El lenguaje político ha descendido al punto de llamar tongo a la confabulación (en la cancha deportiva, se habla de tongo cuando un contendiente se deja ganar por razones ajenas al deporte)
Parecía haber llegado el momento de poner punto final al tema sobre el manejo descuidado del idioma. Pero al sentarnos a escribir esta columna escuchamos al presentador de un programa norteamericano de televisión en español acerca de la futura influencia de los robots en nuestras vidas. “Ellos –concluyó, refiriéndose a los artilugios- pueden pensar por sí mismos y tomar decisiones que saben que nos satisfagarán”.
El interés de aquella aseveración no radicaba en el futuro venturoso que la tecnología les depara a los robots, sino en el futuro por demás desventurado del verbo satisfacer al final de la expresión. Así que, tratándose además de un vocablo tortuosamente pronunciado, es oportuno recomendar a los presentadores de cualquier nivel la práctica de conjugarlo en todos los tiempos verbales anteponiendo “satis” (suficiente, en latín) al verbo hacer, y colocando “f” en lugar de “h”: hago, satisfago; hizo, satisfizo; haré, satisfaré, etc. Por supuesto, un error generalizado en el trato ordinario es el del futuro “satisfacerán”; pero darse la vuelta por el subjuntivo para desde allí anclarse en el futuro, como lo ha hecho el presentador, es una pirueta mental no digna de emulación.
Volviendo ahora la atención hacia el entorno nacional, hay palabras que ofrecen dificultad a los presentadores y a los analistas políticos; por ejemplo, el verbo “sugerir” en el presente subjuntivo, el perfecto simple y el gerundio. Si nos asalta la duda, recordemos, antes de hablar, que se conjuga igual que el verbo sentir: sintamos, sugiramos; sintió, sugirió; sintiendo, sugiriendo, procedimiento que evitará bochornos como el de un personaje de merecida reputación: “problemas que han ido sugeriéndose a través de las declaraciones del presidente”. Un descuido reiterado en esta época de lealtades y deslealtades políticas es el que experimenta el verbo alinear (no aliñar, pese a que las dos palabras guardan parentesco). Su conjugación es regular, como la de amar; pero igual que en otros verbos terminados en “ear” (patear, golpear), el habla descuidada tiende a convertir la “e” en “i”: alinio, en vez de alineo; alinian en vez de alinean; aliniaron en vez de alinearon. ¡Prohibido olvidar!
Hay otro tipo de problemas tan notorios como en el manejo verbal. Con frecuencia hay falta de concordancia en los llamados pronombres personales. Esta clase de palabras es la única que conserva en el idioma el accidente gramatical llamado caso, herencia del latín; es decir, cambia de forma para señalar la función. Si un hablante alineado en las filas oficiales afirma que ha habido una confabulación “con el propósito de robarle a los ecuatorianos”, en la orilla opuesta hay otro que dice: “Ahora le llegó el turno a las escuelas del milenio”, en evidente demostración de que partidarios y opositores se avienen a la maravilla en el momento de atentar contra la norma gramatical usando “le” en vez de “les”, según corresponde a la tercera persona, que debe concordar en número con el complemento indirecto al que refuerza en la oración.
Así también, aunque la Academia acepta la locución adverbial “desde ya”, por cierto muy expresiva en el habla coloquial, en vez de “desde ahora”, aún no estamos del todo habituados a escucharla en la expresión formal que, sobre todo en las altas esferas oficiales, ha de brillar por su esmero y pulcritud a fin de evitar el abuso que linda en el mal gusto: “acusaciones que desde ya hablan de un tongo”. El lenguaje político ha descendido aquí al punto de llamar tongo a la confabulación (en la cancha deportiva, se habla de tongo cuando un contendiente se deja ganar por razones ajenas al deporte).
No ha de pensarse, empero, que estas apuntaciones hayan sido levantadas únicamente sobre la base de un espigueo en el discurso político oficial. Un día cualquiera del mes de agosto, el periódico traía una frase redactada de este modo: “en virtud de que no han habido otras vinculaciones que hayan prorrogado ese plazo” (se daba en el pluscuamperfecto igual trato al verbo impersonal haber y al verbo prorrogar); y más allá: “por eso es que los procesos duraban hasta dos años”; y nuevamente y en la misma información: “y otras siete personas que la fiscal había pedido que se vincule”. El paciente lector recordaba entonces el viejo refrán “En todas partes se cuecen habas…”, y pensaba en lo poco que serviría volver los ojos a la Constitución de 2008, como sugieren algunos, cuando lo que de veras necesita la joven generación revolucionaria es volver a las bancas escolares.