No es extraño que, como consecuencia de su falta de poder, capacidad de gestión y fortaleza, Cuenca y el Azuay hayan perdido presencia en las instancias de poder mientras tantos y gravísimos problemas que los aquejan sigan imperdonablemente postergados

La política ecuatoriana está huérfana de representantes de talla que entusiasmen con su liderazgo a los ciudadanos. Carece de personajes cuya visión de futuro despierte la adhesión de la gente y genere esa ilusión colectiva por participar en las transformaciones que moldean la convivencia en sociedad. Y, Cuenca no es la excepción. Las autoridades de elección popular están mirando a otro lado y actuando de espaldas al clamor colectivo, esperando terminar su carrera política en medio del rechazo que despiertan sus débiles actuaciones.

No es extraño, por tanto, que como consecuencia de su falta de poder, capacidad de gestión y fortaleza Cuenca y el Azuay hayan perdido presencia en las instancias de poder mientras tantos y gravísimos problemas que lo aquejan sigan imperdonablemente postergados. Resta un año para que concluya, por fin, la administración local y provincial, gestión que, con seguridad pasará a la historia, con más pena y sin gloria. Corto es el espacio para citar innumerables dolencias que claman por acción y acuciosidad.

El tranvía para Cuenca, al parecer, captó toda la atención del abultado equipo administrativo, sin saber que hay muchos otros asuntos urbanísticos, quizás de menor envergadura y relumbrón, pero que lastiman a quienes habitamos Cuenca, Patrimonio de la Humanidad.

Asombrados miramos el abandono vial en cantones y parroquias del Azuay, propios de una provincia de quinta categoría, mientras otras obras de infraestructura básica y social se ejecutan con criterio político clientelar en desmedro de zonas rurales no afectas con la actual administración. La mediocridad, la mentira y las excusas sin sustento hacen que el gobierno provincial esté tan mal evaluado por la comunidad. Son incapaces de una autocrítica, solo exteriorizan muestras mediáticas de falsa humildad tratando de evitar, como siempre, una real reflexión, una auténtica autocrítica y un reconocimiento de las propias carencias o errores y analizar en detalle las causas de la desafección de la gente, de su decreciente credibilidad y confianza.


Están rodeados de “colaboradores” incondicionales de las consignas tribales que actúan más en función de afinidades y fidelidades personales, que del deseo de servir profesionalmente. Incurren en actos demagógicos y hacen coro a las promesas incumplidas. Sin pretender caer en el mismo vicio denunciado, de sentirme dueño de la verdad, creo que una posibilidad de recuperar la imagen de la política, desprestigiada por algunos, es simplemente la de encontrar en cada tienda política el surgimiento de nuevos líderes en sintonía con las preocupaciones y prioridades ciudadanas. Y para ello es necesario reflexionar sobre el rol democrático y civilizador de nuestra ciudad y provincia e interactuar en espacios públicos cada vez más amplios y libres, no aislarnos en compartimientos sociales cerrados. No basta la presencia a través de las redes sociales como los nuevos medios de comunicación y difusión de ideas y actividades, que a la vez desarrollan una actitud por lo general hostil hacia las autoridades y funcionarios públicos de turno.

Y, mientras desde ahora se deshojan margaritas pensando en nombres para las próximas elecciones locales y seccionales, el tiempo sigue su inexorable marcha, y cada vez se hace urgente un golpe de timón para no volver a caer en lo mismo, en un simulacro de democracia en el que votamos cada cuatro años sin ninguna convicción de cambiar nada. Sin embargo, en nuestras manos está construir el futuro. ¿Nos daremos cuenta alguna vez?.

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