Entender cambia la vida. 
Lema de la revista NOTICIAS, 
de Buenos Aires, Argentina

Los periódicos son empresas familiares… Ciertamente.  ¿Y qué?  Los abarrotes y los cines también pueden serlo.  ¿Qué pasa? ¿Estamos tomando lo exterior por lo central?  No es así la cosa… Pero el desacierto – dando una vuelta larga – bien puede llevarnos a un punto clave: la independencia de la información

La conclusión principal de la última reunión de los periodistas argentinos (ADEPA, Mendoza 7/ 18) confirma lo que ya sabíamos: El periodismo actual debe buscar, sobre todo, la calidad. Uno de los expositores analizó al THE NEW YORK TIMES: Iniciativa, innovación, empeño…. Bueno… Eso, en lo teórico, quedó claro. Pero lo importante es, sobre todo, la práctica correspondiente. A propósito: ¿Nuestro periodismo hispanoamericano toma en serio la recomendación?  No. Veamos. Un buen diario, por una parte, debe estar hecho por periodistas muy diestros; y, por otra, debe tener, al menos, un pequeño núcleo de lectores exigentes; que lo muevan, que lo estimulen, que lo mantengan por arriba. ¿Algún diario de nuestra lengua cumple, a cabalidad, las dos condiciones?  No, desgraciadamente… (Se acerca EL PAÍS, de Madrid. Se acerca, no más… Y tal cosa indica, con claridad, nuestros mediocres niveles regionales de educación y cultura.  Así estamos…) Hay, pues, que analizar el problema. Y empecemos con el Ecuador.

Quienes – por nuestro trabajo – leemos cotidianamente la prensa ecuatoriana, terminamos, con bastante frecuencia, refunfuñando. ¡Este título no expresa correctamente el contenido de esta noticia! ¡Cómo han podido pasar estas faltas de ortografía y de sintaxis! Esto no tiene sentido… Palabrería pura. Este periódico no tiene editor. Nadie sabe hacer un obituario; y, por eso, se publican estas notas necrológicas personalizadas y pueblerinas. En la misma línea: ¡Como se puede usar apodos en comentarios supuestamente serios!: El Faquir Dávila, El Cuántico, Las Sumisas… Conclusión acotada y necesaria de estas fallas: ¿Cuántos periodistas ecuatorianos saben redactar profesionalmente? ¿Cinco o seis?  Vaya…  Y, obviamente, un texto mal redactado, no puede ser editado. (Se edita para perfeccionar, acomodar o concertar. Si un texto está mal redactado, o no se publica, o vuelve – si cabe; para rehacerse – a la sala de redacción.) En definitiva, -- remachemos lo afirmado, pero desde otro punto de vista – los lectores merecen un periodismo de calidad. ¿Lo tienen hoy?  No.  Entonces, la prensa ecuatoriana está descuidando sus funciones; no cumple. Está, en realidad, defraudando a sus lectores. Y eso es eso.

        Pero no somos nosotros los únicos críticos. Aunque no muchos, unos cuantos reproches sí hemos encontrado por ahí. Éste nos llamó la atención; y, más bien, por lo inusual: Los periódicos son empresas familiares… Ciertamente.  ¿Y qué?  Los abarrotes y los cines también pueden serlo.  ¿Qué pasa? ¿Estamos tomando lo exterior por lo central?  No es así la cosa… Pero el desacierto – dando una vuelta larga – bien puede llevarnos a un punto clave: la independencia de la información. Otra vez, veamos. La familia Pérez vende un servicio; que otros miles de familias, en el Ecuador, compran. ¿Por qué lo compran? Pues, porque el tal ha merecido su confianza. (Y ojo: Cuando se vende información no sólo hay que ser confiable; hay, además, que parecer, confiable.) Los lectores le pueden perdonar, a un diario, su mediocridad; pero, casi nunca, le perdonan su entrega, su sesgamiento, su servilismo. Esta es la razón, por la cual, siempre fracasó, en el país, la prensa partidaria. (LA TIERRA, de los socialistas; LA NACIÓN, de los cefepistas; EL PUEBLO, de los comunistas, era un periódico tan raquítico, en el formato y en el contenido, que ni siquiera los mismos comunistas lo leían.) Y, con el Correísmo, la prensa llamada “pública” – en realidad descaradamente oficialista – confirmó lo dicho. Para censurar a EL TELÉGRAFO, un ingenioso -- de aquellos que no faltan -- hizo un juego de palabras: EL TELEGRANMA; y, otro, dijo que el diario era como el amor verdadero: ni se compra, ni se vende.  Y, bueno, ahí estaba: Por las tardes, el matutino seguía amontonado en un rinconcito de los puestos… Para aparentar la circulación, hubo que regalarlo en los hoteles y las gasolineras. Y el impensado búmeran: EL TELÉGRAFO sólo servía para madurar los aguacates de Correa. Y, ahora, siguiendo, demos un salto grande.  

En la región hispanoparlante, -- hay un cierto consenso – se dice que el mejor periodismo es el argentino. Tiene, en general, una buena información, un buen nivel de opinión y análisis, una publicidad competente y llamativa; y, hasta, una notable creatividad en el humor escrito, el humor gráfico, la viñeta, las historietas y el entretenimiento… (Recientemente, falleció, 2/10, el dibujante uruguayo-argentino Hermenegildo Sabat; uno de los grandes del género.)  Los periodismos de Colombia, México y Chile lo siguen. Océano de por medio, argentinos y españoles estarían aproximadamente a la par. Y, allende nuestra lengua, está el periodismo brasileño; cuya calidad – según algunos observadores – es la mejor del mundo ibérico. (Juan Arias – del ya citado EL PAÍS, de Madrid – lo ha elogiado.  En medio de la gran crisis carioca, apenas el periodismo y la justicia se salvan…) Pero ni siquiera el Brasil ha llegado a los niveles de Italia o Francia. (Para no hablar de Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos.) El periodismo japonés – se dice que es bueno – resulta, para nosotros, un verdadero misterio. (El detalle viene al caso; porque nos permite apreciar que la globalización – que avanza rápido en lo económico y lo tecnológico – se demora, mucho, en lo cultural. A propósito: ¿Por qué no se traduce a los buenos columnistas nipones?)
¿Hay arreglos para las deficiencias?  ¿Se puede ir mejorando?  Por supuesto que sí.  Y de dos maneras. Una, inmediata. Se podría, por ejemplo, dictar cursos de redacción periodística para los profesionales ya en ejercicio. (O exigir, a los mismos, el estudio de los manuales respectivos; con el asesoramiento y la supervisión correspondientes.) Y, también, poner en las jefaturas de redacción, y cuerpos editores, a personas bien capacitadas y con la suficiente experiencia. Otra. Crear la defensoría del lector. (El PAÍS, de Madrid, la tiene hace bastante tiempo; EL TELÉGRAFO, de Guayaquil – cambiado, un poco, por Fernando Larenas – la ha puesto recientemente.) Segunda manera; a mediano y largo plazo. Mejorar sustancialmente la preparación de los periodistas. Y, aquí, -- creemos nosotros – hay un problema de estudios. El periodismo debe considerarse un campo interdisciplinario; y no, simple y predominantemente, un conjunto de normas, técnicas y procedimientos. (Es decir, habría que tratarlo como al Derecho, al Urbanismo, a la Pedagogía… Debe tener, pues, una base académica, amplia y sólida.) Más claro: Decimos que – para entrar a periodismo – se cursaría, antes, por lo menos, unos años en humanidades, ciencias sociales, naturales o exactas…   Así, podríamos salir de la superficialidad y la mediocridad tan usuales. 

Nuestro periodismo es, en consecuencia, todavía muy criticable. Y, desde luego, debe ser criticado. Pero una cosa es criticar; y, otra, es calumniar y execrar. Los extremistas políticos acusan a la prensa de ser un grupo corporativo; de funcionar como una asociación oligopólica y hegemónica. Más aún: En la supuesta lucha social, la presentan como una fuerza oscura; como un enemigo del pueblo… (Trump, Maduro, Correa y otros de semejante laya.)  Y la autocrítica debe existir; y debiera ser bien vista. Conocerse, y reconocer, también cambian la vida… Recordar: Donde hay una buena prensa, suele haber, casi siempre, inteligencia, democracia y prosperidad. Claro que, en la sociedad, esto no es todo…  Pero es bastante más que bastante; es, realmente, muchísimo. 

 

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