La Habana fue el París del Caribe; ahora es la Tegucigalpa del Caribe.
Tomás Gutiérrez Alea, en la película MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO
El país caribeño despertó siempre bastante simpatía internacional: su música, sus playas, su gente comunicativa y alegre; lo más audible, visible y apreciable que tiene. Y éramos jóvenes en los días de la guerrilla de Sierra Maestra; y, por ello, podemos acordarnos, a propósito, de buena cantidad de detalles de la época
Ningún gato tiene siete vidas. Pero – mucho más allá de lo gatuno, en la sociedad humana— hay cosas que sí las tienen: ciertos mitos, ciertos errores, ciertas mentiras. Un buen ejemplo. Todavía quedan, por ahí, unos dogmáticos que creen que el futuro de la humanidad se está preparando en Cuba. Y --como el dogmatismo es atrevido – ellos, además, suelen considerarse intelectual y moralmente superiores a esos lamentables tipos a los que llaman burgueses o liberales; cuando no fachos o reaccionarios. La verdad triste, sin embargo, -- la que ellos niegan -- es que, a partir de 1959, La Isla se fue destruyendo a sí misma; e influyó, de manera muy negativa, en América Latina y, hasta, en África. Sin el pesado lastre ideológico del izquierdismo y el populismo, es posible que nuestra región se hubiera ido acercando, más o menos paulatinamente, al desarrollo. Y eso habría sido lo mejor para todos los países. Por lo dicho, bueno sería que los estudiosos analizaran, con rigor, el proceso antillano. Aprenderíamos, corregiríamos… Y – para empezar la tarea de manera oficiosa -- pongamos, nosotros, un granito de arena. Adelante.
Cuba despertó siempre bastante simpatía internacional: su música, sus playas, su gente comunicativa y alegre; lo más audible, visible y apreciable que tiene. (Las notas dulces de LA PALOMA, de Yradier, se asocian, por alguna olvidada razón, con nuestras infantiles y primeras lecturas sobre la isla.) Y éramos jóvenes en los días de la guerrilla de Sierra Maestra; y, por ello, podemos acordarnos, a propósito, de buena cantidad de detalles de la época. Unos pocos, al azar: Las radios trasmitían el melodrama EL DERECHO DE NACER, de Félix B. Caignet; en el bachillerato, de entonces, se estudiaba el Álgebra en LOS ELEMENTOS…, de Aurelio Baldor; la SONORA MATANCERA, y su cantor Leo Marini, estaban en la música de moda; en las peluquerías, se podía leer las revistas BOHEMIA y CARTELES. (Periodismo destacable, cuando no había, en el Ecuador, nada parecido. En una nota de la primera de éstas, leímos la reseña de LA NUEVA CLASE, de Milovan Djilas. Ya se avizoraban, a lo lejos, las gruesas fallas del Socialismo Real.) Cuba recibía inmigrantes europeos. Y era -- en lo económico, en el escalafón de la prosperidad – nada menos que la segunda economía de América Latina, sólo detrás de la Argentina. Botones de muestra. Había más. En fin, queremos decir que La Isla era – a pesar de su pequeño tamaño y de las varias deficiencias democráticas y sociales – un país importante e influyente. Y, luego, ¿qué pasó?
Pues, llegó Fidel. Y, literalmente, partió en dos a la historia y a la gente de Cuba. Pocas veces las palabras antes y después han sido tan significativas. Con las nacionalizaciones y la estatización, la gente se fue: clase media, balseros, marielitos… La diáspora cubana. (Ganancia de recursos humanos, sobre todo para los Estados Unidos; gravísima pérdida para La Isla.) Había, pues, que remplazar la antigua y exitosa clase dirigente con otra nueva e improvisada. Tarea difícil y enorme; que se hizo y no se hizo… (Porque se estableció pronto una nueva clase de burócratas y militares; consolidada después del fusilamiento del general Arnaldo Ochoa; luchador de las campañas africanas y, presumiblemente, un peligro para el dominio vitalicio del Líder Máximo. Se compró así, con privilegios, la interesada lealtad de los uniformados… Agregado oportuno: Cualquier parecido con lo que, después, hizo Chávez, en Venezuela, es muy explicable.) Resultados sociales internos: rutina, dejadez, pobreza, desmoralización, desesperanza… En los Estados Unidos, en cambio, los cubanos prosperaban y se destacaban: eran empresarios, comerciantes, profesionales, profesores universitarios… (La comunidad latina más importante y rica del País del Norte.) Ted Cruz y Marco Rubio – hijos de inmigrantes cubanos – son hoy dos presidenciables de allí. Nada menos… Y la gente de esta diáspora ya no regresará. Han crecido afuera dos generaciones; que, culturalmente, ya no son cubanas; demasiado tarde, pues, para volver. Desgracia completa. Pero, aún así, no faltó quien considerara positiva la ruptura: Rafael Correa aludió a ella. Dijo que su revolución había sido más difícil que la isleña; porque, por desgracia, la burguesía ecuatoriana se había quedado en el país. ¿Qué tal?
Y la economía cubana se tornó inviable. La ilusión productiva del Che Guevara nunca se concretó. Al contrario: Industria escasa, agricultura retrocedente, turismo disminuido, falta de energía… Y, ante el rotundo fracaso, la URSS debió pagar el precio de su vitrina caribeña: la friolera de un millón de dólares diarios. Escapismo ideológico: El Imperio – con su inhumano “bloqueo”; en realidad, un embargo limitado – tenía la culpa de las calamidades cubanas… La URSS se cae en 1991. Cortado, en 1992, el aporte de dólares. El PIB desciende bruscamente a la mitad. Se inicia el “Período Especial”; es decir, en castellano común, la miseria. ¿El fondo del pozo? ¡No, señor! De pronto, ocurre un milagro revolucionario: Al otro lado del mar, surge el comandante Chávez, portando el maná del petróleo venezolano. A cambio, triquiñuelas económicas: cubanos que se hacen cargo de la colaboración educativa, la ayuda militar, la capacitación de cuadros, el asesoramiento, el espionaje… Pero, ahora, ya ni esto alcanza. Carlos Castañeda – un mexicano, especialista en asuntos cubanos – sostiene que la situación se pone peor que nunca. Entre otras, por dos razones. Una, Venezuela se sigue empobreciendo; dos, ya no existe la válvula de escape de la emigración a los Estados Unidos. En esas, estamos.
¿Y cuál es la clave de la desgracia? Pues, el odio que divide y arruina: revolución, lucha de clases, imperialistas, “gusanos”, alcahuetes y cipayos… El maniqueísmo en su plenitud. Una buena democracia pudo haber castigado, merecidamente, a Batista y sus criminales. (No se entiende bien por qué los revolucionarios le permitieron al dictador vivir tranquilo, en Portugal y España, con su mal habida fortuna. Nunca pidieron su captura… Se ensañaron con sus esbirros y perdonaron al jefe, el sargento golpista.) Y, así, los sumarios y numerosos fusilamientos del fuerte La Cabaña – al mando de El Che Guevara – mancharon muy pronto las manos de los triunfadores de la Sierra Maestra. En ese momento, comenzó el odio. Siguió cuando el mismo Che, en un foro de las Naciones Unidas, dijo que se fusilaría a todos cuantos hiciera falta… ¿No era perfectamente explicable, entonces, que, en la diáspora de la Florida, naciera un anticastrismo visceral? Y el broche de oro lo puso Luis Posada Carriles, con su aberrada obsesión de asesinarle a Fidel Castro. A propósito, José Martí – el héroe nacional cubano – afirmó que sólo hay dos clases de hombres: los que aman y construyen y los que odian y destruyen. (Curiosas palabras; para ser expresadas por un intelectual comprometido netamente con el bando independista y capaz de guerrear por éste… ¿En cuál de los dos grupos se podría haber incluido él mismo?) Bueno… En todo caso, sus aprovechados alumnos – los revolucionarios – están en el segundo. Y, con la dinamita del odio, hicieron volar a su país. La Cuba de la promesa de anteayer nunca se hizo; y, desde luego, ya nunca, en adelante, podrá hacerse.