Si hay que hacer mucha propaganda de algo, esa propaganda debe ser seguramente necesaria.
                                                                   Richard C. Smolik

 

Un buen pensante llegará a comprender que los humanos somos casi nada: una insignificante porción de polvo cósmico. Y que el Universo o los universos -- con sus múltiples inicios y mutaciones  -- han existido, existen y, quizás, existirán por siempre. ¿No era, ciertamente, algo como esto lo que el recién desaparecido Stephen Hawking y otros grandes de la ciencia y el pensamiento querían decirnos?  

Años cincuenta. Una penosa escena de nuestra lejana juventud. Un predicador protestante habla, a unas pocas personas, en un lugar del Parque Calderón. De pronto, un grupo de católicos fanáticos irrumpe allí a gritos; y empieza a apedrearlo. A la carrera, el pobre hombre logra huir. Recordando el incidente, nosotros pensábamos: ¿Uno y otros no eran cristianos? ¿Y no es el Cristianismo la religión del amor? En fin... La mayoría de la gente no es racional; y es, a veces, cruda y perversamente visceral. / Muy reciente.  ¿No están llegando nuestras sociedades a eso que llaman el control o la colonización de las mentes? ( Mediante noticias falsas, bulos, rumores, posverdades, desinformación...) / ¿Y qué tienen en común los dos hechos? Pues, que tocan aquello que la gente cree; es decir, aquello que considera firme o definitivo. De otra forma: algo muy diferente de lo inestable y lo provisional. (Lo que la misma sopesa, considera o piensa. Nótese, de paso, que en la base del pensamiento está la duda.) Y, claro, la duda, la incertidumbre, son lo contrario de la creencia. Y, en este preciso punto, nos encontramos con el adoctrinamiento y la educación.

Observación básica: Toda educación comienza con un acto dictatorial; con una imposición. Y ésta, por supuesto, es, monda y lirondamente, un adoctrinamiento. Bien a propósito, una pregunta: ¿Por qué la mayoría de los  ecuatorianos somos católicos? Pues, por la simple razón de que nacimos en un país católico. (Quien nace en la Arabia Saudita, será, por lo mismo, musulmán.) Ergo: Son imposiciones  inevitables. Y lo son por el hecho de que el educando inicial no tiene ni informaciones, ni criterios. Los irá adquiriendo con el tiempo. Y entonces, recién entonces, podrá, autónomamente, informarse y discernir. (Adviértase: Los dos verbos expresan lo esencial de la educación.)  Consecuencia de lo anterior: Lo que nos enseñan no es tan importante. Si lo es, en cambio y mucho, lo que nosotros mismos, finalmente, aceptamos e incorporamos como propio. De manera gráfica: ese material que ponemos en nuestras cabezas. Por eso, se suele decir que nuestras cabezas nos forman y nos desarrollan; o que somos, muy literalmente, lo que en ellas tenemos. Y que las personas más educadas son aquellas que -- partiendo de la común ignorancia -- llegaron a la sabiduría. La educación, pues, vista así, será una larga marcha mental; o el continuo e incesante aprendizaje de la vida.

Y, ahora, ejemplifiquemos. Hay dos clases de personas: las creyentes y las pensantes. El extremo o colmo de las primeras es la credulidad. El de las segundas, el escepticismo radical. Vamos con las primeras. Un chico nació entre católicos y lo hicieron católico. Al terminar su escuela, ya había asimilado el catolicismo básico y, talvez, se había vuelto practicante. Siguió aprendiendo su religión en la secundaria. Al terminarla, le habrán surgido quizás algunas dudas; pero él continuaba dentro de sus carriles cristianos. Y, de tal forma, si las dudas se fortalecían, podría haber derivado hacia una de las sectas protestantes. Y, allí, podría haberse quedado. Evolución terminada. Otro chico, de las mismas características, -- pero con inquietudes sociales -- pudo llegar a ser un cristiano de izquierda. Un tercero, del mismo grupo, se volvió materialista y comunista. Es decir, derivó hacia una seudorreligión, una especie de fe laica. Y allí se quedó; ya llegó, él también, a tener su cosmovisión. (Una grande y general creencia, que estabiliza la mente y tranquiliza la conciencia.) Más aún: Sería explicable que, con el tiempo, las creencias de los tres se fueran endureciendo; y, hasta, se volvieran inconmovibles. Ya se blindaron. En adelante, ya sólo podrán ver lo que quieran ver; lo que no contradiga lo suyo... Y, entonces, ya se les podría aplicar el respectivo y tosco dicho popular: En la cabeza de la mula vieja, no entra ni la bala.

Las pensantes, en cambio, captaron, al madurar, el valor intelectual de la duda; y no sólo de la simple, sino, también de la metódica. (Y, al respecto, otra vez, Borges dijo algo muy adecuado: La duda es uno de los nombres de la inteligencia...) Y, aquí, viene al punto, el ejemplo notable de otro escritor: Vargas Llosa. A los veinte años, leía a Sartre y a los existencialistas. Reflexiones van y vienen... Paso esperable, por ser la tendencia de muchos jóvenes de entonces: Abandonó el catolicismo recibido y se hizo comunista. Por un tiempito... En cierto momento, los defectos del socialismo, teórico y real, fueron demasiados, para su entendimiento y su crítica. Y ya estaba leyendo a Ortega y Gasset, a Camus, a Arón... Más tarde, leería a Popper, a Von Hayek... Las argumentaciones de todos ellos, le hicieron comprender el valor de una ideología -- valga la redundancia -- no ideológica: el liberalismo. (Hay quienes sostienen que el liberalismo, realmente, no es una  ideología. En lo básico, -- dicen -- sería, más bien, una actitud y una conducta personales; además, de una forma de convivencia civil.)  Siguió adelante, con un liberalismo cada vez más inteligente y refinado. Y, en los últimos años, hasta, llegó a señalar el valor relativamente instrumental de las ideas: Éstas sólo servirían para comprender la realidad y para aproximarnos a la verdad. Sobreestimarlas -- atribuirles una entidad  propia -- es dañino y  peligroso... No hay,  pues,  que vivir para las ideas; y menos, mucho menos aún, morir por ellas. Eso queda, lamentablemente,  para los creyentes. Ojo: Lo dicho no significa que no debamos tener propósitos, principios e ideales. Ni que vivamos en la indecisión y la pusilanimidad. Un ejecutivo -- por ejemplo --  debe conocerse bien a sí mismo, conocer sus circunstancias, entender los problemas y actuar oportunamente. Duda y decisión, por lo tanto, no se contraponen. Cada cosa en su lugar.
Terminemos. Un buen pensante, llegará a comprender, a la final, que los humanos somos casi nada: una insignificante porción de polvo cósmico. Y que el Universo o los universos -- con sus múltiples inicios y mutaciones  -- han existido, existen y, quizás, existirán por siempre. Es, sencilla y grandiosamente, lo que hay... Lo único que hay. Y ¿puede la mente humana comprender cabalmente tal infinitud y tal eternidad? ¿Tiene sentido hablar aquí de causas, de dioses y de creaciones?  Al hacerlo, ¿no estaremos sólo manifestando nuestra ingenuidad, nuestro atrevimiento y nuestra vanidad? ¿O, al contrario, sí puede lo máximo integral mostrarse en lo mínimo absoluto? ¿Son, éstas, talvez, las últimas y más lejanas dudas? ¿Y, también, en la misma forma, las dudas mayores, supremas y concluyentes? ¿Y no era, ciertamente, algo como esto lo que el recién desaparecido Stephen Hawking -- y, con él, otros grandes de la ciencia y el pensamiento -- querían decirnos?

 

 

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