Su sola invocación reclama propósitos y soluciones transparentes y casi siempre favorables para quienes están dispuestos a ofrecer salidas en busca de objetivos colectivos. La crisis es, en este sentido, un término grato
Locos términos se usan con más frecuencia en el lenguaje político cotidiano que el de crisis. Y quizá ninguno goza de mayor fama. Aludimos constantemente a la situación de la sociedad y del individuo desde planos muy diversos y para propósitos similares, pero siempre como una advertencia de incluir nuevas soluciones y perspectivas. Se invoca la participación de los ciudadanos, de las agrupaciones sociales, de la sociedad en su conjunto, para dirimir problemas específicos, para encontrar soluciones comunes o para hacer confluir voluntades dispersas ante una realidad común. Es una invocación democrática clamorosa que resulta prácticamente menos que imposible imaginar un mal uso de la palabra.
Sin embargo, también es una palabra demasiado amplia como para tratar de abarcar todas sus connotaciones posibles en una sola definición. Según el diccionario del uso del español de María Moliner, significa pasar por una situación momentáneamente mala o difícil de una persona, una empresa, un asunto, etc. De ahí que los diccionarios nos anuncien que sus sinónimos sean riesgo, peligro, angustia, malestar, insolvencia, aprieto; pero crisis también quiere decir cambio, mutación, vicisitud, transformación…
En los análisis sociológicos, la crisis es fuente de incertidumbre y dubitación y se la define como “toda interrupción del curso regular previsible de los acontecimientos”. Desde el punto de vista de bienestar social las crisis constituyen factores relevantes de cambio, impiden la esclerosis de las instituciones y de las sociedades, posibilitando la creatividad y la transformación innovadora.
La palabra crisis en Ecuador y su manejo político han marcado el curso de nuestro acontecer cotidiano bajo una falsa creencia social de que no pasa nada grave, de que el problema es parcial, efímero, controlable. Esto se dice por ignorancia, por pereza mental o por intereses partidarios vinculados con el gobierno de turno. El discurso político sobre la crisis económica, social, política de conciencia y de valores ha sido abordado parcialmente o sectorialmente de manera apresurada y no como problema social- estructural sin fomentar la reflexión y el debate sobre sus causas y posibles soluciones.
La palabra crisis ha sido empleada para calificar situaciones: la sociedad en crisis, la familia en crisis, las instituciones en crisis, la salud y la educación en crisis… Hoy en día también para calificar al hombre y a las instituciones que ha creado y que siendo identificadas a lo largo de la historia no han podido ser enfrentados y peor resueltos. Las crisis tienen aspectos medulares y estructurales que se irradian en todas direcciones, se manifiestan de distinta manera e impactan a los grupos más débiles de la sociedad cuando se trata de una crisis económica, por ejemplo.
El discurso político sobre la crisis no admite un análisis simplista como el que hemos vivido a lo largo de la última década en medio de alucinaciones autoritarias, revoluciones y caudillismos corruptos que con su presencia casi omnímoda hicieron de la crisis un festín de tensiones y confrontaciones con amplios sectores de la sociedad civil.
De esos y muchos otros conflictos uno quisiera saber que se resuelven o están en vías de solución, pero no, ni pensarlo; una gran mayoría de los asuntos que agobian a la sociedad ecuatoriana ni siquiera han sido enunciados. No se conocen, y si acaso algo de eso se llega a saber, lo conocido resulta insuficiente, distorsionado y distante, como si nada de todas las crisis tuvieran algo que ver con todos y cada uno de los ecuatorianos.
¿ Cuál es el legado de la crisis después de Correa?. En principio se creyó se trataba de un mecanismo para afrontar el trance sucesorio. Ha ocurrido al revés. Las palabras y el estilo de Moreno han sido de mesura. No estamos ante un Gabinete maniatado. Ahora lo correcto y lo obligado de cara al porvenir consiste en enfrentar las crisis no resueltas. En esto hay mucho de ideal y hasta utópico, pero creemos es posible lograrlo con voluntad política.