El activismo universitario es, en realidad, una perversión. Quien quiera ser militante -- y tiene todo el derecho de serlo -- que se inscriba en un partido político. ¿Qué dijeron, las universidades, ante la absurda y arbitraria política de educación superior de Correa? ¡Nada! ¿Qué iba a decir la gran mayoría de ellas? ¿Con qué solvencia académica? ¿Con qué respaldo social?
El 30 de Setiembre del 2017, la Universidad de Cuenca celebró su aniversario 150. Estuvimos. Lo anecdótico: un largo desfile; los inoportunos chaparrones matutinos, que nos mojaron y remojaron; la agradable sorpresa de la presencia de una delegación de ex alumnos colombianos; el encuentro con los compañeros y los alumnos; el recuerdo de varios de ellos, unos y otros, que ya cumplieron sus tareas y partieron; la mención de que fuimos, en 1967, la promoción del centenario; el aprecio manifiesto de la comunidad local a su primera, y ya vieja, alma mater… En fin… Pero, -- más allá de lo formal y lo ocasional -- hay que mirar la trayectoria de la institución. Y, además, tomarla como una muestra de la problemática universitaria del país. A ello.
La fundación de la Universidad de Cuenca, en 1867, fue uno de los hechos más importantes de la historia de la ciudad. Una comunidad aislada y conservadora llegó a tener su academia. Benigno Malo Valdivieso -- el primer rector -- comprendió muy bien lo que eso significaba; y lo supo expresar, con palabras adecuadas y serias y con amplitud de miras. Lentamente y a la par, la ciudad y la institución fueron creciendo: unos veinte mil habitantes más, unas dos facultades más…De este modo, en la década de los cincuenta -- transcurridos ya unos respetables ochenta años -- la universidad tenía sólo seis facultades: Derecho, Medicina (Odontología), Ingeniería, Ciencia Químicas, Filosofía y Letras. En este punto, hay que señalar la competencia y la iniciativa de Carlos Cueva Tamariz: varias fundaciones, contratación de profesores extranjeros, el primer campus, buen manejo administrativo… Sus rectorados constituyeron, sin duda, la mejor época de la institución. El progreso obtenido -- parecía -- iba a continuar en adelante. Pero, por desgracia, pronto, las cosas se deterioraron. Causas locales, nacionales e internacionales, habían estado gestando una crisis profunda y extensa. Y, así, -- prácticamente, sin advertirla -- llegamos al año 1969.
En medio de unos incidentes graves, los estudiantes de la Universidad de Guayaquil, lograron una “conquista”: el libre ingreso (la admisión sin pruebas). El hecho fue, en realidad, una especie de terremoto educativo nacional. De súbito, todo se alteró y se trastornó. La política izquierdista y sectaria invadió los claustros; predominó, y se fue volviendo exclusiva y duradera. En la Universidad de Cuenca, se produjo la irrupción de la denominada “medicina social”; el conflicto de las “guerras médicas”. (Que partió en dos a la Facultad de Medicina y a los profesionales de la salud.) Le siguió otro, en la Facultad de Filosofía; que terminó con la separación del catedrático y político conservador Alejando Serrano Aguilar. (Decano que había creado las primeras especialidades y había agregado los estudios pedagógicos a los humanísticos.) En los ochenta, los fanáticos agitadores echaron, de la Escuela de Educación Física, al deportólogo estadounidense Richard Boroto. (Quién ha hecho mucho por el atletismo y el deporte de Cuenca.) Y, en los noventa, sacaron a Jaime Malo Ordóñez; fundador de la Facultad de Arquitectura. Se importó profesores de la ideología “oficial”; y se hostilizó a algunos locales, calificados de “burgueses”. Los dirigentes estudiantiles no estudiaban; pero aprobaban las materias, con buenas notas… Se rechazó las auténticas reformas académicas. Y, así, bastante más, por el estilo. Ya se había cerrado, sobre la universidad, la larga noche socialista. La Federación de Estudiantes (FEUE) ejercía, a gusto y conveniencia, la autoridad institucional efectiva; detrás de unos títeres, colaboradores o coidearios. (Golpe político: Se pasó de la simple participación gubernativa estudiantil -- venida de la Reforma de Córdoba -- a la dictadura estudiantil ecuatoriana.) Las actividades partidarias -- asambleas, elecciones, celebraciones, manifestaciones -- recortaron las horas de clase y casi eliminaron a las demás tareas académicas: conferencias, seminarios, extensión; ni hablar de la investigación… (Juan Cordero Íñiguez ha calculado que se perdía una de cada tres horas de clase.) Aparecieron, luego, los violentos: provocadores, saboteadores, tirapiedras, quemallantas. (Fenómeno que, con posterioridad, resultó ser un búmeran; que Correa devolvió, de mala manera, a los comunistas “chinos” y a la misma institución.)
Y, en la universidad, se adoctrinaba abiertamente. (En algunas facultades, se dictaba -- con el carácter de asignaturas obligatorias -- el Materialismo Dialéctico y el Materialismo Histórico. Y muchas otras asignaturas tomaron -- por la fuerte onda expansiva de la ideología -- un sesgo de marxismo popularizado.) Curiosamente, nadie dijo que esto atentaba contra la libertad de pensamiento y el laicismo. Y ningún gobierno se preocupó del asunto. Dejaron hacer… (El colmo: Adonde vaya la universidad, irá el país… / O. Hurtado. / ¡La universidad pública como una locomotora social…!) Hemos llamado al fenómeno la “revolución gramsciana”; que se hizo a costa de la ruina académica de la universidad. Así, las instituciones públicas “superiores”-- ya había que entrecomillar el adjetivo -- sentaron, oficiosamente, las bases ideológicas del populismo de izquierda; el que azotaría al país a principios del siglo XXI. Desde el punto de vista académico, el proceso fue una auténtica decadencia: casi cuarenta años de irresponsabilidad y descuido. Y eso explica la actual pobreza de todas las actividades institucionales. (Que reconocen, sobre todo, los profesores que han tenido la oportunidad de estudiar en el exterior y comparar la situación nuestra con la de fuera. Y que niegan, o maquillan, los “comprometidos con el pueblo”…Para abundar: De hecho, sólo diez universidades latinoamericanas constan en el escalafón de las primeras quinientas del mundo; ninguna del Ecuador.) Nótese, por otra parte, contrastando, que una institución privada --la Universidad del Azuay -- pasó, en un cuarto de siglo, de ser casi nada a ser la más requerida y prestigiosa de la ciudad. (En el revés de nuestro argumento, ¿no es, ésta, una prueba contundente del enorme daño que se le hizo a la Universidad de Cuenca?) Las universidades privadas, pues, mal que bien, debieron llenar el vacío académico creado por las públicas.
Notas finales. Una. El eslogan del gran error: LUCHAR Y ESTUDIAR, JUNTO AL PUEBLO, POR LA REVOLUCIÓN… / No se puede hacer, a la vez y bien, las dos cosas. Se excluyen, mutuamente, por la sicología individual y por el tiempo disponible. O se es un militante o se es un estudiante. Y las instituciones, en este impropio dilema, -- parafraseando a Hernán Malo -- o son la sede de la razón o son la sede del activismo. (El activismo universitario es, en realidad, una perversión. Quien quiera ser militante -- y tiene todo el derecho de serlo -- que se inscriba en un partido político.) Dos. ¿Qué dijeron, las universidades, ante la absurda y arbitraria política de educación superior de Correa? ¡Nada! ¿Qué iba a decir la gran mayoría de ellas? ¿Con qué solvencia académica? ¿Con qué respaldo social? Tres. La Universidad de Cuenca, al momento, ha perdido su exclusividad y su preeminencia. Es, en la ciudad, una de las varias. Ni siquiera es la primera entre sus pares… Sólo le queda una competencia limitada y disminuida y un prestigio residual. Aparte de la Universidad del Azuay, la Politécnica Salesiana y la Universidad Particular de Loja ya pueden mostrar, también, algo suyo bien ganado. Cuatro. Vivimos tiempos nuevos, complicados y difíciles. Si no hay una auténtica reforma de estructuras, -- y unos cambios radicales en las prácticas académicas -- el porvenir de la Universidad de Cuenca será más bien grisáceo u oscuro… Y, así, una pequeña gloria habrá pasado definitivamente: la de aquella academia que fue, un día, buena y prometedora; y dejó de serlo… Cinco. Que no falte el toque de optimismo. El futuro -- a propósito, recordémoslo -- no se espera; se prepara… Y quién sabe si -- pasada la molesta transición que vivimos -- algunos académicos, competentes y esforzados, puedan poner, a nuestra institución, otra vez, en el buen camino de anteayer.