¿Cómo bajar la cabeza ante la corrupción indiscriminada de los que pretenden justificar viles acciones por objetivos políticos? Los que hemos apostado a la transformación exigiremos ya no gestos, sino resoluciones contundentes: cárcel para los culpables, y lo más importante, plazos perentorios para que devuelvan la plata

Hay palabras cuya cotidianidad acepta y enfrenta. Están cargadas de un resentimiento visceral. El Diccionario de la Lengua Española le asigna a esta gruesa palabra varias acepciones: … suciedad o porquería que se pega a otra cosa, “cosa sin valor o mal hecha”, “persona sin cualidades ni méritos”, “hecho o situación que repugnan, como la existencia de vicios o delitos”. “Expresan contrariedad o indignación”. Todas nos sirven para referirnos al escandaloso bochorno provocado por la peste de la corrupción que azota al Ecuador. Las cifras de la impudicia son abrumadoras, demoledoras con los políticos, los partidos e instituciones, mientras la ciudadanía se siente desarmada ante tanto latrocinio y abuso que vemos, que palpamos, que sentimos y que nos tiene morbosamente embobados esperando que pase la neblina del secreto para identificar a los centenares de ladrones de cuello blanco que le han robado al pueblo ecuatoriano y que han querido “llevarse el Ecuador” como un botín mal habido en menos de una década. ¡ Desgraciados ¡.

Caca agravada, en primer término porque el Vicepresidente del Ecuador era ( ¿o es? ) nada menos que el segundo hombre del régimen. No estamos hablando de cualquier funcionario golondrina que se escondía en autos con vidrios oscuros. Estamos hablando de un hombre que manejó los sectores estratégicos del Ecuador en medio de una inmensa caja negra de coimas y “diezmos”, de las andanzas de un poderoso, de sumas millonarias, clanes, parientes tragándose documentos con información incriminatoria, de vinculaciones transversales al arco de las empresas estatales y su alegre manejo ahora en proceso de investigación, indagaciones previas y diligencias judiciales a cargo de los organismos de control del Estado, todo en medio de un juego de sombras. Mierda en todas sus gamas, pero mierda al final.

Corrupción como siempre y desde siempre, dirán los ciudadanos indignados, hartos de seguir haciendo esfuerzos supremos y peripecias para alcanzar un salario mínimo para llenar la olla, o un ingreso extra para completar la renta del día. Pero no, digámoslo con todas sus letras: corrupción vergonzosa, lisa y llana, prima hermana de la inoperancia y la impunidad, que no se puede tapar con la ideología del discurso o la diatriba contra la diaria denuncia. Esta vez, el discurso, la doctrina de la Revolución Ciudadana, la mentira y las declaraciones de inocencia suenan vacías y cínicas.

Martin Lutero, el severo doctor del protestantismo, decía que el mentiroso es peor que el asesino porque es un falso maestro que decepciona al pueblo, lo seduce y lo destruye. Enséñame un mentiroso y te mostraré un ladrón, decía con no menos rigor Thomas Adams.

En medio de este fango, la decisión del presidente Moreno de dejarle sin funciones al vicepresidente ha sido valorada por propios y extraños. De acuerdo, pero coincidimos en que, ante la magnitud de los hechos, la medida es lo mínimo que se pudo haber hecho, así como estamos seguros que la Fiscalía no soltará a los peces gordos entre ex ministros, ex gerentes, autoridades y prófugos que prolongan la lista de impudicias y atracos a la patria boba.

Caer en la resignación es suicidarse. ¿Cómo bajar la cabeza ante la corrupción indiscriminada de los que pretenden justificar tan viles acciones por objetivos políticos?. Los que hemos apostado a la transformación, exigiremos ya no gestos, sino acciones y resoluciones contundentes: cárcel para los culpables, y lo más importante, plazos perentorios para que devuelvan la plata.

Si desde la Asamblea Nacional y los organismos de control del Estado están pensando en diluir el escándalo progresivamente, o revolver el escenario, esperando que el ventilador y la mierda salpiquen a todos, mermando su responsabilidad están cometiendo un gravísimo e imperdonable error.

Estaremos en vigilia para ver si esta vez, desde el poder, sobrevive algo de consistencia ética para reclamar que la impunidad se torne en castigo, en lo judicial y en lo político; para confirmar si los actores del pregonado cambio están a la altura de las circunstancias históricas.

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