Hubo quienes usaron hasta las ventanas más altas de los edificios aledaños para ser lanzados hacia el otro lado con la ayuda de varias personas. Entre los más insólitos escapes se encuentra el de meterse en el interior de un altoparlante o camuflarse entre el motor de un coche
Viajemos en el tiempo a agosto de 1961 en Alemania: el famoso muro de Berlín divide a la ciudad. Un habitante de la entonces Alemania Occidental va con frecuencia a expresar su protesta pacífica en contra de la división. Ha pasado un año desde que el muro fue levantado: es octubre de 1962. En esta fecha, ese visionario ciudadano inaugura el ‘Museo del Muro’ junto al puesto de control más estricto: Checkpoint Charlie. Detengámonos en este hecho por un instante: no hizo falta que transcurrieran décadas ni que cayera primero el muro para comenzar a documentar este hecho histórico. Esto es excepcional puesto que lo común es fundar museos cuando los hechos ya han pasado. Aquí, el museo se hace conforme los hechos suceden.

Este acto digno de admiración se lo debe hoy Alemania al Doctor Rainer Hildebrandt, ese visionario de los derechos humanos que venimos refiriendo. La idea era documentar en un pequeño espacio los hechos que se suscitaban a diario en el puesto de control. Sin duda, había altercados verbales entre guardias y ciudadanos que trataban de cruzar. Cuando la situación se ponía difícil, había disparos, sangre, dolor, pérdida.

Pero no todo era derrota para quienes intentaban cruzar hacia Alemania Occidental. De este lado de la amurallada ciudad, había ciudadanos que trabajaban desde los edificios aledaños al puesto de control. Lo hacían voluntariamente y sin esperar nada a cambio, con la sola misión de ayudar a cruzar a quienes lo desearan, burlando los estrictos controles. El Museo del Muro es prueba de que las personas se las ingenian como sea cuando buscan un objetivo. El museo guarda un globo de aire caliente que sirvió de medio de transporte para cruzar, así como coches con compartimentos secretos donde se escondía la gente, y hasta un mini-submarino que habría transportado a alguien dentro a través del Mar Báltico. Todos estos intentos, según cuenta el museo, fueron exitosos. De ahí que sus protagonistas hubiesen donado al museo más tarde los artefactos que les sirvieron.

Quizá lo más impactante resultan las representaciones de los escapes más insólitos: en una maleta con doble fondo, en una posición absolutamente incómoda y nada recomendable para claustrofóbicos. Hubo quienes usaron hasta las ventanas más altas de los edificios aledaños para ser lanzados hacia el otro lado con la ayuda de varias personas. Entre los más insólitos escapes se encuentra el de meterse en el interior de un altoparlante o camuflarse entre el motor de un coche. De entre los más pacientes y trabajosos escapes, están los que se hacían a través de túneles.

Una persona escondida en un alto parlante, acomodada dificultosamente, para pasar el muro. En la página anterior, foto superior, escondido junto al motor de un automóvil, una persona se arriesga al peligroso paso.

Por supuesto, el museo cuenta también con una amplia colección de documentos falsos que lograron pasar el control de los guardias. Quizá este tipo de escape era más factible porque no hacía falta hacer contorsiones para caber en maletas, compartimentos de un Volkswagen, o en baúles con doble fondo. Sin embargo, el riesgo resulta igual porque, de ser sorprendidas con documentos falsos, a las personas les esperaban largos arrestos en el mejor de los casos, cuando la muerte por acribillamiento no se producía ipso facto.

Aparte, el museo tiene una exhibición que es sin duda el mejor homenaje a su fundador: la documentación permanente de cómo se manejan a nivel mundial los derechos humanos. El mensaje principal de la exhibición es que las luchas por los derechos humanos se ganan mejor si se las hace de manera pacífica, si es posible hasta humorística, pero nunca mediante la violencia. Esta filosofía movió al Dr. Hildebrandt hasta su muerte, pues la ejerció apoyando a causas mundiales desde su espacio museístico.

En un cuarto adyacente y perteneciente al museo que documenta las historias de escape, el visitante puede adquirir a precios nada cómodos un pedazo del muro de Berlín. Los hay en distintos colores, tamaños, y hay hasta grandes porciones con grafiti. No obstante, quienes luchan a nivel mundial por los derechos humanos a través de acciones efectivas y pacíficas, probablemente encuentran tediosa la idea de guardar un pedazo del muro, símbolo del atropello a los derechos humanos. Más bien, esas personas pueden bien merecerse cualquier año la ‘Medalla Dr. Rainer Hildebrandt’, premio internacional de reconocimiento por la lucha activista en pro de estos derechos tan vulnerados a diario y a nivel mundial.

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