Sandra Salamea, con Cristina Fernanda, la hija que murió víctima de feminicidio.

Sonia Salamea convirtió el dolor por el asesinato de su hija en un reto para prevenir los feminicidios y organizar a las familias de las víctimas para que no teman denunciar a los agresores. Ella cree que aún falta para  lograr la igualdad de género en el Ecuador

Como nunca antes hoy se habla, oye y escribe mucho acerca de la igualdad de género, pero a la par se habla, oye y escribe sobre la violencia contra las mujeres y los feminicidios, fenómenos casi cotidianos en ciudades y campos del país.

Marzo, mes de la Mujer, es tiempo para ofrendar con serenatas, flores y regalos –de las profusas promociones comerciales-, a la madre, la esposa, la hija, la novia, la amiga. Pero también para reflexionar sobre las condiciones de la mujer en la vida diaria, en la sociedad y en relación con la Justicia y el Estado.

La frecuencia de los casos de mujeres asesinadas por su condición de género, propicia atender la opinión, el dolor, la protesta y la reacción valiente de una madre con el alma herida por perder fatalmente a un ser al que ella le dio la vida. Es Sonia Salamea Piedra, cuyo pensamiento queda esbozado en el presente espacio y en este mes, mes de la Mujer.

A un año de que Cristina Fernanda fuera muerta a cuchillazos, en la voz y en el rostro de su madre persiste la angustia que acaso le acompañe el resto de la vida, destruida de un momento a otro, a merced de alguien a quien considera un psicópata.

Obstetriz de profesión, precautela desde el vientre materno la salud de las madres y los niños y no se explica por qué a ella, precisamente a ella, le cayó en mala suerte la desgraciada experiencia. “A veces me ha tentado la incredulidad en un dios indiferente ante la angustia que sufren los seres humanos”, dice.

Pero con valentía de mujer y madre, sin sucumbir, luchó con todas sus fuerzas físicas y espirituales para que se le hiciera justicia. Aún más, convocó a mujeres víctimas de violencia para denunciar los casos que no se atrevían, por temor y desconfianza en las leyes y en los jueces. Sonia preside la Red de Familias de Víctimas de Feminicidio (FAVIFE), para prevenir los crímenes contra las mujeres y vigilar los procesos judiciales.

Ella considera que en el Ecuador pese a los avances jurídicos, las mujeres aún siguen indefensas y está lejana la equidad de género para lograr una sociedad mejor. “El Código Orgánico Integral Penal (COIP) necesita reformas para defendernos frente a la agresión sicológica que no deja pruebas y vuelve difícil aplicar sanciones”. Y recuerda un caso reciente en Cuenca: un hombre que se exhibía en actos obscenos ante una niña fue liberado de culpa, porque su abogado probó que no hay una disposición legal aplicable al caso. “Acciones que hieren el alma de la mujer, no el cuerpo, como el acoso, quedan sin sanción: hay confusión en casos cotidianos, si pueden ser agresión o lisonja, sobre los cuales deben puntualizar las leyes”.

La madre con los hijos César y Cristina, en una escena familiar de felicidad y recuerdo.

A María Dolores, Cristina y César, sus hijos, ella ha dado confianza y cuidado para prevenirles de todo riesgo. Recuerda que Cris –nombre familiar de la hija asesinada- aún muy joven, dejó un trabajo por las sospechosas pretensiones del jefe, a quien no aceptó sus mimos e invitaciones. “Todo me lo contaba; yo conocía las cualidades morales y la inocencia de mi hija”, insiste, retomando siempre el tema de la joven que ya no está a su lado. 

El 28 de marzo de 2017 –hace un año-, Cris pidió permiso en el trabajo del Ministerio de la Producción, para ir a matricularse en la carrera de Derecho que había interrumpido tiempo atrás. Inclusive pidió prestado dinero a una compañera para pagar un taxi. “Ya regreso”, dijo en su oficina, pero ya nadie la vería nunca más.

Carlos, compañero en un trabajo anterior, la había esperado, sin que ella supiera, y se ofreció a llevarla, comedimiento que no dudó en aceptarlo. La doctora Salamea ha aprendido a llorar sin lágrimas y cuenta detalles de la historia conmovedora y dolorosa:

“Ella tenía hasta las 18:30 del martes 28 de marzo para matricularse en la sede local de la UTPL y salió media hora antes del trabajo. A las siete de la noche no respondía el teléfono. Yo estaba en Ibarra, y cuando de casa me avisaron todos nos preocupamos, pues Cris informaba siempre si demoraría. A las 21 pusimos en las redes sociales, con su foto, la denuncia de que no aparecía y avisamos a la policía antisecuestros”. 

La historia la sabe de memoria: “Al otro día Carlos fue a su trabajo –una distribuidora farmacéutica donde era repartidor- como si nada supiera. Inclusive estuvo contento y ofreció invitar a los compañeros a almorzar ese día. Pero a poco llegó la policía y lo detuvo, pues sobre él recaían sospechas. En la Fiscalía él confesó la verdad: llevó a Cris a su domicilio y la mató con un corte de cuchillo en el cuello. Aún más, fue con los agentes al puente de Guangarcucho, a 13 kilómetros de Cuenca por la Panamericana Norte, para mostrar el sitio desde el que echó el cadáver al río crecido por varios días de invierno”.

“Una amiga de mi hija –el nombre lo ocultaré siempre- fue la heroína que facilitó descubrir rápidamente el crimen. El 13 de marzo había recibido un mensaje de Cris diciéndole que estaba molesta con Carlos, pues le había hecho propuestas indecentes que jamás aceptaría. La amiga, enterada de la desaparición de Cris, tuvo la valentía de declarar a los investigadores la pista que llevó a capturarlo de inmediato e investigarlo para dar con la verdad”.

   “Las lluvias continuaron y durante ocho días los bomberos, familiares y amigos exploramos el río, hasta que se descubrió un cuerpo humano retenido en las redes colocadas a la altura de Guachapala para impedir que pasaran objetos pesados hacia la presa hidroeléctrica de Paute: ¡Era mi Hija…!”

¿Conocía la madre a Carlos? La señora sigue el relato: “Lo vi una vez, esperando a mi hija. No me miró de frente y nunca olvido esa mirada esquiva. Ahora presumo que es un asesino en serie y acaso mi hija no fue su única víctima: ella le compadecía, pues afirmaba sufrir de abandono familiar e incomprensiones que las confiaba a Cris pidiéndole consejo. Ella tenía una alma buena y seguramente cayó en el engaño: ¿Qué le habrá dicho para llevarla a su domicilio? No pudiendo aprovecharse de ella, la mató. Acaso en el trayecto ya la hirió, pues en el techo interior del carro había sangre salpicada. Yo conocí de otras dos jóvenes con las que él hizo amistad contándoles sus penas, para que lo compadecieran. Pero no quisieron dar testimonios en el proceso judicial”.

“Cris proyectaba casarse en diciembre con Andrei Núñez Sotomayor, quien estuvo siempre a mi lado y de mi familia en la búsqueda dolorosa por el curso del río aguas abajo. También quería, terminada la carrera universitaria, viajar con el esposo a Europa a seguir una especialidad sobre la defensa jurídica en casos de violencia de género”.

El autor del crimen fue condenado en dos instancias judiciales, pero el proceso no ha terminado, pues está en apelación ante la Corte Nacional de Justicia. En la segunda instancia, se le impuso 34 años y ocho meses de prisión y 120 mil dólares de compensación económica a la familia. “Es la primera vez que en Azuay se aplica la máxima sanción por un crimen. El juicio ha sido un año de desgaste –continúa-  y dolor por una herida que no ha de curarse de por vida. Hay un vacío que produce una angustia terrible que no pasa. Ella está fallecida un año pero su ausencia es un sufrimiento igual que en el primer momento”.

Cristina gustaba de los animales y mimaba a Melincha, perrita que la adquirió tierna, diez años atrás, y se enfermó y murió poco antes que ella, causándole mucho sufrimiento, por lo que fue enterrada en un espacio de la casa donde sembró un geranio que hace florecer recuerdos de cosas de trivial rutina que ahora agrandan su importancia: “La perrita –cuenta- dormía con Cris en su cama. Una noche ladró y corrió a la puerta a esperar a la patrona que llegó poco después conduciendo el vehículo cuyo sonido el animalito presintió a la distancia”. Si recibe la compensación económica, entregará un aporte a la fundación de protección canina a la que su hija solía ir, puesta botas de caucho, a colaborar voluntariamente en la limpieza con escobas y chorros de mangueras.

Sonia Salamea ha afrontado con valentía el reto de exigir justicia en el caso de su hija, cuya memoria alienta el esfuerzo que se ha impuesto a través de la Red de Familias Víctimas de Feminicidio, en busca de justicia para las mujeres que han sufrido experiencias duras similares a la suya.

Una marcha de apoyo a la causa de Cristina y contra el abuso de género y el feminicidio.

También cree que a través de los diálogos en la Red que preside, se logra avances que algo dicen de igualdad de género: hay padres que han aprendido a cambiar los pañales de los hijos o a hacer menesteres caseros que se consideraban obligación femenina. Pero en el medio rural falta mucho: “¿Cuándo se ha visto al varón, cargando un hijo a la espalda, mientras realiza las faenas del campo, como lo hacen normalmente las mujeres?”, se pregunta.

Con frecuencia debe atender a madres solteras, a las que da ánimos para afrontar su situación, y aconseja a los familiares que el caso no sea motivo de estigmatización.

Ella está agradecida por el apoyo en la lucha por la causa de Cristina, pero sabe de casos de feminicidio que no llegan a final justo por temor a represalias o por no contar con la solidaridad que ella lo tuvo. “Cuánto riesgo corren las jóvenes que vienen solas de otras partes del Azuay y del país a trabajar o cursar estudios, o las mujeres del extranjero que llegan a disfrutar en nuestros parajes y pueden ser víctimas de depravados y psicópatas a quienes es preciso identificarlos para precautelar la seguridad y la vida”, dice.

Por el mes de la Mujer, organiza foros y casas abiertas, con la participación de las facultades de Jurisprudencia, Medicina, Periodismo, Psicología y el Aula de Derechos Humanos, para tratar sobre el feminicidio y analizar el perfil de los psicópatas según el criterio médico y de la psicopatía dentro del Derecho. El Rector de la universidad, Pablo Vanegas ha comprometido el apoyo para estos eventos importantes en beneficio de la mujer y de la sociedad. Con la terrible experiencia de la hija asesinada, ha descubierto un camino que le ha puesto el destino para cumplir una misión humanitaria en defensa de la vida y los derechos de la mujer. “Ella estará contenta con lo que yo hago”, dice con la serena convicción de la madre que ha aprendido a llorar por dentro, sin el brillo de una lágrima.

 

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