Un escándalo nunca antes visto en la Iglesia de Cuenca, tiene como protagonista a un conocido y hasta hace poco preclaro sacerdote y educador, por denuncias de abusos sexuales, ya suspendido del ejercicio sacerdotal, mientras las instancias judiciales realizan las investigaciones propias del área civil.

El caso conmociona a la población católica y no católica del Ecuador, pese a que no es el único de ahora ni en el pasado, cuando estos episodios eran celosamente encubiertos por las jerarquías y desestimados por la población cegada por temerosas prédicas cristianas. Qué bien que hoy eso no haya ocurrido, pues la Arquidiócesis de Cuenca ha actuado como debía hacerlo por obligación y derecho.

Pero este caso debe también invitar a otras reflexiones sobre la religiosidad y la situación personal del ejercicio sacerdotal, especialmente en cuanto tiene que ver con el celibato, cuya vigencia anacrónica y antinatural hace proclives a los seres humanos que son los religiosos, a ir por lo clandestino y escabroso en su sexualidad.

También debe diferenciarse lo religioso de lo profano en muestras de supuesta religiosidad que más tienen de idolatría que de fe, con peregrinaciones multitudinarias, imágenes multiplicadas en réplicas que recorren pueblos del país y hasta del exterior, acumulando limosnas en procesiones y ceremonias multitudinarias más folclóricas que devocionales.

Mucho habría para hablar de pedofilia, sexualidad y muestras de religiosidad que, en vez de irse adecuando a la realidad de los actuales tiempos, son rezagos de oscuras prácticas que se creía superadas. Toda religión merece respeto, si cumple el papel que le corresponde en la formación, la conducta y la vida de los seres humanos.

 

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233