La vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones) pero nadie va a negar que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos por ejemplo, “que nos aferramos a la vida”, la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer
El tiempo se va. A veces pienso que tendría que vivir apurado, que sacarle el máximo partido a estos años que quedan. Hoy en día, cualquiera puede decirme, después de escudriñar mis arrugas: “Pero si usted todavía es un hombre joven”. Todavía. ¿Cuántos años me quedan de “todavía”? Lo pienso y me entra el apuro, tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando, como si mis venas se hubieran abierto y yo no pudiera detener mi sangre.
Porque la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones) pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos por ejemplo, “que nos aferramos a la vida”, la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer.
Pienso en el placer de leer y escribir a renglón seguido y estoy seguro de que eso es vida. De ahí al apuro, el trágico apuro de estos cincuenta años que me pisan los talones. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿cuántos me quedan de placer? Tenía veinte años y era joven; tenía treinta y era joven; tenía cuarenta y era joven. Ahora tengo cincuenta años y soy todavía joven. Todavía quiere decir: se termina”.
Este fragmento corresponde a la novela La Tregua de Mario Benedetti en donde su personaje principal traza la historia de un hombre que próximo a jubilarse relata en su diario conmovedoras lecciones de vida en medio de una sociedad sumida en la monotonía y en la tristeza y la más profunda soledad. Si la vida es una caja de sorpresas, entonces vivir como cada uno quiere es el mal supremo, pues los placeres sensuales modifican el rostro, arruinan el cuerpo y exponen a los peligros y a la vergüenza.
Se puede renegar el pasado, pero no destruirlo del todo; vuelve a salir aún inconcientemente, en los mismos hombres que vuelven a empezar la vida con el segundo nacimiento de la penitencia. Bajo estas circunstancias las fiestas de los aniversarios, se parecen demasiado a las conmemoraciones y recuerdan demasiado a la muerte, sobre todo cuando la enfermedad se hace presente. Una salud demasiado espléndida es inquietante pues su vecina, la enfermedad, está pronto siempre a abatirla.
En consecuencia estamos frente a una tregua de la vida, o mejor aún, un feliz compromiso entre el miedo de la vida y el terror de la muerte.
LaTtregua es el diario corto de un oficinista. En los intersticios de las entradas aparecen los demás hijos, padres, tíos, compañeros de colegio y de barrio, colegas igualmente decepcionados y decepcionantes, un conjunto o mejor una clase sin norte que en su desaliento incubó el subdesarrollo, que la generación de los sesenta concibió revestido en el lenguaje impetuoso, viril de la transformación que cobro vidas sin plasmar.
El recuento de aflicciones, de malentendidos, dudas sobre la existencia de Dios puestas en el Diario descubre a partir de una crisis personal, descrita con fuerza, con lucidez, la expresión de una crisis colectiva de irrelevancia de un sector de la sociedad, que pone en discusión, incapaz de ir más allá, la religiosidad, los fundamentos de la convivencia.
En resumen diremos que todo aquello que es, en el presente, nos parece obscuro, mezquino insuficiente, inferior, y nos consolamos únicamente pensando que todo este presente no es más que un prefacio, un largo y enojoso prefacio de la bella novela del porvenir.