El periodista no milita en trincheras, no es juez. Su trabajo no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea como las cucarachas corren a esconderse. En su mochila lleva papel y lápiz, un celular o una cámara con la única consigna de informar con la verdad

El infame secuestro y asesinato de los colegas de El Comercio conformado por Javier Ortega, Raúl Rivas y Efraín Segarra, el asesinato de cuatro militares y el último secuestro a una joven pareja por una banda organizada de delincuentes vinculados con el narcotráfico contiene un mensaje brutal e intimidatorio. Es una muestra más de la degradación de un conflicto que ofende a Ecuador y Colombia en sus franjas de frontera. Significa haber llegado a la negación de todos los espacios plurales de la tolerancia en países secuestrados por el populismo, la politiquería y la corrupción en tanto el pueblo sale a las calles para expresar su solidaridad, el derecho a enterrar a sus muertos y a clamar por la paz.

Este crimen es, además, un atentado contra la libertad de expresión y de opinión, en cuanto los periodistas representan la búsqueda de la verdad libre de ataduras sectarias. Por esto y por su activismo esclarecedor, los mataron una caterva de asesinos con los mismos repugnantes procedimientos del sicariato que ha segado la vida de incontables periodistas, soldados y ciudadanos en varios países de América y el mundo.

De papel y de tinta es el cielo de los periodistas. Depende de ellos y nosotros que en las páginas de los periódicos, revistas, redes sociales y más espacios de opinión – en su cielo – todos los días haya sol y luz para la paz, la tolerancia y la verdad, tratando siempre de humanizar el mundo, de hacer la vida más amable, de reducir las posibilidades de la anarquía y la violencia, de consagrar la honestidad y devolver al espíritu su libertad con soberanía.

Se equivocan los narcos guerrilleros que rasgándose en montañas de verdes y ortigas matan periodistas. El periodista no milita en trincheras, no es juez. Su trabajo no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea como las cucarachas corren a esconderse. En su mochila lleva papel y lápiz, un celular o una cámara con la única consigna de informar con la verdad, porque así le exige su profesión.

Un país adolorido, solidario que marcha por la paz pero que no perdona la imprevisión exige con coraje que estos crímenes no queden en la impunidad. Repudia a los delincuentes y a todos quienes desde el poder siguen permitiendo que los pueblos fronterizos se conviertan en tierra de nadie y en madriguera de guachos entontecidos por el dinero sucio de las drogas. ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que el paisaje de la selva y sus entornos de pueblos en extrema pobreza se conviertan en cuarteles clandestinos de criminales y bárbaros que practican el asesinato selectivo, el magnicidio y la desestabilización por el terror?

Las múltiples manifestaciones de solidaridad frente al asesinato de los periodistas sirve como recordatorio del valor que los ecuatorianos dan a esta profesión liberal y de los riesgos que afrontan en su diario vivir. Pero más allá de las emociones humanas es ejemplo de inquebrantable vocación de trabajo frente a los remisos en el servicio a la patria; lección de pujanza creadora y de afán investigativo incesante frente al inmovilismo, ímpetu esclarecedor para los engreídos de suficiencia autoritaria; lección, en fin, de grandeza para cuantos estamos obligados, y somos todos, a pedir rectificaciones urgentes en la política exterior, en la seguridad interna y el rescate clamoroso de las Fuerzas Armadas, víctima de toda manipulación durante la década perdida por parte de un vocinglero del socialismo del siglo XXI, que con su soberbia desmanteló toda capacidad operativa de la inteligencia militar y en su lugar creó un aparato de espionaje y de persecución a la población en desmedro de la defensa nacional.

La escalada de atentados, secuestros y muertes no soporta más expectativas, más indefiniciones. El país pide respuestas al tiempo que reniega con una clase política que desprecia por su incompetencia y venalidad.

 

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