La intolerancia, desenfrenada y difundida, sigue ganando terreno. El fanatismo religioso ha invadido grandes países. Los paladines de la xenofobia junto con el salvajismo ciego del terrorismo, el nuevo y moderno jinete del apocalipsis, es la calamidad que horroriza, amenaza y golpea al mundo y hace daño a la sociedad

Tantos problemas dramáticamente relacionados entre sí inducen a presagiar que la situación del mundo no es una mera crisis del progreso que afecta a toda la humanidad y provoca rupturas por doquier, sino que ese estado violento – en el que se enfrentan las fuerzas de la muerte y de la vida – que se conoce con el nombre de agonía hace crujir las ilusiones de la Tierra como patria común. Aunque solidarios, seguimos siendo enemigos unos de otros, y el desencadenamiento de los odios por motivos raciales, religiosos o ideológicos y la pobreza extrema siguen provocando guerras, torturas, matanzas, terrorismo y menosprecio en medio de miles de víctimas inocentes generando divisiones entre los individuos y los pueblos. ¡La paz parece, a veces, una meta verdaderamente inalcanzable! En un clima hostil por la indiferencia y envenenado frecuentemente por el odio, ¿cómo esperar que venga una era de paz, que sólo los sentimientos de solidaridad y amor pueden hacer posible?.

   La humanidad a decir de Edgar Morín no logra dar a luz a la Humanidad. No sabemos aún si es la agonía de un mundo viejo, anunciadora de otro nacimiento, o si es una letanía de la muerte.

   Estamos viviendo a la vez la crisis del pasado y la crisis del futuro, la del devenir cada vez más grave que plantean la urbanización del mundo, los desórdenes económicos y demográficos, el crecimiento geométrico de la pobreza y la destrucción del medio ambiente junto con la crisis moral y la desmoralización de la familia.

   Son numerosos los pueblos y las sociedades cuya inestabilidad política y social puede conducir a terribles enfrentamientos. Cada día se acentúan las desigualdades entre los sectores privilegiados y los más desamparados de la sociedad. Con demasiada frecuencia los derechos humanos y las libertades fundamentales son escarnecidos, la educación no cumple su función de preparar a los jóvenes para enrolarse en los sectores de la producción, la atención de salud deja fuera de su beneficio a millones de personas, la justicia sigue al servicio del rico y del poderoso en tanto la corrupción es sólida e invencible.

   Fomentar la tolerancia ha sido siempre una ardua tarea, pero hoy día el panorama parece particularmente sombrío. Desde los medios de destrucción colosales de la energía nuclear que poseen los Estados hasta el aterrador arsenal fabricado por grupos de fanáticos, disponemos por poco que se dé rienda suelta a la intolerancia, de una capacidad sin precedentes de eliminarnos unos a otros.

   En efecto, la intolerancia, desenfrenada y ya muy difundida, sigue ganando terreno. El fanatismo religioso ha invadido grandes países. Los paladines de la xenofobia junto con el salvajismo ciego del terrorismo, el nuevo y moderno jinete del apocalipsis, es el temor y la calamidad que horroriza, amenaza y golpea al mundo y hace daño a la sociedad civil.

   Las armas nucleares amenazan con destruir no solo todo lo que ha venido creando la civilización a lo largo de los siglos, sino la propia vida en la Tierra. El solo ejemplo histórico de la trágica devastación de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, nos da la voz de alarma en torno a este fenómeno preocupante y el actual comportamiento de Corea del Norte empeñado en desarrollar onerosos experimentos de artefactos nucleares bélicos mientras las grandes potencias, en especial EEUU y su inquilino de la Casa Blanca con su desdén y polémico autoritarismo siguen pidiendo la intervención de la Organización de las Naciones Unidas para frenar la amenaza del dictador coreano y sentar las bases de un “equilibrio del terror “.

¡Qué ideas sombrías y pesimistas¡ ¿Qué cabe esperar? Dar a la paz un contenido preventivo, constructivo. Hacer que la guerra sea inútil. Y para eso hay que instaurar la paz en las mentes y en los corazones, en los proyectos personales y colectivos, en los acuerdos internacionales. Sobre esa urgencia debe reflexionar la humanidad – léase mandatarios, líderes religiosos, grupos sediciosos y cada colectividad para cambiar la vieja cultura de la guerra a una nueva y cada vez más clamorosa cultura de la paz.

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