Lipton, para aminorar el precio, simplificó los pasos de cultivo y, en vez de venderlo al peso, ideó las fundas de té que hoy sumergimos en la taza de agua hirviendo, lo que hace accesible la bebida a todo el mundo

  En los alrededores de ciudades clave de Sri Lanka, como Kandy, se pueden ver extensas plantaciones de té. Por lo que cuentan los comerciantes de este producto, se puede decir que su tradición con el té se la deben en parte a los británicos y, en gran parte, a un hongo.

   Resulta que durante la época en que Gran Bretaña dominó la isla, corrió la noticia de que una planta de té se exhibía en los Jardines Botánicos Reales en las afueras de Kandy. Pero hasta allí llegó la noticia porque los nativos del territorio, entonces conocido como Ceylon, se dedicaban a las plantaciones de canela. Sin embargo, pronto la canela demostró no ser muy rentable para los británicos, que aspiraban a hacerse ricos mediante la exportación de tal producto. Con tal fracaso, los ambiciosos británicos optaron por los cafetales. Todo parecía ir bien porque, además, al ser Sri Lanka una isla, contaban con varios puertos de exportación. Hacia 1869, un hongo causó la devastación de las tres cuartas partes de los cafetales, terminando con las ilusiones británicas puestas en los cafetales.

   Un inglés llamado James Taylor pensó entonces que era la oportunidad perfecta para intentar con el té. En una zona llamada Loolecondera, en las afueras de Kandy, Taylor plantó té y le fue tan bien que para 1872, pudo ya instaurar una fábrica adyacente a la plantación. Como era de esperarse, muchos otros compatriotas copiaron su idea y solamente ocho años después, ya era famoso en Europa el té de Ceylon.

   Adonde uno va por cualquier zona de la isla hoy llamada Sri Lanka, se incluyen en el menú las opciones de té que puede servirse a la mesa. Por supuesto, el té negro es el tradicional y el que hay que probar. Su calidad es famosa aún hoy. Avalado por asociaciones internacionales de té, las cajas de este producto que pueden adquirirse virtualmente en cualquier parte del país, explican los motivos que contribuyen a tan alta calidad. Sri Lanka, cercana a la línea ecuatorial, beneficia las plantaciones con días abrigados y húmedos. También cuenta que las noches pueden ser frías en ciertas épocas del año y las elevaciones en el centro del país son perfectas para los cultivos. Dicen quienes saber catar té que todo esto lleva a que el té negro de Sri Lanka tenga un sabor ligeramente cítrico que puede apreciarse en el paladar segundos después de haber tomado el primer sorbo.

Ahora bien, todos hemos visto en el supermercado la marca de té Lipton. Éste es el apellido de un estadounidense de origen escocés que hizo su fortuna en New York. En 1890, Thomas Lipton hacía un viaje a Australia e hizo escala en Ceylon. De allí, salió con la determinación de vender té en sus tiendas neoyorquinas. El problema era que, por aquel entonces, el té era muy caro y estaba reservado a la alta sociedad europea. Lipton compró cuatro plantaciones y, para aminorar el precio del producto, simplificó los pasos para su cultivo y, en vez de venderlo al peso, ideó las famosas fundas de té que hoy sumergimos en la taza de agua hirviendo sin siquiera pensar que esta idea haría más accesible la bebida a todo el mundo.

Desde la carretera, se ve a hombres, pero sobre todo a mujeres recogiendo las hojas de té, depositándolas rápidamente en canastas o en costales que cargan en la espalda. El trabajo no puede ser fácil porque es cuesta arriba. Además, las hojas se recogen por zonas dependiendo de qué tipo de té quiera empacarse. El que se cultiva en las zonas más altas es el que mejor sabor tiene, según dicen los expertos. Previo al ingreso en la fábrica, las hojas se pesan y se evalúa su forma antes de aprobarse para ser procesadas. A esta tarea ayuda mucho el trabajo de las mujeres porque antes de arrancar una hoja, se aseguran al menos de que la forma sea la correcta. Sin esta tarea harto minuciosa, las autoridades que le ponen el sello del león a las cajas de té para indicar su origen, le negarían a la fábrica ese derecho.

Si bien Sri Lanka es el tercer exportador mundial de té, la economía local se beneficia también de visitas a las casas de té. En otras palabras, hay un tipo de turismo que se desarrolla en la isla especialmente gracias al té. Así el té no sea, como en mi caso, una bebida que se acostumbre más que muy de vez en cuando, vale la pena probar el de Sri Lanka. Esta bebida habrá hecho que los británicos se sientan en casa al beber una taza en Ceylon, a tanta distancia de su añorada Gran Bretaña.

 

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