, de la cual la UDA es continuadora, lleva –debe llevar- el signo más glorioso de ser la cuna de las “humanidades”. Y digo “humanidades” en el más amplio sentido de la palabra: toda ciencia, toda investigación que es obra del esfuerzo del hombre y que nace con los sueños de una creación al servicio de la juventud.
La celebración de los 50 años de la UDA lleva a cuestas esa tradición y da cuenta, en la mirada de sus autoridades y académicos la tenacidad, creatividad, en los miles de vericuetos de la administración, de todos aquellos fundadores que, en la cúspide de la institución o en el anónimo trabajo de la cotidianidad del quehacer universitario, dan cuenta, reitero, de esa UDA que tiene ya, por derecho propio, carta de ciudadanía académica.
Las universidades no son, como afirman muchos políticos, ascensores para pasar de una clase social a otra, aunque tengan un rol relevante en la escala social y en el mejoramiento de las expectativas económicas. Son los espacios que las sociedades modernas se dan para preservar, transmitir y generar conocimiento en condiciones de libertad, equidad y pluralismo como viene de suceder en la UDA.
Sabemos, por lo demás, que la convivencia universitaria y las decisiones técnico-administrativas, los aterrizajes de los proyectos académicos lo atestiguan. Las desventuras, las limitaciones, o inclusive los errores propios de toda obra humana, han acompañado las mejores realizaciones de quienes hoy están dirigiendo los proyectos de una universidad en crecimiento. La UDA en este sentido, ya empezó a hacer una buena y nueva historia, con luces y sombras, con los naturales cuestionamientos lógicos en una institución que está para cuestionar precisamente.
Finalmente, habrá que reconocer que la universidad, al ser conciencia crítica en movimiento, ha sabido, en más de una ocasión, ser portavoz de una conciencia social que no se encerró en sus muros. Sus autoridades y organizaciones estudiantiles supieron hacer oír sus planteamientos, sus protestas y cuestionamientos muy propios de quienes conforman una comunidad universitaria. Sus actuales directivos han sabido retratar esa efervecencia crítica y han sabido detectar esa sed de inquirir, de cuestionar, de quienes desde hace 50 años han intentado ir construyendo una casa grande en donde puedan circular e influir todos los vientos.
Que las nostalgias y emociones que despierta tan importante celebración, sean el mejor acicate para seguir construyendo lo que toda universidad debería ser: una casa abierta al tiempo.